Muchos son

los males del justo

 

Les Thompson

 

"Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu. 19Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el SEÑOR." Sal 34:18-19

 

Cuántas veces he escuchado de labios de creyentes: “¿Cómo es posible que Dios permita que sus hijos sufran estas tragedias?” La idea de que porque somos Hijos de Dios Él está obligado a librarnos de todo problema, todo dolor, todo sufrimiento, toda enfermedad, todo accidente y toda aflicción. He escuchado decir en púlpitos que como creyentes no debemos sufrir. He tenido el deseo de subir a la plataforma y denunciar a tales predicadores como falsos profetas.

 

La verdad es que Dios no sólo permite el sufrimiento, ¡Él nos ha llamado a sufrir! ¡La aflicción es nuestra vocación! San Pablo les dice a los Tesalonicenses: “Nadie sea turbado en medio de estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que hemos sido puestos para esto” (1 Te 3:3). Pedro pide firmeza de los creyentes ante la tribulación, “sabiendo que los mismos sufrimientos se van cumpliendo entre vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pe 5:9).

 

Otra vez a Timoteo Pablo le dice: “Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos” (2 Ti 3:12). Y para citar otro de los muchos textos que hay veamos lo que Pablo dijo a los cristianos de Colosas: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y completo en mi propia carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo a favor de su cuerpo, que es la iglesia” (Col 1:24).

 

Nuestro Salvador fue “despreciado y desechado por los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento” (Is 53:3). Si la vida de Jesús fue una de constante dolor y sufrimiento, ¿por qué ha de ser distinta para los que le siguen a Él? “Amados”, nos advierte San Pedro, “no os sorprendáis por el fuego que arde entre vosotros para poneros a prueba, como si os aconteciera cosa extraña. Antes bien, gozaos a medida que participáis de las aflicciones de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con regocijo” (1 Pe 4:12-13).

 

La teología del sufrimiento explica que la gloria venidera será el lugar donde escaparemos para siempre de todo dolor lágrima, pero esta esperanza se cumple después de la muerte. Aquí en este mundo tenemos que aceptar el dolor y la pena como parte de la vida. Es cierto que a nadie le gusta sufrir; sólo un sádico busca el dolor. Sin embargo, sufrir es parte del plan de Dios para todo hombre, pero particularmente para Sus hijos.

 

Existen cuatro áreas específicas en que sufrimos aflicción.

 

EL CRISTIANO FRENTE A LA PERSECUSIÓN: Primero, padecemos persecución por vivir cristianamente ante un mundo que desprecia a Jesucristo. Puede que sea el desprecio de la familia o de amistades cuando uno acepta el evangelio. A la iglesia donde asisto llegó hace unas semanas un joven golpeado y herido. Con alegría había contado a sus padres el haber encontrado al Mesías, anticipando que se alegrarían con él. Pero sucedió todo lo contrario, el padre lo golpeó y lo echo de la casa.

 

La mayoría entendemos este tipo de sufrimiento. Aún en lugares donde se tolera al evangélico, nos acostumbramos a aceptar la crítica y el oprobio. Cuando oímos de lugares donde persiguen a los creyentes y los maltratan, sufrimos con ellos y oramos por ellos. Aceptamos, además, que Dios da a algunos la gloria de ser mártires.

 

EL CRISTIANO FRENTE A LA TENTACIÓN: Pero ¿Qué de otros tipos de aflicción? Pensemos de la lucha diaria con la tentación y el pecado. Nos rodea una sociedad pagana que se deleita en el pecado. Solo por fuera quieren aparecer como buenos. Con impunidad quiebran cada uno de los Diez Mandamientos y se deleitan en aquellos que desafían las leyes de Dios. La lucha del cristiano contra toda esa corriente de maldad, ¿no es esta batalla una diaria aflicción? Hablando de esta lucha nos dice Hebreos 12:4: “Pues todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado“. Lo que nos da fuerza para batallar contra toda corriente del mal es que lo hacemos para agradar a Dios y para gloria del evangelio.

 

EL CRISTIANO FRENTE A SUS PROPIAS DEBILIDADES: En tercer lugar, por ser gente pecadora, luchamos en gran manera con lo que el Apóstol Pablo llama la ‘carne’ —los deseos innatos. A menudo luchamos para no entregarnos a ciertos placeres ilícitos. Juan los llama “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida”. Santiago los clasifica como nuestra “propia pasión” que “después de haber concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez llevado a cabo, engendra la muerte” (San 1:15). Es ésta la lucha interna y personal que causa agonía en el corazón de Pablo: “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro 7:24).

 

EL CRISTIANO FRENTE A LA ENFERMEDAD: Pero es la cuarta que nos da más problemas en el mundo moderno, pues es la que muchos dicen que no pertenece a los que son hijos de Dios. Hablo de cuando uno se despierta cada mañana con un dolor físico insoportable y lo tienen que llevar al hospital. ¿Cómo se relaciona tal sufrimiento físico a los vituperios de Jesucristo?

 

Considérelo de esta manera: cuando soy azotado por los mundanos por vivir piadosamente, cuando soy abofeteado por tentaciones por parte del maligno y sus huestes diabólicas, cuando agonizo con los deseos de la carne, ¿Qué gran diferencia hay entre tales tipos de aflicción y una enfermedad física (una tragedia que me deja lisiado, un accidente que me deja paralizado, especialmente cuando el accidente no fue culpa nuestra)?

 

Una enfermedad me tienta a dudar las misericordias de Dios, me tienta a negar el amor de Dios, me hace cuestionar mi fe y mi salvación. ¿Cómo, entonces, relacionar todo lo de la enfermedad con el reino de los cielos?

 

EL POR QUÉ DE LA ENFERMEDAD: ¿Qué es la enfermedad? ¿No es ella la consecuencia del pecado? ¿No es ella la pena sufrida por todo ser humano cuando Dios penalizó a Adán, a Eva y a su posteridad con la muerte en consecuencia de esa desobediencia? ¿Qué diferencia hay entre ser atormentado por hombres que odian a Dios y al evangelio y ser afligido por esa herencia venida del pecado, consecuencia que afecta al cuerpo con enfermedades de todo tipo?

 

Desde el patriarca Job (cap. 2), a Jacobo (Ge 48:1), hasta el gran profeta, Elíseo (2 Re 13:14), inclusive Daniel (Da 8:27) y Pablo (2 Co 12.7) todos claramente sufrieron enfermedades. He revisado la Biblia entera y no encuentro ni un sólo pasaje que declare que los hijos de Dios están exentos de problemas y dolor. Lo que encuentro es que frecuentemente Dios usa la enfermedad y la pena como una de sus herramientas para establecer carácter en uno de sus hijos.

 

¿Recuerdas el caso del hombre que nació ciego? Los discípulos preguntaron a Jesús: “¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego? Respondió Jesús: No es que éste pecó, ni tampoco sus padres. Al contrario, fue para que las obras de Dios se manifestaran en él” (Jn 9.2-3).

 

Está el hecho de la “espina” sufrida por Pablo (2Co 12.7), ¡una enfermedad de la cual Dios no le curó Dios a pesar de sus muchas imploraciones! Y, ¿Quién podía orar como Pablo? Hay la tendencia de pensar que la enfermedad es ajena a la experiencia del fiel creyente, que es algo puramente satánico, de lo cual tenemos que ser librados. No es así. La Biblia muestra la enfermedad como algo natural (de paso, la Biblia nunca habla de objetos como el hígado, los riñones, el cáncer, etc., como ‘demonios’ que tienen que ser exorcizados o conjurados —no olvidemos que los demonios son espíritus, no objetos inanimados).

 

Es cierto, toda aflicción, tragedia, plaga, terremoto, ofensa, desgracia viene indirecta y directamente como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres y los de nosotros. Con cada pecado que nosotros cometemos añadimos a esta tragedia que Dios llama ‘muerte’ y contribuimos a todo aquello que nos aflige.

 

Recordemos también que cuando Dios hizo al mundo lo hizo perfecto y sin mal de ningún tipo —sin terremotos, torbellinos, ni huracanes, ni plagas ni enfermedades. El pecado trajo la consecuencia de desequilibrar a todo e introducir la multitud de males que conocemos, desde las más terribles guerras hasta los actos indecibles del terrorismo y la tiranía. Por ser ciudadanos del mundo y vivir en este planeta, no hay manera de evitar ser tocados de una u otra forma por el mal en todas sus variadas apariciones.

 

LA ENFERMEDAD NO ES UN CASTIGO DIRECTO: Una enfermedad o una tragedia no es en sí necesariamente un castigo directo de Dios. La Biblia nos enseña que Dios no obra de esa forma. Al contrario, nos dice: “¡Jehovah, Jehovah, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad, que conserva su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Ex. 34:6-7).

 

Pablo añade: “¿Menosprecias las riquezas de su bondad, paciencia y magnanimidad, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?” (Rom 2:4). Son estas características de la gracia divina que evita que los impíos y malvados —y nosotros mismos— no seamos destruidos al cometer pecados.

 

Un cáncer que ataca a una madre puede ser el instrumento divino para unir a una familia y traer salvación a hijos perdidos. Un ataque de corazón puede ser el instrumento de disciplina para enseñar a un creyente que el dinero no importa, lo que importa es vivir para el reino de los cielos.

 

DIOS HABLA ATRAVEZ DE LA ENFERMEDAD.  »Otras veces Dios emplea el dolor para disciplinar a la gente en su lecho de enfermo, con dolores incesantes en sus huesos. Ellos pierden el apetito; no desean ni la comida más deliciosa. Su carne se consume y son puro hueso. Están a las puertas de la muerte; los ángeles de la muerte los esperan". Job 33:19-22

 

Pero como dijo el salmista, "Oré al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores". De Igual manera cuando reaccionamos ente la enfermedad y el dolor de la manera correcta, arrepintiéndonos de nuestros pecados y reconociendo nuestros errores Dios tendrá misericordia de nosotros.

 

 

La palabra sigue diciendo. "»Pero si aparece un ángel del cielo —un mensajero especial para interceder por una persona y para declarar que es recta— él le tendrá compasión y dirá: “Sálvalo de la tumba, porque he encontrado un rescate por su vida”. Entonces su cuerpo se volverá tan sano como el de un niño, fuerte y juvenil otra vez. Cuando él ore a Dios, será aceptado, y Dios lo recibirá con alegría y lo restaurará a una relación correcta. Declarará a sus amigos: “Pequé y torcí la verdad, pero no valió la pena. Dios me rescató de la tumba y ahora mi vida está llena de luz”. Job 33:23.28

 

LA ACTITUD CORRECTA ANTE LA AFLICCIÓN: Ante el interesante texto ya citado subrayamos la enseñanza con la palabra escrita en el libro de Hebreos: “Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por él. Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo. Permaneced bajo la disciplina; Dios os está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina? Pero si estáis sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces sois ilegítimos, y no hijos” (Hebreos 12:5-8).

 

Pedir que Dios nos sane de algo, cuando Él quiere usar esa enfermedad para nuestro bien y crecimiento espiritual, es ir en contra de Su santa voluntad. “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y completo en mi propia carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo a favor de su cuerpo, que es la iglesia” (Col 1:24).

 

¿Querrá decir el Apóstol que lo que sufrió Cristo Jesús no fue suficiente, que algo falta de Su gran sacrificio por nosotros? No, Cristo todo lo pagó. Nada falta para cumplir la demanda de Dios por todo el pecado en el mundo.

 

Lo que dice el apóstol con esa frase es que Jesucristo —quien sufrió toda nuestra pena en la cruz— llama a Su Iglesia a testificarle al mundo a través del sufrimiento. Dice un amigo predicador: “Cuando un impío es diagnosticado con cáncer, Dios permite a un hijo suyo contraer el cáncer para que el mundo vea la diferencia. Cuando muere un impío en un accidente, Dios permite que un creyente sufra parecido accidente para que el mundo vea cómo muere un cristiano”.

 

En Colosenses 1:24 Pablo no enseña que el dolor sufrido por un creyente expía el pecado de alguien o aún del propio que sufre. No, sólo Cristo pudo llevar nuestra condena y maldad. Pero en los planes de Dios para Su pueblo hay —en Su infinita sabiduría— un requisito de aflicción que todo hijo de Dios es pedido a sufrir. San Pablo entendía esa gran y misteriosa verdad, por eso decía: “completo en mi propia carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo a favor de su Cuerpo”.

 

La enseñanza está clara en 2 Corintios 6:4: “En todo nos presentamos como ministros de Dios: en mucha perseverancia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias”. La idea de que la vida ha de ser un glorioso y próspero andar sin luchas y penas, con dinero en el bolsillo, con autos, casas y los últimos juguetes tecnológicos no es enseñanza que emana de Jesús ni de la Biblia. Pregúntale a Abraham, a Moisés, a Josué, a Elías, a David, a Pedro, a Pablo y al mismo Jesús.

 

Ahora bien; Las aflicciones, la angustia y el dolor un día todo esto terminará y habrá valido la pena todo sufrimiento que hayamos tenido por seguir a Cristo. Su palabra dice: "Entonces vi un nuevo cielo y una nueva tierra, porque la tierra, el mar y el cielo que conocemos desaparecieron. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de donde estaba Dios. Tenía la apariencia gloriosa y bella de una novia. Oí entonces que una potente voz gritaba desde el trono: «La casa de Dios está ahora entre los seres humanos, y él vivirá con ellos. Ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos, y será su Dios. Él les enjugará las lágrimas y no habrá muerte ni llanto ni clamor ni dolor, porque estos pertenecen a un pasado que no existe más». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Yo hago nuevas todas las cosas». Luego me dijo: «Escribe, porque lo que te digo es digno de crédito y verdadero". Apoc 21: 1-5

 

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