LOS ESENIOS
Extracto del libro La guerra de los judíos (Libro II, 119-161)
Los judíos tienen tres tipos de filosofía: los seguidores de la primera son los fariseos, los de la segunda son los saduceos, y los de la tercera, que tienen fama de cultivar la santidad, se llaman esenios.
Estos últimos son de raza judía y están unidos entre ellos por un afecto mayor que el de los demás. Rechazan los placeres como si fueran males, y consideran como virtud el dominio de sí mismo y la no sumisión a las pasiones. Ellos no aceptan el matrimonio, pero adoptan los hijos de otros, cuando aún están en una edad apropiada para captar sus enseñanzas, se comportan con ellos como si de hijos suyos se tratara y les adaptan a sus propias costumbres. No desaprueban el matrimonio ni su correspondiente procreación, pero no se fían del libertinaje de las mujeres y están seguros de que ninguna de ellas es fiel a un solo hombre.
Desprecian la riqueza y entre ellos existe una admirable comunidad de bienes. No se puede encontrar a nadie que sea más rico que los otros, pues tienen una ley según la cual los que entran en la secta entregan sus posesiones a la orden, de modo que no existe en ninguno de ellos ni la humillación de la pobreza ni la vanidad de la riqueza, sino que el patrimonio de cada uno forma parte de una comunidad de bienes, como si todos fueran hermanos.
Consideran el aceite como una mancha, y si uno, sin darse cuenta, se unge con este producto, tiene que limpiarse el cuerpo, ya que ellos dan mucho valor a tener la piel seca y vestir siempre de blanco. Los encargados de la administración de los asuntos de la comunidad son elegidos a mano alzada y todos ellos, indistintamente, son nombrados para las diversas funciones.
No tienen una sola ciudad, sino que en todas las ciudades hay grupos numerosos de ellos. Cuando llega un miembro de la secta de otro lugar, le ofrecen sus bienes para que haga uso de ellos como si fueran propios, y se aloja en la casa de personas que nunca ha visto, como si de familiares se tratara. Por ello, viajan sin llevar encima absolutamente nada, sólo armas para defenderse de los bandidos. En cada .ciudad se nombra por elección a una persona para que se ocupe de la ropa y de los alimentos de los huéspedes de la secta. En la forma de vestir y en su aspecto físico se parecen a los niños educados con una disciplina que provoca miedo. No se cambian de ropa ni de calzado hasta que no están totalmente rotos o desgastados por haberlos usado mucho tiempo. Entre ellos no venden ni compran nada, sino que cada uno da al otro y recibe de él lo que necesita. Por otra parte, sin que exista trueque, también les está permitido recibir bienes de las personas que quieran.
Muestran una piedad peculiar con la divinidad. Antes de salir el sol no dicen ninguna palabra profana, sino que rezan algunas oraciones aprendidas de sus antepasados como si suplicaran a este astro para que aparezca. A continuación cada uno es enviado por los encargados a trabajar en lo que sabe. Después de haber hecho su tarea diligentemente hasta la quinta hora, se reúnen de nuevo en un mismo lugar, se ciñen un paño de lino y de esta manera se lavan el cuerpo con agua fría. Tras esta purificación acuden a una habitación privada, donde no puede entrar nadie que no pertenezca a la secta. Ellos mismos, ya purificados, pasan al interior del comedor como si de un recinto sagrado se tratara. Se sientan en silencio, el panadero les sirve uno por uno el pan y el cocinero les da un solo plato con un único alimento. Antes de comer el sacerdote reza una oración y no está permitido probar bocado hasta que no concluya la plegaria. Al acabar la comida de nuevo pronuncia otra oración, de modo que tanto al principio como al final honran a Dios como dispensador de la vida. Luego se quitan la faja blanca, como si fuera un ornamento sagrado, y regresan a sus trabajos hasta la tarde. Al regreso de sus faenas cenan de la misma forma que en la comida, junto con sus huéspedes, en el caso de que se dé la circunstancia de que tengan alguno en su casa. Ningún grito ni agitación enturbia su hogar; se ceden la palabra por turno entre ellos.
El silencio que se respira dentro hace pensar a la gente de fuera que celebran un terrible misterio. Sin embargo, la causa de ello es su constante sobriedad y el hecho de que sólo comen y beben para saciarse.
En los demás asuntos no hacen nada sin que se lo ordene su encargado. No obstante, hay dos aspectos que dependen sólo de ellos mismos: la ayuda a los demás y la compasión. Se les permite prestar auxilio a las personas que ellos consideren oportunas, cuando éstas se lo pidan, y entregar alimentos a los necesitados. En cambio, no les es posible dar nada a sus familiares sin la autorización de sus superiores.
Moderan muy bien su ira, controlan sus impulsos, guardan fidelidad y colaboran con la paz. Todas sus palabras tienen más valor que un juramento, pero tratan de no jurar, pues creen que esto es peor que el perjurio. Ellos dicen que ya está condenada toda persona que no pueda ser creída sin invocar a Dios con un juramento. Estudian con gran interés los escritos de los autores antiguos, sobre todo aquellos que convienen al alma y al cuerpo. En ellos buscan las propiedades medicinales de las raíces y de las piedras para curar las enfermedades.
A los que desean ingresar en la secta no se les permite hacerlo inmediatamente, sino que permanecen fuera durante un año y se les impone el mismo régimen de vida de la orden: les dan una pequeña hacha, el paño de lino antes mencionado y un vestido blanco. Después de haber dado durante este tiempo pruebas de su fortaleza, avanzan aún más en su forma de vida y participan de las aguas sagradas para sus purificaciones, pero todavía no son recibidos en la vida comunitaria. Tras demostrar su constancia, ponen a prueba su carácter durante otros dos años y de esta forma, si son considerados dignos de ello, son admitidos en la comunidad. Antes de empezar la comida colectiva, pronuncian terribles juramentos ante los demás hermanos de la secta: en primer lugar juran venerar a la divinidad, después practicar la justicia con los hombres, no hacer daño a nadie, ni por deseo propio ni por orden de otro, abominar siempre a las o personas injustas y colaborar con las justas, ser fiel siempre a todos, sobre todo a las autoridades, pues nadie tiene el poder sin que Dios se lo conceda. Si llegan a ocupar un cargo, juran que nunca se comportarán en él de forma insolente ni intentarán sobresalir ante sus subordinados por su forma de vestir o por alguna otra marca de superioridad.
Hacen el juramento de que siempre van a amar la verdad y a aborrecer a los mentirosos; de que mantendrán sus manos limpias del robo y su alma libre de ganancias ilícitas; de que no ocultarán nada a los miembros de la comunidad ni revelarán nada a las personas ajenas a ella, aunque les torturen hasta la muerte. Además, juran que transmitirán las normas de la secta de la misma forma que ellos las han recibido, que se abstendrán de participar en el bandidaje y que igualmente conservarán los libros de la comunidad y los nombres de los ángeles. Con estos juramentos obtienen garantías de las personas que ingresan en la secta.
Echan de la comunidad a los que cogen en un delito grave. Muchas veces el individuo expulsado acaba con una muerte miserable, pues a causa de sus juramentos y de sus costumbres no puede ni siquiera recibir comida de la gente ajena a la secta. Así, alimentado de hierbas, muere con su cuerpo consumido por el hambre. Por ello, se compadecieron de muchos de ellos y volvieron a acogerlos cuando iban a expirar, ya que creían que la tortura de haber estado a punto de morir era suficiente castigo por sus pecados.
En los asuntos judiciales son muy rigurosos e imparciales. Para celebrar un juicio se reúnen no menos de cien, y su decisión es inamovible.
Después de Dios honran con una gran veneración el nombre de su legislador, y si alguien blasfema contra él, es condenado a muerte. Para ellos es un hecho noble obedecer a los ancianos y a la mayoría, de tal manera que cuando están reunidas diez personas uno no hablará, si nueve no están de acuerdo. Evitan escupir en medio de la gente y a la derecha, y trabajar el día séptimo de la semana con un rigor mayor que el de los demás judíos. Ellos no sólo preparan la comida el día anterior al sábado, para no encender el fuego en ese día, sino que ni siquiera se atreven a mover algún objeto de sitio ni a ir a hacer sus necesidades. Para este último acto el resto de los días cavan un hoyo de un pie de hondo con una azada, pues ésta es la forma de la pequeña hacha que dan a los neófitos. Se cubren totalmente con su manto para no molestar a los rayos de Dios y se colocan sobre él. Después rellenan el hoyo con la tierra que han sacado antes. Para ello eligen los lugares más solitarios. Y aunque esta evacuación de los excrementos sea algo natural, sin embargo tienen la costumbre de lavarse después de hacerlo, como si estuvieran sucios.
Según el tiempo que lleven en la práctica ascética se dividen en cuatro clases. Los más recientes son considerados de una categoría inferior a los más veteranos, de tal manera que si éstos últimos tocan a algunos de aquéllos, se lavan como si hubieran estado con un extranjero. Viven también muchos años, la mayoría de ellos superan los cien años, y creo que esto se debe a la simplicidad de su forma de vida y a su disciplina.
Desprecian el peligro, acaban con el dolor por medio de la mente, y creen que la muerte, si viene acompañada de gloria, es mejor que la inmortalidad. La guerra contra los romanos ha demostrado el valor de su alma en todos los aspectos. En ella han sido torturados, retorcidos, quemados, han sufrido roturas en su cuerpo y han sido sometidos a todo tipo de tormentos para que pronunciaran alguna blasfemia contra su legislador o comieran alguno de los alimentos que tienen prohibidos. Pero ellos no cedieron en ninguna de las dos cosas, ni tampoco trataron nunca de atraerse el favor de sus verdugos mediante súplicas ni lloraron ante ellos. Con sonrisas en medio de los tormentos y con bromas hacia sus ejecutores entregan alegres su alma, como si la fueran a recibir de nuevo.
En efecto, entre ellos es muy importante la creencia de que el cuerpo es corruptible y de que su materia es perecedera, mientras que el alma permanece siempre inmortal. Ésta procede del más sutil éter y atraída por un encantamiento natural se une con el cuerpo y queda encerrada en él igual que si de una cárcel se tratara. Cuando las almas se liberan de las cadenas de la carne, como si salieran de una larga esclavitud, ascienden contentas a las alturas. Creen, al igual que los hijos de los griegos, que las almas buenas irán a un lugar más allá del Océano, donde no hay lluvia, ni nieve ni calor, sino que siempre le refresca un suave céfiro que sopla desde el Océano.
En cambio, para las almas malas establecen un antro oscuro y frío, lleno de eternos tormentos. Me parece que los griegos, según esta misma idea, asignaron las Islas de los Bienaventurados a sus hombres valientes, que llaman héroes y semidioses, mientras que para las almas de los seres malos les tienen reservado el lugar de los impíos en el Hades, donde la mitología cuenta que algunos personajes, como Sísifo, Tántalo, Ixión o Ticio, reciben su castigo. De esta forma establecen, en primer lugar, la creencia de que el alma es inmortal y, en segundo lugar, exhortan a buscar la virtud y a alejarse del mal. En efecto, los hombres buenos se hacen mejores a lo largo de su vida por la esperanza del honor que van a adquirir después de la muerte, y los malos refrenan sus pasiones por miedo a sufrir un castigo eterno cuando mueran, aunque en esta vida puedan pasar desapercibidos. Esta es la concepción teológica de los esenios sobre el alma y esto es lo que constituye un cebo irresistible para las personas que han probado, aunque sea una sola vez, su sabiduría.
Entre ellos también hay algunos que aseguran predecir el futuro, pues desde niños se han instruido con los libros sagrados, con varios tipos de purificaciones y con las enseñanzas de los profetas. Es raro que se equivoquen en sus predicciones, ya que esto no ha ocurrido nunca.
Hay otra orden de esenios que tiene un tipo de vida, unas costumbres y unas normas legales iguales a las de los otros, pero difieren en su concepción del matrimonio. Creen que los que no se casan pierden la parte más importante de la vida, es decir, la procreación, y, más aún, si todos tuvieran la misma idea, la raza humana desaparecería enseguida.
De acuerdo con esta creencia, someten a las mujeres a una prueba durante tres años y se casan con ellas, cuando tras tres períodos de purificación demuestran que pueden parir. Mientras están embarazadas, los hombres no tienen relaciones con ellas, lo que demuestra que se casan por la necesidad de tener hijos y no por placer. Las mujeres se bañan vestidas y los hombres lo hacen con sus partes cubiertas.
Tales son las costumbres de los esenios.
Bendiciones de lo alto
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fernando quiseno toro (miércoles, 31 agosto 2022 12:53)
que bien shalom}