ORÍGENES Y PRIMERA ETAPA DE LA VIDA DE PABLO

Del año 5 d.C. al 33

 

1. NACIMIENTO

 

Pablo, israelita, del linaje de Abrahán, hijo de padres “hebreos” (es decir, judíos de origen palestinense y de lengua aramea) y de la tribu de Benjamín, nació en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia, hacia el año 5 de nuestra era (Hch 21,39; Flp 3,5; 2 Cor 11,22; Rom 11,1).

 

Para valorar la fecha de su nacimiento, dos textos entran en juego: Hechos 7,58 en donde a Pablo se le dice “joven”, y Filemón 9, donde el apóstol se presenta como “anciano”.

 

Sus padres eran oriundos de Gischala, en el norte de Galilea, pero muy probablemente fueron llevados a Tarso como prisioneros de guerra y vendidos como esclavos, a causa de la insurrección surgida a la muerte de Herodes el Grande (año 4 a.C.), y aplastada por los ejércitos de Quintilio Varo, gobernador romano de Siria1 .

 

Si de Pablo se dice que era “ciudadano romano” de nacimiento (Hch 16,37; 22,25-28), se explica porque sus padres debieron ser liberados de la esclavitud o por sus amos romanos o por los servicios prestados al Imperio, convirtiéndose así en ciudadanos romanos. En este caso, Pablo heredó automáticamente la ciudadanía romana de sus padres.

 

Tarso, asentada a orillas del navegable río Cidno, estaba en la llanura fértil de Cilicia, rica en viñas, cereales y lino, con el que se fabricaba la famosa tela fina de aquella región. Tarso había sido declarada “ciudad libre” por Antonio y Pompeyo (65-64 a.C.), y Julio César (44), Marco Antonio y Cleopatra (41) y Augusto (31) habían confirmado y engrandecido este privilegio.

 

Tarso era un centro bien conocido de cultura, filosofía y educación. Estrabón nos habla de sus escuelas, que superaban a las de Atenas y Alejandría. Romanos famosos visitaron Tarso: Cicerón, Julio César, Augusto, Marco Antonio y Cleopatra.

 

Pablo, circuncidado al octavo día de su nacimiento (Flp 3,5), recibió el nombre hebreo de Saúl, como el primer rey de Israel, pero, según la costumbre de los judíos de la diáspora, recibió juntamente un nombre conveniente en griego, Paulos (en latín, Paulus).

 

2. EDUCACIÓN HUMANA Y RELIGIOSA

 

Sobre la formación del apóstol hay dos opiniones. La primera afirma que Pablo, desde su niñez, fue educado en Jerusalén. Dice Pablo:

 

“Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la ley de nuestros padres…” (Hch 22,3).

 

La segunda opinión mantiene que la primera formación humana la adquirió en Tarso, su ciudad natal. Sus padres judíos le enseñaron la lengua aramea y, como tenían una buena posición económica, hicieron que su hijo, después de la educación primaria, frecuentara la famosa universidad de cultura helénica clásica de Tarso, émula de las de Atenas y de Alejandría.

 

Así se comprende el dominio que Pablo adquirió de la lengua griega común, las estructuras retóricas que se manifiestan en sus escritos y el estilo vigoroso de sus cartas, y un cierto contacto con las ideas filosóficas de los estoicos: éstos mantenían que una chispa de la razón divina existe en todo ser humano, por lo cual no tienen razón de ser las distinciones sociales, religiosas y raciales.

 

En cuanto a su formación religiosa, Pablo la recibió tanto en el seno familiar como en la sinagoga del lugar. Una vez terminados sus estudios universitarios, Pablo se vio frente a un dilema: permanecer en Tarso y abrazar la vida común y corriente de los judíos de la diáspora, o trasladarse a Jerusalén, donde profundizaría en el conocimiento de su fe judía y podría vivirla con mayor observancia. Pablo optó por la segunda alternativa y tomó el camino hacia Jerusalén. Probablemente, como todo peregrino, recorrió a pie, en unas seis semanas, los 800 kilómetros que separan Tarso de Jerusalén. A la sazón, Pablo tendría unos 20 años.

 

Una vez llegado a la Ciudad Santa, se adhirió al grupo de los fariseos y adquirió de Rabbí Gamaliel I una seria formación en las divinas Escrituras, en la ley oral y en los métodos exegéticos de los rabinos, y se hizo celoso defensor de las tradiciones de los padres (Hch 22,3; Gál 1,14). Muy probablemente Pablo frecuentaba en Jerusalén la sinagoga judío-helenística; así se comprende mejor que, aunque haya aprendido el hebreo, utilice en sus epístolas la Biblia en su traducción griega, de la que hace unas noventa citas, sin contar innumerables alusiones.

 

En cuanto a su sustento, pudo recibirlo en parte de sus padres, que vivían en Tarso, y también beneficiarse de los donativos que los peregrinos de la diáspora entregaban para el sustento de los pobres y de los entregados al estudio de la ley.

 

Pablo, pues, antes de ser llamado a la fe, se nos presenta equipado con una notable serie de cualidades humanas y religiosas: era a la vez israelita por su raza, griego por su cultura y romano por su ciudadanía; era un judío practicante y un fariseo exigente. Dios lo fue preparando, sin que Pablo se diera cuenta, para una gran misión.

 

3. SU ASPECTO FÍSICO

 

Existen descripciones tardías de la apariencia física de Pablo (Hechos de Pablo y Tecla), pero con frecuencia éstas no hacen sino reproducir los rasgos comunes de personalidades famosas, como Hércules o Augusto: pequeño de talla, calvo, piernas arqueadas, vigoroso, cejijunto, nariz un poco aguileña. Se esperaría que de sus cartas brotaran más datos al respecto; sin embargo, éstos son escasos.

 

Pablo confiesa que, cuando llegó a Corinto, se presentó “débil, tímido y tembloroso; y mi palabra y mi predicación se apoyaban no en persuasivos discursos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de su poder, para que vuestra fe se fundase no en sabiduría dehombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2,3-5). En sus críticas contra el apóstol, los corintios decían: “Sus cartas son severas y fuertes, mientras que la presencia del cuerpo es pobre y la palabra despreciable” (2 Cor 10,10).

 

Sin embargo, una figura que surgiera sólo de estos dos textos negativos es incompatible con los éxitos de la predicación del apóstol, fundador de comunidades. Pablo debió tener cualidades humanas muy vigorosas, palabras persuasivas, llenas de espíritu, que arrastraban a los oyentes a la conversión, y una recia constitución física.

 

4. PABLO: ¿SOLTERO, CASADO O VIUDO?

 

La respuesta a esta pregunta no es evidente. Un punto de partida importante es que nunca se habla de su esposa ni de sus hijos; por lo tanto, naturalmente se puede deducir que Pablo era célibe.

 

Sin embargo, por una parte, es verdad que los judíos tenían el deber de fundar una familia, como obediencia al mandato de la Toráh: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra…” (Gn 1,28).

 

Pero, por otra parte, la misma Escritura presenta casos de hombres célibes, como Jeremías (16,1-4). Se sabe que entre los esenios muchos no se casaban. Son conocidos los casos peculiares, como Juan Bautista y Jesús, que eran célibes. En el siglo II, Simón ben Azzai no tomó esposa por amor a la Toráh. Según todo esto, nada obsta para que Pablo haya sido siempre célibe.

 

En cuanto a la posibilidad de que Pablo haya sido viudo, sólo un texto de la primera Epístola a los Corintios podría insinuar que durante un tiempo estuvo casado, pero que en el momento en que escribía era viudo:

 

“Mi deseo sería que todos fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su carisma particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los solteros y a las viudas: Bien les está quedarse como yo” (1 Cor 7,7-8).

 

Ese “como yo” podría significar o soltero o viudo. Si este último hubiera sido el caso de Pablo, es imposible averiguar cuándo se casó y cuándo y por qué razón quedó viudo. En definitiva, lo que queda claro es que, desde su conversión a Jesús, Pablo no tenía esposa y que nunca se habla de hijos suyos.

 

5. ¿HABRÁ CONOCIDO PABLO A JESÚS EN JERUSALÉN?

 

Pablo fue a Jerusalén para dedicarse de lleno al estudio y conocimiento de la ley escrita y de la ley oral, explicaciones de la ley escrita dadas por famosos rabinos, entre los cuales figuran Shammay y Hillel (ambos entre los siglos I a.C. y I d.C.) y a eso consagró sus energías. Tenía unos 20 años de edad; era hacia el año 25 d.C.

 

Pues bien, si acaso llegó a sus oídos alguna noticia acerca de Jesús, ésta no le debió de interesar. En efecto, Jesús era un galileo y no había frecuentado las escuelas rabínicas de Jerusalén, pero la gente creía que era el Mesías, y esta creencia era incompatible con la idea que los sabios judíos tenían sobre el Mesías, el cual, según los salmos 17 y 18 de Salomón, sería una figura del futuro, aparecería de improviso, sería portador de toda clase de bendiciones de felicidad y de paz definitiva, liberaría al pueblo de sus pecados e inauguraría una nueva edad en la que ya no sería necesaria la ley, pues ésta había sido instituida para los impíos y pecadores.

 

Además, hay que excluir una idea, común pero inexacta: que toda la gente de Jerusalén conocía a Jesús y que supo de su crucifixión, la víspera del gran día de la Pascua. Esto no podía ser posible. En efecto, ese día, desde el amanecer, todo mundo estaba atareado en la preparación de la solemne fiesta; iban y venían por las callejuelas de la ciudad sin saber que, hacia el mediodía, Pilato había condenado a muerte de cruz a dos malhechores y con ellos también a Jesús, un judío que venía de Galilea y a quien algunos consideraban el Mesías.

 

En consecuencia, es muy probable que Pablo no conociera en persona directamente a Jesús.

 

6. PABLO, PERSEGUIDOR DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS.

 

Si Pablo no conoció a Jesús, ¿por qué y cómo comenzó a enfrentarse a sus discípulos?

 

La experiencia que los discípulos tuvieron de Jesús resucitado causó en ellos una profunda transformación en su vida y en sus ideas, y a eso se añadió la fuerte experiencia de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, con sus carismas en orden a la evangelización. Esto les permitía confesar con vigor y entusiasmo que Jesús era el Mesías (Hch 2,36), y que sólo en él estaba la salvación ORÍGENES Y PRIMERA ETAPA DE LA VIDA DE PABLO 17 (Hch 4,12). Como efecto, día tras día, nuevos adeptos se adherían al naciente movimiento de Jesús. Y esto llegó a inquietar a las autoridades de Jerusalén (Hch 3-5).

 

Por otro lado, los discípulos de Jesús se mostraban fervientes fieles del judaísmo: no abandonaban las prácticas de la ley, frecuentaban el templo y vivían de acuerdo a las tradiciones recibidas. En conclusión, los fariseos, convencidos por la autoridad del gran rabino Gamaliel I, pensaron que la efervescencia del nuevo movimiento pasaría:

 

“Desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios” (Hch 5,38-39).

 

Pablo, por su parte, no pensaba así. Él tenía la convicción de que la presente etapa de la salvación estaba regida por la meticulosa observancia de la ley de Moisés; sólo más tarde vendría el Mesías y no sería ya necesaria la ley. Los cristianos, en cambio, inconscientemente admitían la existencia simultánea de la ley y de la adhesión de fe a Jesús-Mesías.

 

En el fondo de estas dos maneras de pensar existía un problema crucial, a saber: ¿la salvación se obtiene por las observancias de la ley o por la fe en Jesús-Mesías? Ante esta disyuntiva, había que hacer una opción radical: o la ley y no Jesús, o Jesús y no la ley; pero no la ley y Jesús.

 

Siendo así, Pablo consideraba que los cristianos estaban en un error, que debía ser corregido frontalmente, y por eso comenzó a perseguirlos. La persecución a la Iglesia cristiana es atestiguada directamente por el apóstol (Flp 3,5-6; Gál 1,13-14; 1 Cor 15,9). Esto significa que Pablo molestaba y acosaba por todas partes a los cristianos, sin dejarlos tranquilos, haciéndoles la vida imposible.

 

Como realidad histórica podemos pensar que Pablo, en las sinagogas, forzaba a los cristianos a blasfemar contra Jesús y los llevaba a los tribunales rabínicos para que recibieran los castigos reglamentados, como Jesús mismo anunció (Mc 13,9; cf. Jn 9,22.34) y Pablo sufrió (2 Cor 11,24). Pablo afirma que perseguía a la Iglesia “encarnizadamente”; este adverbio denota la intensidad de su compromiso, no los métodos empleados (Gál 1,13).

 

Los Hechos de los Apóstoles hacen de la conducta de Pablo una descripción más severa: aprobaba la muerte de Esteban, hacía estragos en la Iglesia, entraba por las casas y se llevaba por la fuerza a hombres y mujeres, y los metía en la cárcel (Hch 8,1.3). “Entre tanto –escribe Lucas–, Saulo respiraba todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor…” (9,1).

 

En cuanto a la expedición de Pablo a Damasco con cartas del sumo sacerdote a las sinagogas, para que Pablo llevara presos a hombres y mujeres a Jerusalén (Hch 9,1-2), este dato parece históricamente irreal, pues la jurisdicción del sumo sacerdote y del Sanedrín se limitaba a la provincia de Judea.

 

Parece, pues, que Lucas con sus afirmaciones progresivas quiso presentar la actividad persecutoria de Pablo en un crescendo retórico impresionante para culminar, en forma dramática, en su admirable conversión al Señor.

CAPÍTULO II

CONVERSIÓN DE PABLO A CRISTO

Año 33 d.C.

 

Dos fuentes nos narran el acontecimiento que tuvo lugar en las cercanías de Damasco: Jesús resucitado se apareció a Pablo cuando menos lo sospechaba y ese encuentro, instantáneo, inaudito, inesperado y trastornante, le hizo dar un giro de ciento ochenta grados en su vida y en su actitud hacia Jesús y sus discípulos. Cuando Pablo escriba a los filipenses, les dirá: “No que ya sea yo perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como fui alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12).

 

1. LOS TEXTOS DE PABLO

 

Las epístolas consignan tres textos sobre la manifestación que Cristo le hizo de sí mismo a Pablo.

 

1. PABLO ES TESTIGO DE CRISTO RESUCITADO

 

Cuando Pablo informa a los corintios sobre las manifestaciones de Jesús resucitado, se incluye a sí mismo en ellas: “Cristo resucitó al tercer día, según las Escrituras; se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los apóstoles. Y en último término también a mí, como a un abortivo” (1 Cor 15,4-8).

 

Pablo se sitúa entre los testigos oculares de Jesús, pero no del Jesús terrestre, sino del Cristo resucitado. Podemos suponer que Jesús se le presentó según la imagen que Pablo se había formado de él, si bien esta imagen fue enormemente superada por la visión que le fue concedida.

 

2. PABLO ES APÓSTOL PORQUE VIO A CRISTO RESUCITADO

 

Un elemento necesario para ser apóstol es haber sido llamado por Jesús y ser testigo de él resucitado. Pues bien, escribiendo a los Corintios para defender sus derechos de ser apóstol, les dice: “¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿No he visto yo a Jesús, Señor nuestro?” (1 Cor 9,1).

 

3. CRISTO MISMO LE CONFIÓ LA MISIÓN DE PROCLAMAR A CRISTO A LOS GENTILES

 

Pablo, escribiendo a los gálatas, dice que él recibió directamente de Dios la revelación de Jesucristo como su Hijo y, junto con ella, su misión a los gentiles. Se trata de un texto capital:

 

“Os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues ya estáis enterados de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguí a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándolos en el celo por las tradiciones de mis padres.

 

Mas cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que se le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén, donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco” (Gál 1,11-17).

 

De estos textos se infieren, como ya he anotado, conclusiones importantes.

 

1º Pablo tiene la convicción de haber visto a Jesús resucitado, situándose así como “testigo de la resurrección”.

 

2º La visión de Cristo resucitado le ha colocado en el nivel de “apóstol” con el grupo de los apóstoles que vieron a Jesús después de la resurrección.

 

3º La revelación que Dios le dio acerca de Jesús le hizo comprender que Jesús era “el Hijo de Dios, el Señor y el Mesías”. Revelación profunda y fundamental, que está en la base de “su Evangelio” (Hch 9,20-22; 1 Cor 8,6; Rom 1,1-4).

 

4º Al mismo tiempo recibió de lo alto su misión de dar a conocer a Cristo a los paganos: “Anunciar a Jesús a los gentiles”.

 

2. LOS RELATOS DE LUCAS

 

Pablo sólo por alusiones cuenta su encuentro con Jesús. Lucas, en cambio, ofrece tres relatos diferentes del acontecimiento de Damasco, subrayando así la importancia y las consecuencias de ese suceso. El primero se presenta como la narración del hecho (Hch 9,l19ª); el segundo es un discurso de Pablo ante el alborotado pueblo de Jerusalén (22,1-21); el tercero es una apología personal de Pablo ante el rey Agripa y el procurador Festo (26,2-23).

 

Estos relatos son la interpretación propia que hace Lucas acerca de lo acontecido. Al leerlos hay que tener en cuenta que el autor no intenta dar una narración circunstanciada de lo que sucedió, sino transmitir, en un género literario propio adoptado por él, el contenido doctrinal del encuentro de Pablo con Cristo. En esta forma, es Lucas quien pone en labios de sus personajes los diálogos de cada relato. La imagen que Lucas nos comunica de Pablo es la que él tiene del apóstol.

 

3. LA VISIÓN TEOLÓGICA DE LUCAS (Hch 9,1-19a)

 

La conversión de Saulo, camino de Damasco, fue un acontecimiento capital en la historia del cristianismo. Es probablemente el año 33. Si Pablo nació hacia el año 5, en el momento de su conversión tendría unos 28 años.

 

La primera vez que Lucas nos presenta a Saulo es a propósito del martirio de Esteban: “Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo” (Hch 7,58b); y éste aprobaba el crimen (8,1a). Pronto se convirtió él mismo en cabecilla de persecución (8,3), y más tarde confesará él mismo haber perseguido cruelmente a la Iglesia (Hch 22,4; 26,10-11).

 

Cuando Jesús va a llamar a Saulo, éste se encuentra en el clímax de su celo contra “los discípulos del Señor”; se proveyó de cartas del CONVERSIÓN DE PABLO A CRISTO 23 sumo sacerdote de Jerusalén y marchó a Damasco por si encontraba allí algunos que siguieran ese “Camino”, fueran hombres o mujeres, y conducirlos atados a Jerusalén. Esta misión de parte del sumo sacerdote de Jerusalén es dudosa, por lo que ya se ha dicho anteriormente: Lucas ha querido presentar in crescendo la figura de Pablo como perseguidor de la Iglesia, a fin de hacer brillar con mayor esplendor la conversión del apóstol.

 

No sabemos, en consecuencia, con qué finalidad Pablo se encaminaba a Damasco. Algunos autores suponen que se trataba de la primera etapa de un viaje a Tarso, su tierra natal. Damasco, ciudad de la provincia de Siria, estaba situada en una ruta principal que podía ir al norte o al occidente, y era, además, un importante centro comercial en el Cercano Oriente. Allí había una numerosa colonia judía. La distancia entre Jerusalén y Damasco es de 220 kilómetros aproximadamente y exigían al menos una semana de camino.

 

1. EN EL CAMINO DE DAMASCO (9,3-9)

 

El relato de Lucas no es una crónica materialmente exacta de los acontecimientos. Lucas parte de una tradición histórica firme: Saulo perseguía cruelmente a la Iglesia de Dios, pero, yendo a Damasco, tuvo una visión del Señor Jesús que lo derribó por tierra, le hizo cambiar de vida y le convirtió en discípulo y apóstol de Cristo. Lucas toma el dato histórico, pero presenta su interpretación mediante formas literarias y teológicas tradicionales en la Biblia, con el fin de descubrir la honda significación del acontecimiento y su trascendencia en la historia de la Iglesia.

 

Al ir de camino, sucedió que, al acercarse a Damasco, de repente lo envolvió una luz del cielo; y, habiendo caído en tierra, oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”. Él dijo: “¿Quién eres, Señor?”. Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y entra en la ciudad y se te dirá lo que es necesario que hagas” (vv. 3-6).

 

La luz repentina venida del cielo, a mediodía y más resplandeciente que el sol, es un motivo clásico en las teofanías bíblicas (cf. Ex 19,18; 24,10.17; Ez 1,22; Hab 3,3s; Sal 4,7; 31,17; Mc 9,3; 24 PABLO, APÓSTOL DE CRISTO Mt 17,2: Lc 9,29; Hch 2,2-4). Lo que le sucede a Saulo es algo que pertenece a la esfera de lo sobrenatural y de lo divino.

 

Saulo cae por tierra, como le ocurría a los profetas ante las visiones de Dios (Ez 1,28; 43,3; 44,4; Dn 8,17; 10,9), y escucha en arameo una voz que le dice. “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”.

 

El diálogo de la aparición presenta una estructura ternaria muy bien pensada. Recuerda paralelos literarios del Antiguo Testamento; por ejemplo, Dios se comunica a Abrahán (Gn 22,1-2); el ángel de Dios habla a Jacob (Gn 46,2s); Yahveh se revela a Moisés (Ex 3,4-6); Dios se manifiesta a Samuel (1 Sm 3,4-14). Lucas, al emplear este esquema literario del Antiguo Testamento, quiere presentar con profundidad bíblica el encuentro de Saulo con Jesús.

 

“Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” El nombre es repetido dos veces, como en las manifestaciones divinas a las que hemos aludido. La conversión está obrada. Saulo no sabe quién es el que le habla, pero percibe la atmósfera de lo divino y por eso, humildemente, pregunta: “¿Quién eres, Señor?”.

 

Jesús se revela personalmente a Saulo: “¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues!”. Jesús mismo es perseguido en sus discípulos. La persecución de los creyentes es la continuación de las persecuciones sufridas por Jesús (Mt 24,9; Lc 21,12-19; Jn 16,1). La experiencia de este encuentro con Jesús perseguido en sus discípulos será el germen para la doctrina de la Iglesia como cuerpo de Cristo, doctrina que desarrollará el apóstol en sus epístolas posteriores (1 Cor 12,12; Col 1,18).

 

Saulo deberá ir a Damasco, y allí sabrá por medio de los ministros autorizados lo que debe hacer. Jesús exige a Saulo un acto radical de fe. Los hombres que lo acompañaban quedaron atónitos al oír la voz pero no ver a nadie. Estos hombres eran compañeros de caravana, y no necesariamente participantes en la misión de Saulo (v. 7).

 

Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Llevándolo de la mano, lo introdujeron en Damasco, y durante tres días no veía, ni comía, ni bebía (vv. 8-9).

 

En un tiempo imperfecto perifrástico se describe el estado permanente de Saulo después de la enérgica conmoción espiritual y psicológica. ¿Qué se produjo en su interior durante esos tres días? Es el secreto íntimo del corazón de Saulo.

 

2. EN DAMASCO (9,10-19)

 

1º La doble visión: Ananías y Saulo (vv. 10-16) “La doble visión” es un motivo y una técnica estilística, ausente en el Antiguo Testamento pero conocida en la literatura helenística. Lucas la emplea aquí y en el caso de Cornelio (Hch 10,1-16). Su objeto es enseñar que en la expansión y difusión del cristianismo Dios interviene directamente y va dirigiendo los acontecimientos paso a paso.

 

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: “¡Ananías!”. Él respondió: “¡Aquí estoy, Señor!”. Y el Señor a él: “¡Levántate, vete a la calle Recta y busca en casa de Judas a uno de Tarso llamado Saulo; está allí orando y ha visto a un hombre llamado Ananías que entra y le impone las manos para devolverle la vista” (vv. 10-12).

 

Ananías, discípulo del Señor, era “un varón piadoso según la ley, acreditado por todos los judíos que allí habitaban” (Hch 22,12). La calle Recta dividía la ciudad de oriente a occidente.

 

Respondió Ananías: “Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén, y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre” (vv. 13-14).

 

“Tus santos” es una expresión para denominar a los cristianos. Y “los que invocan tu nombre” es una expresión para designar a los discípulos del Señor (Hch 2,21; 9,21). El nombre “Señor” ya no se aplica a Yahveh, sino a Jesús (Flp 2,11; Hch 2,36).

 

Le dijo el Señor: “Anda, porque éste es para mí un instrumento de elección para llevar mi nombre ante naciones y reyes e hijos de Israel, pues yo le mostraré lo que debe sufrir por mi nombre”.

 

El vocablo griego “llevar” es un verbo que implica dificultad, pena, sacrificio –“cargar mi nombre”–, y significa difundir ese nom26 PABLO, APÓSTOL DE CRISTO bre y dar testimonio de él. Saulo, en efecto, dio testimonio de Jesús ante judíos, gentiles y reyes (cf. Hch 26,1-23; 27,24; 28,19). La misión de Saulo será dura y difícil. Tendrá mucho que padecer, pero será por Jesús (cf. 2 Cor 11,23-28; Col 1,24).

 

2º Curación y bautismo de Saulo (vv. 17-19a)

 

Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: “Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. Al instante cayeron de sus ojos como escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas (vv. 17-19a).

 

Instruido por el Señor, Ananías cumple la orden recibida. Va, entra en la casa e impone las manos a Saulo. El gesto de la imposición de manos está en relación con la curación de la vista (cf. Lc 4,40; 13,13; Hch 9,12; 28,8), pero también en conexión con la efusión del Espíritu (Hch 6,6; 8,17-19; 13,13; 19,6). La sanación de sus ojos era signo sensible de su curación interior y del don del Espíritu.

 

La expresión “ser lleno de Espíritu Santo” (forma pasiva) es característica de Lucas y designa una efusión de Espíritu profético que impulsa a pronunciar palabras bajo la inspiración divina (Lc 1,15.41.67; Hch 2,4; 4,8.31; 13,9). Si Saúl ha sido elegido por el Señor como instrumento para llevar su nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel, es necesario que también reciba la efusión del mismo Espíritu prometido por Jesús a los Doce para poder ser testigo suyo hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).

 

El autor de los Hechos comenta: “Y al instante cayeron de sus ojos como escamas y vio; y, habiéndose levantado, fue bautizado”. Lucas, sin querer urgir un orden lógico en los elementos, subraya que el bautismo y el don del Espíritu van a la par como dos realidades que constituyen la unidad del ser cristiano. Donde hay bautismo en nombre de Jesús, debe haber irrupción de Espíritu (Hch 2,38: 8,14-17; 19,1-7), y, viceversa, donde el Espíritu acusa su presencia activa a través de sus manifestaciones carismáticas auténticas, hay que administrar el bautismo en el nombre de Jesús (Hch 9,18; 10,44-48; 11,15-18).

CAPÍTULO III

POCO TIEMPO EN ARABIA,

TRES AÑOS EN DAMASCO

Y DOS SEMANAS EN JERUSALÉN

Del año 33 al 37

 

1. BREVE ESTANCIA EN ARABIA

 

Pablo mismo afirma que después de su visión de Cristo, “sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco” (Gál 1,16-17). Pablo, bajo la impresión de su encuentro con Cristo y la misión recibida, sin acudir a consejos humanos, ni subir a Jerusalén para entrevistarse con los apóstoles, se marchó a Arabia a su primera misión evangelizadora, obedeciendo a la palabra recibida en el momento de su primera visión: “Anunciar a Jesús entre los gentiles”.

 

Para los habitantes de Damasco, Arabia era el territorio de los nabateos, que comenzaba a unos 50 kilómetros al sur de Damasco. La capital de los nabateos era Petra. Pablo, el judío, solamente debió de llegar a las primeras ciudades de los nabateos, cercanas a Damasco: Filipúpolis, Kanata y Suweida. A causa de las enemistades políticas entre nabateos y judíos –y más particularmente entre el rey nabateo Aretas IV y el rey judío Herodes Antipas, ya que la hija de aquél había sido dada en matrimonio a Herodes y éste la había repudiado–, la presencia de Pablo judío en territorios nabateos debió parecer sospechosa. A eso se añadía su predicación sobre un judío, Jesús, a quien Pablo presentaba como un Mesías también para los nabateos. Siendo así, Pablo fue rechazado, y pronto tuvo que salir expulsado del país, dejando la imagen de un hombre peligroso en tierras de nabateos. Corría el año Del año 33 al 37

 

2. TRES AÑOS EN DAMASCO

 

Después de su corto viaje de evangelización a Arabia, Pablo regresó a Damasco, donde permaneció tres años, desde el 34 al 37 (Gál 1,18). Damasco, capital de la Decápolis, era una ciudad hermosa y se ufanaba por diseminar por todas partes la cultura helenista.

 

Existía allí una numerosa comunidad judía, pero la ciudad era esencialmente pagana. El santuario de Júpiter constituía el centro religioso del lugar. Durante tres años, Pablo se dedicó en Damasco a profundizar en el cristianismo; a predicar, según su misión, a los paganos la noticia del Señor Jesús como el Hijo de Dios y el Mesías, y a aprender un oficio manual que le permitiera ser económicamente independiente para poder dedicarse a la predicación sin resultar oneroso para las comunidades que evangelizaría.

 

Pablo recordará más tarde con satisfacción que se ganó la vida trabajando con sus manos (1 Tes 2,9; 2 Tes 3,7-9; 1 Cor 4,12). Pablo aprendió un oficio manual muy atinado: fabricar tiendas. Si este oficio lo colocaba en el nivel de los artesanos y de la clase media, le permitía, por otra parte, disponer del tiempo necesario para la evangelización. Trabajaba el cuero y la lona, que servían para hacer una gran variedad objetos: tiendas y mantas de viaje, reparación de objetos del mismo material, remendar las velas de las naves, etc. Las necesidades de la gente eran habituales, por lo que no tendría que esforzarse para encontrar trabajo (Hch 18,3).

 

No sabemos con precisión cuándo aprendió Pablo este oficio. Pudo ser ya en Jerusalén; esto sería argumento para pensar que Pablo no pertenecía a una clase socialmente rica, sino a la clase media. Sin embargo, es más probable que aprendiera este oficio manual una vez que se vio frente a su misión apostólica, después de su conversión en Damasco. Ante la perspectiva de su tarea evangelizadora, Pablo pensó en un trabajo práctico que pudiera solucionar sus urgencias económicas en dondequiera que estuviera. En todas partes, con un mínimo de instrumentos, podía ejercer su tarea. El instrumental requerido era mínimo: un cuchillo para el cuero y la tela gruesa, una lezna para hacer agujeros, y el hilo para coser. Este oficio le permitió, sobre todo, ser independiente económicamente, sentirse libre de aprietos y no resultar oneroso para las comunidades que evangelizaba: así eliminaba un peso que pudiera dañar a su predicación (1 Tes 2,9; 1 Cor 4,12; 9,11-18).

 

HUIDA PRECIPITADA DE DAMASCO

 

Tres años más tarde, en el 37, cuando Aretas IV, rey de Petra, recibió de Calígula la ciudad de Damasco, Pablo mismo nos cuenta que, perseguido por las autoridades nabateas, tuvo que abandonar la ciudad apresuradamente y consideró el hecho como una flaqueza o una debilidad suya: “Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. En Damasco, el etnarca del rey Aretas tenía puesta guardia en la ciudad de los damascenos con el fin de prenderme. Por una ventana y en una espuerta fui descolgado muro abajo. Así escapé de sus manos” (2 Cor 11,32-33).

 

Esta persecución supone que los nabateos guardaban el recuerdo del primer intento de Pablo para evangelizar en sus tierras y querían eliminarlo. Lucas, por su parte, nos da su versión personal de la vida de Pablo en Damasco: enfatiza que evangelizaba a los judíos, enseñándoles que Jesús era el Hijo de Dios y el Mesías, y conserva igualmente el recuerdo de su huida precipitada de la ciudad, pero la presenta como una huida feliz de la persecución de los judíos contra Pablo: los discípulos cristianos lo tomaron y lo descolgaron de noche por la muralla dentro de una espuerta (Hch 9,20-25).

 

3. QUINCE DÍAS EN JERUSALÉN

 

1. EL TESTIMONIO DE PABLO

 

Era el otoño del año 37, Pablo escribe a los Gálatas acerca de este momento de su vida: “De allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, y sí a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento” (Gál 1,18-20).

 

Una pregunta se impone: si Pablo había recibido de Jesús la misión de evangelizar a los gentiles, ¿por qué quiso volver a Jerusalén, en lugar de dirigirse al noroeste, a un país de gentiles? Pablo mismo da la respuesta: quería conocer a Kefás. El verbo griego ‘istorh/sai Khfa/n, utilizado por el apóstol, no sólo indica tener un simple conocimiento de Pedro, sino entrar en contacto personal y en conversación con él. Es fácil imaginar que Pablo no gastó el tiempo conversando con Pedro sobre cosas triviales. Su objetivo era preciso: conocer directamente de un testigo autorizado desde la primera hora –en el caso de Pedro– cómo fue Jesús, cuáles fueron sus enseñanzas, qué obras realizó, por qué murió crucificado, cómo lo reconocieron resucitado.

 

Esta instrucción permitió al apóstol adquirir un conocimiento profundo acerca de Jesús, de manera que pudo escribir más tarde: “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” (1 Cor 11,1), y: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Cor 4,10).

 

Comprendió que Jesús fue, por una parte, obediente y fiel, diciendo siempre “sí” a la voluntad de su Padre; y, por otra, abierto a los demás, mediante la indulgencia, el perdón, la entrega de su persona y, sobre todo, el amor. Pero un problema crucial le inquietaba sobremanera: si Jesús fue el Mesías, entonces ¿por qué murió?

 

El salmo 17 de Salomón presentaba el retrato del Mesías como “el santo, el sin pecado, el justo por excelencia, el triunfador”; como consecuencia, la convicción general era que el Mesías sería eterno y no moriría. Y Pablo llegó a esta conclusión: si Jesús fue el Mesías y murió, fue porque él quiso morir. Ésa fue su elección personal, y quiso morir por todos nosotros y por nuestros pecados, según la tesis de la primera predicación (1 Tes 5,9; 1 Cor 15,3). Pero ¿por qué debía morir con la muerte ignominiosa de la cruz? ¿Por qué fue un Mesías crucificado? Y la respuesta del apóstol fue la misma.

 

Porque él quiso morir y morir en la cruz por amor: “Me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20). Bajo el peso de esta intuición, Pablo profundiza en la enseñanza tradicional: “Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte”. En el himno cristológico que cita en la Epístola a los Filipenses, Pablo 32 PABLO, APÓSTOL DE CRISTO agregó esta frase: “¡Y muerte de cruz!” (Flp 2,8). Y en el himno cósmico en alabanza de Cristo, que la Iglesia de Colosas cantaba a Jesús y que Epafras presentó a Pablo, éste también añadió: “Para reconciliar con él y para él todas las cosas, ¡mediante la sangre de su cruz!” (Col 1,20). Con su muerte en la cruz, Jesús mostró la magnitud de su amor oblativo.

 

2. LA VISIÓN DE LUCAS

 

(HCH 9,26-30) Saulo escapó de Damasco y llegó a Jerusalén; pero los hermanos sospechaban de él. Bernabé, el cristiano helenista de Chipre (Hch 4,36), intervino en su favor y lo presentó a Kefás y a Santiago, el hermano del Señor. Pablo contó a Kefás y a Santiago su llamamiento y sus predicaciones en Damasco. Se entregó enseguida a predicar con libertad y valentía el nombre del Señor Jesús, especialmente a los judíos helenistas, sus antiguos compañeros de Jerusalén, pero éstos maquinaban su muerte. Así como los helenistas fueron en la Iglesia los más emprendedores, así también en el judaísmo son ellos los que reaccionaron con mayor violencia contra la propaganda cristiana (Hch 6,1.9; 7,58; 9,1; 21,27; 24,19).

 

En Jerusalén, Pablo permaneció únicamente quince días. Lucas sitúa en estos días la visión narrada en Hch 22,17-21: “Habiendo vuelto a Jerusalén y estando en oración en el templo, caí en éxtasis, y le vi a él que me decía: ‘Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí’. Yo respondí: ‘Señor, ellos saben que yo andaba por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti, y cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban también yo me hallaba presente y estaba de acuerdo con los que le mataban y guardaba sus vestidos’. Y me dijo: ‘¡Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles!’.

 

A los ojos de Lucas, esta visión es de importancia capital en la vida de Saulo; es una confirmación más de la misión entre los gentiles que Jesús le había encargado desde el momento mismo de su conversión. Sin embargo, esta visión en el templo no le reveló cómo ni en qué circunstancias debería llevar a cabo la misión que se le había encomendado. Pablo debe caminar en fe. 

 

Por el momento, Saulo tuvo que salir de Jerusalén para escapar de la muerte. Los “hermanos” lo condujeron a Cesarea, de donde le hicieron ir a Tarso (Hch 9,30). Allí permanecerá probablemente hasta que vaya Bernabé para llevarle a Antioquía (Hch 11,25-26). Pablo sólo escribe lacónicamente: “Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia” (Gál 1,21). La estancia de Pablo en Jerusalén, al lado de Kefás, le fue sumamente provechosa por todo lo que pudo conocer acerca de Jesús. Podemos fácilmente imaginarnos que, llegado a Tarso de Cilicia, comenzó una campaña evangelizadora. Sin embargo, no tenemos de ello documentos. Así transcurrieron tres años de su vida, del 37 al 40, hasta que Bernabé vino a buscarle para llevarle a Antioquía.

CAPÍTULO IV

PABLO, EN LA IGLESIA DE ANTIOQUÍA

Año 40

 

La fundación de la Iglesia de Antioquía (Hch 11,19-24), la primera donde predominaron los discípulos venidos de la gentilidad, fue un acontecimiento capital para la difusión del Evangelio. Puede situarse en los años 39-40. Antioquía, sobre el río Orontes, capital de la provincia romana de Siria, era la tercera ciudad del Imperio, después de Roma y de Alejandría. Fue fundada por Seleuco, uno de los generales de Alejandro Magno, hacia el año 300 a.C. Dada su estratégica situación geográfica, Antioquía atrajo a muchos habitantes. Fue declarada capital de la provincia romana de Siria por Pompeyo en el año 64 a.C. Sus habitantes llegaban a unos 400.000.

 

1. EVANGELIZACIÓN A LOS JUDÍOS (V. 19) A la muerte de Esteban, se originó una dispersión de discípulos (Hch 8,1). Éstos recorrieron la costa fenicia (Ptolemaida, Tiro, Sidón, Berito), llegaron a Chipre y pasaron luego a Antioquía, la actual Antakya, en el centro sur de la Turquía contemporánea. Anunciaban la Palabra, pero solamente a los judíos.

 

2. EVANGELIZACIÓN A LOS GRIEGOS (VV. 20-24) No faltaron, sin embargo, algunos judíos helenistas originarios de Chipre: Mnasón (21,16); de Cirene: Lucio, Alejandro y Rufo, hijos de Simón de Cirene (Hch 13,1; Mc 15,21); y de la misma An- tioquía: Nicolás (Hch 6,5), los cuales, con miradas más amplias y horizontes más abiertos, comenzaron a dirigirse también a los paganos, “a los griegos”, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Mientras que a los judíos se les predicaba que Jesús era “el Mesías”, a los gentiles se les anunciaba que Jesús era “el Señor”. Para estos últimos, la palabra “Mesías” no significaba gran cosa; en cambio, el título de “Señor” estaba preñado de sentido.

 

Al emperador de Roma se le llamaba “el Señor” y se le reconocía un poder regio único, absoluto y universal, casi divino (Hch 25,26). Así pues, anunciando a Jesús como “el Señor”, los discípulos comunicaban a los gentiles su fe en Jesús no sólo como Señor del Imperio, sino como “el Señor Jesús, exaltado a la diestra de Dios y constituido Soberano del Reino escatológico” (cf. Hch 2,21.36; 7,59-60; 10, 36). La misión de Antioquía fue coronada por un éxito sorprendente: muchos abrazaron la fe y se convirtieron al Señor: “La mano del Señor estaba con ellos”. La mano es símbolo del poder divino. Dios asistía con su poder y su protección la iniciativa evangelizadora de los helenistas.

 

3. BERNABÉ ES ENVIADO A ANTIOQUÍA La noticia de la conversión de los paganos llegó a oídos de la Iglesia-madre de Jerusalén. Esta Iglesia gozaba de una natural preeminencia y ejercía ciertos derechos de supervisión respecto a las demás comunidades (cf. Hch 8,14; 9,32; 11,1; Gál 2,2).

 

Habiendo recibido buenas noticias de Antioquía, era oportuno enviar a un delegado. ¿A quién enviar a esa floreciente Iglesia? Escogieron a Bernabé de Chipre. La elección no podía ser más atinada, pues Bernabé era, como Esteban, “un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe”. La mención del Espíritu Santo es significativa. El Espíritu Santo, a través de Bernabé, impulsaría eficazmente la evangelización de los paganos. En efecto, “cuando llegó y vio la gracia de Dios, se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor”. Y una considerable multitud se agregó al Señor.

 

4. EL NOMBRE DE “CRISTIANOS” Fue en Antioquía donde por vez primera se dio a los discípulos de Jesús el nombre de “cristianos”. Probablemente los gentiles pusieron ese nombre como apodo a los seguidores de Jesús, a quien los judíos confesaban como el Mesías, en griego “el Cristo”. La aparición de este título en Antioquía hace pensar que en ese ambiente los discípulos de Jesús aparecen ya no como una secta judía, sino como un grupo religioso nuevo e independiente, cuyos miembros se reclamaban de Cristo (cf. 26,28; 1 Pe 4,16).

 

5. PABLO EN ANTIOQUÍA. Una vez instalado en Antioquía, Bernabé partió para Tarso en busca de Saulo (Hch 11,25-26). "Habiéndolo encontrado, lo trajo a Antioquía, donde permanecieron ambos un año enseñando a una multitud considerable y a los discipulos se les llamo cristianos por primera vez en antioquia". Fue hacia el año 40. Pablo tenía unos 35 años de edad y gozaba de todo su vigor.

 

6. LA COMUNIDAD CRISTIANA DE ANTIOQUÍA Antioquía era una ciudad donde había tolerancia. Prueba de ello era la integración que se había obrado entre los convertidos venidos del judaísmo y los cristianos surgidos de la gentilidad. El grupo de creyentes era de unos cincuenta.

 

Los judíos se reunían en sus sinagogas, pero los fieles gentiles no tenían un lugar público amplio para congregarse. En esta situación, comenzaron a surgir las pequeñas “iglesias domésticas”, que debieron multiplicarse. Sin embargo, un problema comenzó a presentarse, a saber: el que judíos y gentiles compartieran los alimentos en una misma mesa.

 

No se puede pensar que, de un día para otro, los judío-cristianos habían eliminado sus leyes de comida kásher y los gentiles convertidos habían adoptado las costumbres judías para sus comidas. Debió de haberse dado un término medio. Cuando los judíocristianos invitaban a comer a cristianos de la gentilidad, éstos aceptaban lo que los judíos les ofrecían, y cuando los gentiles invitaban a los judíos, éstos suponían que les ofrecían alimentos que ellos podían comer. Esta situación se comprende mejor si se tiene en cuenta que los gentiles convertidos al cristianismo habían surgido sobre todo de “los temerosos de Dios”, llamados “prosélitos”, los cuales simpatizaban con la fe judía, pero sin llegar a la circuncisión.

 

En cuanto a Pablo, una vez que fue encontrado por Cristo, llegó a la convicción de que la salvación dependía sólo de la fe en Jesús y no de las observancias de la ley, pero era tolerante con sus hermanos judíos y respetaba sus costumbres tradicionales.

¿BERNABÉ Y SAULO, ENVIADOS A JERUSALÉN? (Hch 11,27-30; 12,25) Problema previo de crítica histórica y literaria Lucas escribe en Hch 11,27-28: “Por aquellos días bajaron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, llamado Ágabo, movido por el Espíritu, se levantó y profetizó que vendría una gran hambre sobre toda la tierra; la que hubo en tiempo de Claudio”. Este texto nos hace saber que en la Iglesia de Jerusalén había profetas, como los habrá también en Antioquía (Hch 13,1). El carisma profético aparecerá también en Éfeso (Hch 19,6) y en Cesarea (21,9s).

 

Los profetas desempeñaban varias funciones, entre las cuales estaba la de anunciar ciertos acontecimientos que interesaban a la vida de las comunidades cristianas (Hch 11,28; 21,10-14). Iluminado por el Espíritu, Ágabo anunció que vendría una gran hambre sobre el Imperio romano. Ésta tuvo lugar en tiempos de Claudio. La Iglesia de Antioquía, consciente de su “comunión” con las Iglesias de Judea, quiere expresar su amor fraterno efectivo enviando algunos recursos.

 

Bernabé y Saulo fueron comisionados para llevar a Jerusalén esas ayudas. Este viaje constituye un serio problema de crítica literaria e histórica. En efecto, en su Carta a los Gálatas, Pablo dice que fue a Jerusalén “tres años” después de su vocación (Gál 1,18), esto es, hacia el año 37. Y continúa: “Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. Subí por una revelación” (Gál 2,1-2a).

 

Por lo tanto, Pablo afirma haber subido a Jerusalén sólo en dos ocasiones: el año 37 y el 51, año del Concilio de Jerusalén. Siendo así, probablemente el viaje al que alude el texto de Lucas, como también la noticia de su regreso. "Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba.Y Bernabé y Saulo, cumplido su servicio, volvieron de Jerusalén, llevando también consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos. (Hch 12:25),

 

Coinciden con el viaje que Bernabé y Saulo harán a Jerusalén para el Concilio del año 51, y del cual tratará Lucas en Hch 15:1-4. "Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. Como Pablo y Bernabé tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los ancianos, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, habiendo sido encaminados por la iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos. Y llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia y los apóstoles y los ancianos, y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos".

 

Lucas, en su libro, parece afirmar que Pablo subió a Jerusalén en cuatro ocasiones:

 

Primera, desde Tarso, en su juventud, para hacer sus estudios en la Ciudad Santa

Segunda, desde Damasco, tras su llamamiento a ser discípulo de Jesús (9,26)

Tercera, desde Antioquía, con Bernabé, para llevar una colecta a la Iglesia de Jerusalén (11,27-30; 12,25)

Cuarta, desde Antioquía, con Bernabé y otros, para el Concilio (15,1-4). 39 ¿Qué decir del segundo viaje en Hechos 11,27-30; 12,25, que no tiene correspondiente en la Carta a los Gálatas? Los estudios críticos ofrecen la siguiente solución.

 

Lucas, para la elaboración de su libro, usó tradiciones escritas: unas antioquenas, otras palestinenses, otras paulinas. Al combinar sus fuentes, tomó la tradición antioquena, discernible en 11,27-30 + 15,3ss, e intercaló dentro de ella una tradición palestinense sobre Pedro: 12,1-23, y otra tradición paulina: 13–14. En esta operación, se produjo este fenómeno: Pablo, que estaba en Jerusalén en Hch 11,30, debía ser traído a Antioquía para el viaje de 13–14, lo cual hizo Lucas mediante la nota redaccional 12,25. Al regresar del viaje, Lucas traslada a Pablo y Bernabé de nuevo a Jerusalén mediante otra nota redaccional (15,1-2).

 

En conclusión. Según la Carta a los Gálatas y según los Hechos (comprendidos a la luz de la crítica bíblica),

  1. Pablo visitó Jerusalén el año 37, tres años después de su conversión, y luego, catorce años después,
  2. en el 51, para el Concilio de Jerusalén. Un dato más confirma esta hipótesis. En Hechos 11,28 se habla de un “hambre” en el Imperio en tiempos de Claudio (41-54).
  3. Pues bien, según la historia de Roma, bajo el reinado de Claudio, hacia los años 49-50, el Imperio sufrió una gran hambre primero en Grecia y más tarde en Roma. Todo conviene, pues, para ver en Hch 11:27-30 y 15,3ss una sola visita a la Ciudad Santa. Léase de corrido  y se notará que el texto se desenvuelve con toda naturalidad.

CAPÍTULO V

PRIMER VIAJE APOSTÓLICO:

BERNABÉ Y PABLO

(Hch 13,1–14,28)

De la primavera del año 41

a abril del 46

 

1. ANTIOQUÍA, IGLESIA MISIONERA (HCH 13,1-3)

 

La idea de llevar el Evangelio a tierras nuevas debió de surgir en la comunidad de Antioquía. A la luz del Espíritu, los cristianos sintieron que esa Iglesia tenía una tarea misionera y evangelizadora que realizar en el mundo greco-romano, y esa convicción se vio confirmada por la palabra que el Espíritu inspiró a alguno de los profetas de ese lugar. La Iglesia de Antioquía estaba presidida por cinco personajes, judíos helenistas: Bernabé, Simón Niger, Lucio de Cirene, Manaén y Saulo. Bernabé era probablemente el dirigente principal, en su calidad de delegado de la Iglesia de Jerusalén. Saulo es nombrado al final tal vez por ser el último en haber llegado. Estos personajes habían recibido carismas del Espíritu Santo: eran “profetas y maestros”. Este grupo de “cinco” responsables de la comunidad de Antioquía es semejante al grupo de los “doce” apóstoles de Jerusalén (Hch 1,13; 2,14) y a los “siete” ministros helenistas de la primera Iglesia (6,5).

 

Mientras estaban ministrando al Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: “Apartade para mí a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado” (v. 2). En la traducción griega de los Setenta, el verbo griego leiturgéo designa el culto que los judíos ofrecían a Jehová en el templo de Jerusalén (2 Cr 13,10; Heb 10,11; Rom 15,16). Pues bien, en las asambleas cristianas se introdujo un culto nuevo, que consistía en oraciones, cantos y el partimiento del pan; y en esta ordenanza tenía un lugar muy especial “el Señor” Jesús. La comunidad de Antioquía celebraba al parecer, en ese momento, la santa cena (Hch 20,7) El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche..

 

La palabra del Espíritu en relación a Bernabé y Saulo es importante, pues pone de manifiesto “el llamamiento” que Dios hace a una persona para que realice una “misión”. Hay que notar que la iniciativa viene de Dios, apropiada aquí al Espíritu Santo. El llamado de Bernabé y de Saulo aparece como llamado del Espíritu Santo, un don sobrenatural, gratuito y permanente que llama y aparta a una persona para confiarle una obra que debe llevar a cabo. Entonces, después de haber ayunado, de haber orado y de haberles impuesto las manos, los dejaron partir. El ayuno y la oración van unidos.

 

En cuanto a la imposición de las manos, este rito –en esta ocasión– no significaba que la comunidad confiriera a Bernabé y a Saulo una investidura, pues ellos eran los dirigentes de la Iglesia local; quien ahora les llama y elige es directamente el Espíritu Santo. La imposición de manos es aquí un gesto de oración mediante el cual la asamblea encomienda a la gracia de Dios a los “llamados por el Espíritu Santo”. En esta descripción, Bernabé pasa primero que Saulo. Siendo un personaje enviado a Antioquía por la Iglesia de Jerusalén, él es el jefe de la misión (cf. Hch 4,36; 9,27; 11,22-30). Este viaje duró unos cinco años, desde la primavera del 41 hasta abril del 46.

 

2. LA PALABRA DE DIOS EN CHIPRE (Hch 13,4-12) El viaje a Chipre y al sur de Anatolia presenta dificultades literarias e históricas. Hay autores que eliminan de la vida del apóstol al menos la primera parte de este viaje misionero. La razón es doble. En primer lugar, Pablo nunca menciona en sus epístolas esta fase de su labor apostólica, particularmente Chipre; en segundo lugar, la falta de documentación, el esquematismo del escrito y los discursos puestos en labios de Pablo son obra evidente de Lucas. Sin embargo, la negación histórica del primer viaje de Pablo a Chipre y el sur de Anatolia central no está definitivamente probada. Se puede legítimamente pensar que si Pablo no hizo mención de esta primera fase de sus misiones fue muy probablemente porque no brotó de un proyecto propio ni fue el jefe del mismo. Además, si Pablo no mencionó más tarde esa misión fue porque esas comunidades evangelizadas dependieron directamente de la Iglesia de Antioquía.

 

Con este viaje misionero, Lucas ha querido ilustrarnos, según su proyecto, sobre cómo se fue difundiendo el cristianismo y sobre las tesis teológicas que entraron en juego. Éste es el valor teológico de la obra de Lucas. Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron a Chipre. Los nuevos apóstoles dejaron Antioquía. A pesar de su fama de ciudad pagana, Antioquía se iba convirtiendo en un centro misionero cristiano de primera importancia (Hch 13,1-3; 14,26-28; 15,35-36; 18,22).

 

El verbo griego empleado por Lucas para el envío de los apóstoles es muy expresivo: ek-pémpo. Este término encierra la idea de lanzamiento y marca muy bien el dinamismo del arranque: Bernabé y Saulo son “lanzados por el Espíritu Santo”. El Espíritu Santo los llamó, los apartó para él, y ahora los lanza a realizar una obra. Son, pues, sus enviados, sus misioneros. Después de salir de Antioquía, hicieron un camino de 25 kilómetros hasta llegar al puerto de Seleucia, donde tomaron una embarcación que les condujo a Chipre. Al llegar a Salamina, el puerto oriental de la isla, se dirigieron luego a anunciar la Palabra de Dios a los judíos. Lucas observará siempre, a través de los Hechos, que Pablo predicaba la Buena Nueva primero a sus hermanos de raza y religión (13,14; 14,1; 16,13; 17,2.10.17; 18,4.19; 19,8; 28,17.23).

 

Este método obedecía a un principio teológico, a saber: la prioridad en el anuncio de la Palabra de Dios toca a los judíos; sólo después Pablo se dirigirá a los gentiles (Hch 13,46; 18,6; 28,28). En este momento de su narración, Lucas menciona a Juan –Juan Marcos, primo de Bernabé–, quien les acompañaba y les ayudaba en el ministerio (cf. Hch 11,25; 12,12; 13,5.13; 15,39; Col 4,10; 2 Tim 4,11; 1 Pe 5,13).

 

PRIMER VIAJE APOSTÓLICO

 

BERNABÉ Y PABLO (Hch 13,1–14,28) 43 Atravesaron la isla y llegaron a Pafos. Allí, el procónsul Sergio Pablo, hombre prudente, hizo llamar a Bernabé y a Saulo, deseoso de escuchar la Palabra de Dios. Pero un falso profeta judío, el mago Bar-Jesús, o Elimas, intentaba apartar al procónsul de la fe. Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él sus ojos, le dijo: “Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no acabarás ya de torcer los rectos caminos del Señor? Pues ahora mira la mano del Señor sobre ti. Te quedarás ciego y no verás el sol hasta el tiempo oportuno”. (Hch 13,9-12), Al instante cayeron sobre él la oscuridad y las tinieblas, y daba vueltas buscando alguien que le llevase de la mano. La ceguera con la que Elimas es castigado es un signo que proyecta un doble mensaje: descubre el engaño y la maldad del mago, y proclama la verdad de la Palabra de Dios anunciada por Bernabé y por Saulo, instrumentos llenos del Espíritu Santo. Al ver lo que le había sucedido a Elimas, e “impresionado por la doctrina del Señor”  Sergio Pablo creyó.

 

El Espíritu Santo, que había “lanzado” desde Antioquía a los apóstoles Bernabé y Saulo, les acompañaba continuamente con su fuerza en la predicación de la fe y manifestaba a través de ellos su poder, derribando los obstáculos que se oponían al Evangelio. Con ocasión de la conversión del procónsul romano Sergio Pablo, Lucas ofrece por vez primera el nombre romano de Pablo. Además, a partir de esa escena, Pablo pasa a primer plano y parece ser en adelante el jefe de la misión (cf. 13,13). Es de advertir que Lucas sintetiza de manera artificial la evangelización de Chipre, pues sólo alude a Salamina y Pafos. Resulta inimaginable que, enviados por el Espíritu a evangelizar, sólo se hubieran interesado por estos dos puntos.

 

3. EN ANTIOQUÍA DE PISIDIA (13,13-52)

 

En Pafos, Pablo y sus compañeros se embarcaron para el sur de la Anatolia y llegaron a Perge, siguiendo el curso del río Aksu. Tal vez, ante la perspectiva de tener que superar y cruzar la alta cordillera del Taurus, Juan no quiso continuar la aventura y regresó a Jerusalén. Bernabé y Pablo tomaron la gran ruta de 160 kilómetros, cruzaron la cordillera del Taurus y llegaron a Antioquía de Pisidia, actualmente Yalvaç, a 1.200 metros de altitud, al pie del monte Sultán Dagh. Antioquía pertenecía a Frigia, pero en ese tiempo formaba parte de la provincia romana de Galacia.

 

Los vestigios arqueológicos muestran que Antioquía era una ciudad importante. Existía allí una población judía significativa, apoyada por las autoridades del lugar. Bernabé y Pablo entraron el shabbát en la sinagoga y, tras la lectura de la ley y de los profetas, fueron invitados por los jefes de la sinagoga a compartir una palabra de exhortación. Pablo, entonces, se levantó y pronunció su primer “testimonio” importante acerca de Jesús.

 

1. PREDICACIÓN A LOS JUDÍOS (13,16B-43) Lucas pone en labios del apóstol un resumen de la predicación a los judíos. Es su discurso inaugural, que consta de dos partes.

 

a) La primera parte, iniciada con la interpelación “varones israelitas y los que teméis a Dios...” (vv. 16b-25), es una síntesis de la historia de Israel en la que Pablo afirma que Jesús pertenece al pueblo elegido; más aún, que desciende de la familia privilegiada de David y es para Israel “un salvador”.

 

b) La segunda parte, que principia con la interpelación “varones hermanos... y los que teméis a Dios...” (vv. 26-41), contiene la propaganda sobre Jesús a los judíos:

 

1º Los judíos son los beneficiarios de esa palabra de salvación. En Jesús se cumplieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado. Inocente, fue condenado injustamente; lo descendieron del patíbulo y lo pusieron en un sepulcro, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y se manifestó a los discípulos, quedando así constituidos en testigos suyos ante el pueblo.

 

2º Pablo y Bernabé proclaman una Buena Nueva – “La promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús”. La promesa de Dios es la resurrección del Mesías, y apoyan la verdad de esta promesa en tres textos de la Escritura. Hay que notar la insistencia con la que Pablo enfatiza la resurrección de Jesús. – “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7). Según este salmo, el rey era proclamado hijo de Dios el día de su entronización

 

PRIMER VIAJE APOSTÓLICO: BERNABÉ Y PABLO (Hch 13,1–14,28) 45 regia. Ahora bien, en el caso de Jesús, siendo desde siempre el Hijo de Dios, recibió su entronización regia o mesiánica el día de su resurrección y exaltación a la derecha de Dios. – “Os dará las cosas santas de David, las verdaderas” (Is 55,3). El texto de Isaías exalta la fidelidad de Yahveh a la Alianza con David, concebida más como un don de Dios que como un contrato recíproco. Pues bien, Dios ha cumplido su promesa de Alianza perpetua con David resucitando a Jesús, su descendiente. En Jesús-Mesías resucitado para siempre se cumple la promesa de que el reino de David duraría eternamente. – “No permitirás que tu santo experimente la corrupción” (Sal 16,10). El Mesías, descendiente de David y heredero de la promesa, no podría reinar eternamente si hubiera sido presa de la corrupción. Pero como ha resucitado, reina eternamente.

 

3º Pablo termina su discurso sintetizando los beneficios de la obra de Jesús: por él es anunciado el perdón de los pecados, y el que crea en él será realmente justificado: ser justificado es pasar de ser pecador a ser justo ante Dios, y cita un texto de Habacuc para prevenir una posible falta de fe (Hab 1,5). Numerosos judíos y gentiles “que temían y adoraban a Dios”, esto es, gentiles prosélitos, se adhirieron a Pablo y a Bernabé, y éstos “les persuadían a perseverar en la gracia de Dios”. La fe es un don gratuito del Señor.

 

2. PREDICACIÓN A LOS GENTILES (13,44-52)

 

Pablo y Bernabé debieron predicar también a los gentiles, o, al menos, sabedores éstos de lo acontecido, al shabbát siguiente casi toda la ciudad se congregó para oír la Palabra del Señor. Esto llenó de envidia a los judíos, que se rebelaron contra los apóstoles. Éstos, dejando a los judíos, se volvieron hacia los gentiles. Este cambio de situaciones lo ve Lucas previsto ya en las Escrituras, y poniendo en labios de Pablo este texto de Isaías: “Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra” (Is 49,6), lo aplica al apóstol.

 

Los judíos, no obstante, incitaron contra Pablo y Bernabé a 1as damas y a los notables de la ciudad, y aquéllos tuvieron que dejar Antioquía. Sin embargo, numerosos gentiles abrazaron la fe, y la Palabra del Señor se difundió por toda aquella comarca. Los nuevos discípulos, “llenos de alegría y del Espíritu Santo”, se gozaban y glorificaban la Palabra del Señor. Lucas escribe que se convirtieron “los que estaban destinados a la vida eterna”, esto es, a la vida del siglo futuro, que alcanzarán aquellos cuyos nombres están escritos en los cielos o en el Libro de la Vida (cf. Lc 10,20; Flp 4,3; Ap 20,12).

 

4. EVANGELIZACIÓN DE ICONIO, LISTRA Y DERBE (14,1-20) Lucas procede en la descripción de la evangelización lacónicamente. Algunas anécdotas, tal vez a falta de mayor documentación, embellecen y dan colorido a la rápida presentación de los hechos. De Antioquía, Pablo y Bernabé, siguiendo la Vía Sebaste, pasaron a Iconio, la actual Konya, donde se practicaban cultos a Hércules, Zeus Mégistos y Cibeles.

 

Iconio estaba integrada en ese tiempo en la provincia romana de Galacia y también contaba con una importante colonia de judíos. Bernabé y Pablo predicaron con valentía y conquistaron para la fe a una gran multitud de judíos y de griegos. Permanecieron allí bastante tiempo. El Señor obraba mediante sus manos “signos y prodigios”, confirmando la predicación. Los judíos incrédulos excitaron a la población y se produjo un cisma: unos en pro de los misioneros, otros en contra. Al saber que los querían lapidar, dejaron Iconio y se trasladaron a Listra de Licaonia (actualmente Hatun Saray), a unos 36 kilómetros sobre la Vía Sebaste, para predicar el Evangelio.

 

En Listra, los misioneros se encontraron con un atrofiado. Pablo percibió carismáticamente que el enfermo tenía un especial don de fe para ser sanado, y se obró la curación milagrosa. Ésta ocasionó por parte de los licaonios una moción para ofrecer sacrificios a Pablo y Bernabé, creyéndolos dioses (Bernabé = Zeus; Pablo = Hermes). Pero Pablo les invitó a la conversión. Lucas aprovecha la oportunidad para poner en labios del apóstol un discurso de evangelización a los gentiles (vv. 15-17). La predicación de Pablo tiene como centro el monoteísmo más puro, enseñado y defendido por la tradición bíblica, y sus argumentos son de una teodicea acomodada al pensamiento griego

 

(Hch 13,1–14,28) 47 (cf. 1 Tes 1,9-10; Gál 4,9). Es preciso abandonar los ídolos y convertirse al Dios vivo, creador de cielos, tierra, mar y cuanto hay en ellos. Él permitió que las naciones siguieran sus propios caminos (la idolatría), pero no dejó de mostrarse cognoscible mediante sus beneficios, y siempre se manifestó providente, dando las lluvias, las estaciones, los alimentos, la felicidad. Vinieron los judíos de Antioquía y de Iconio, y sublevaron a las turbas; lapidaron a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, creyéndolo muerto. Pero él se levantó y, rodeado de los discípulos, entró en la ciudad. Al día siguiente, Pablo y Bernabé partieron hacia Derbe, a pocos kilómetros de la actual Kilbasan, donde un gran número de discípulos aceptó la fe. A pesar de la oposición de los judíos, la misión de Pablo y Bernabé, inspirada y dirigida por el Espíritu, se abrió paso en el mundo de los gentiles.

 

5. FIN DE LA MISIÓN (14,21-28) Los misioneros bien hubieran podido tomar la vía directa para regresar a Antioquía de Siria, pero Lucas cuenta que Pablo y Bernabé volvieron deshaciendo el camino recorrido: Listra, Iconio y Antioquía, para confortar a los discípulos y exhortarles a perseverar en la fe, diciéndoles además: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (v. 22). El viaje de regreso descrito en 14,21-26 tiene como finalidad, además de afianzar a los nuevos convertidos, organizar las comunidades. No es suficiente para los misioneros llevar los hombres a la fe; es necesario asegurar su perseverancia ante las dificultades inherentes a la vida cristiana: “Y designaron presbíteros en cada Iglesia y, después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído” (v. 23).

 

Esta noticia parece reflejar tiempos posteriores en la organización de las Iglesias; sin embargo, enseña algo importante. Así como la comunidad judía era presidida por “los ancianos” (Hch 4,5.8.23; 6,12; 23,14; 24,1; 25,15), así la Iglesia primitiva instituyó sus “presbíteros” para que presidieran a las comunidades de creyentes (cf. Hch 11,30; 15,2.4.6.22.23; 16,4; etc.). Es de notar que no es la comunidad, sino los apóstoles quienes eligen e instituyen a los presbíteros (cf. Tit 1,5). Atravesaron luego la Pisidia y la Panfilia, anunciaron la Palabra en Perge, se embarcaron en Atalía y se dirigieron a Antioquía, de donde habían partido. A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Y permanecieron no poco tiempo con los discípulos en Antioquía.

 

Este primer viaje apostólico, comenzado en Antioquía sobre el Orontes en Siria, terminó en la misma ciudad. Los problemas para la evangelización debieron de ser muchos y de todas clases: fue necesario un largo tiempo para sembrar la nueva fe en Jesús; muchas fueron las horas empleadas para seguir instruyendo en la nueva manera de vivir; muchas veces tuvieron que visitar los lugares evangelizados para confirmar a los que habían creído; surgieron constantes adversidades que superar: alojamiento, salud, alimentos y otros problemas más. Por lo que toca más explícitamente a la evangelización de Pisidia y Licaonia, Pablo mismo, cerca ya de su muerte, hacia el año 67, recuerda a Timoteo los sufrimientos que tuvo que soportar: “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; persecuciones que he sufrido, y de todas me ha librado el Señor.” (2 Tim 3,11).

 

6. ESQUEMATISMO EN LA NARRACIÓN DE LUCAS. Este primer viaje de evangelización duró unos cinco años (desde la primavera del año 41 a abril del 46). El autor de los Hechos ha esquematizado al máximo la actividad de los misioneros. En cuanto a los lugares de trabajo misionero, sólo ha mencionado explícitamente siete: dos en Chipre (Salamina y Pafos); cuatro en Pisidia-Licaonia (Antioquía, Iconio, Listra y Derbe), y en Panfilia solamente Perge.

 

Además, la evangelización no deja de ser en extremo lacónica: dos predicaciones en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, una en Iconio, una en Listra con ocasión de la curación de un tullido, y en Derbe sólo la mención de la ciudad. Sin embargo, algunas indicaciones del relato nos revelan que la misión fue mucho más intensa y extensa en cuanto a lugares y tiempo: “La Palabra del Señor se extendía por toda la región” (13,49).

 

En Iconio, los evangelizadores “se detuvieron allí bastante tiempo” (14,3). A Listra y Derbe se añaden “sus alrededores” (14,6). El esquematismo de Lucas en los Hechos se explica porque su intención no fue hacer una historia detallada de la vida de Pablo y de su obra, sino llevar el Evangelio hasta Roma, capital del Imperio. Por otra parte, las fuentes y la documentación del autor debieron de ser limitadas. Esta reflexión será válida para la apreciación de los demás viajes apostólicos de Pablo.

CAPÍTULO VI

SEGUNDO VIAJE APOSTÓLICO DE PABLO

 

(Hch 15:36 Después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los hermanos en todas las ciudades en que hemos anunciado la palabra del Señor, para ver cómo están.

 

Del verano del año 46 al otoño del 51 Antes de acompañar a Pablo en su segundo viaje apostólico, hay que hacer algunas precisiones de cronología.

 

1. Según los Hechos de los Apóstoles, después de escribir que Bernabé y Pablo permanecieron en Antioquía no poco tiempo con los discípulos, Lucas habla de una controversia habida en Antioquía, entre judío-cristianos llegados de Jerusalén y cristianos venidos de la gentilidad, acerca de la obligación de recibir la circuncisión (Hch 15,1-4). En seguida, Lucas trata de otra controversia celebrada en Jerusalén para resolver el problema de la circuncisión de los gentiles convertidos (Hch 15,5-29). Ordinariamente, se situaba este Concilio de Jerusalén hacia el año 49 (BJ, 1975, p. 1.805).

 

2. Sin embargo, historiadores contemporáneos, ciñéndose más a los datos que Pablo ofrece en su Epístola a los Gálatas, sitúan las controversias de Antioquía y de Jerusalén después de la segunda misión de Pablo. La razón de esta conclusión parte de la afirmación del apóstol en su Carta a los Gálatas: “Cuando Aquel que me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo…, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días en su compañía” (Gál 1,15-18). Si se toma esta cronología como punto de partida, y suponiendo que la conversión de Pablo tuvo lugar hacia el año 33, se tienen las siguientes conclusiones: Pablo estuvo primero poco tiempo en Arabia (año 34) y regresó a Damasco, donde permaneció tres años (35-37).

 

En seguida, subió a Jerusalén a entrevistarse con Pedro y se fue a Tarso. “Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito” (Hch 2,1). Según este dato, los catorce años van del 37 al 51. Ahora bien, si el primer viaje terminó el año 46, el segundo viaje apostólico de Pablo se desarrolló desde el verano del 46 al otoño del 51. Fue, por tanto, después de este segundo viaje cuando tuvieron lugar las controversias en Antioquía y en Jerusalén. Teniendo en cuenta las conclusiones recientes de los historiadores, hemos preferido seguir esta cronología. Las fuentes para este segundo viaje apostólico de Pablo seguirán siendo las cartas del apóstol y el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 15,36–18,22). Lo que leemos en los escritos de Pablo son afirmaciones directas del apóstol, mientras que la intención de Lucas es contar, mediante unos cuantos acontecimientos representativos y según su propio estilo, cómo pasó el Evangelio de Asia a Europa, llegando al corazón de Grecia: Atenas y Corinto.

 

1. INICIO DEL VIAJE: “ENCOMENDADO A LA GRACIA DEL SEÑOR” (Hch 15,36-40) Pasado algún tiempo, Pablo invitó a Bernabé a visitar las ciudades por ellos evangelizadas. Bernabé quería que Juan Marcos los acompañara. Pablo se resistió, pues Marcos se había separado de ellos en Panfilia (13,13). Se produjo tal tensión que los dos apóstoles se separaron. Posiblemente también la causa de la separación fue una diferencia de caracteres. En cuanto a la doctrina y a la práctica misionera, Pablo y Bernabé estaban de acuerdo. Más tarde irán juntos a la Asamblea de Jerusalén (Gál 2,1). Este acontecimiento tan humano y tan real es elocuente. Dios se vale misteriosamente aun de las debilidades del hombre para llevar a cabo sus planes. A partir de este momento, Bernabé y Pablo siguen cada uno su camino y realizan cada uno su misión. Bernabé tomó a Marcos y se embarcaron para Chipre; Pablo eligió como compañero 52 PABLO, APÓSTOL DE CRISTO a Silas, llamado también Silvano (1 Tes 1,1; 2 Tes 1,1; 2 Cor 1,19; 1 Pe 5,12), y partieron encomendados a la gracia de Dios.

 

2. A TRAVÉS DE SIRIA Y CILICIA: DERBE, LISTRA, ICONIO, ANTIOQUÍA (Hch 16,1-3) Los misioneros recorrieron Siria y Cilicia, afianzando en la fe a las Iglesias ya evangelizadas: Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia. En Listra, Pablo conoció a Timoteo, hijo de Eunice, mujer judía creyente y de padre griego (2 Tim 1,5), y lo hizo circuncidar en vista de los judíos de aquellos sitios, pues, siendo hijo de una judía, y por lo tanto israelita, podía ser considerado como apóstata si no recibía la circuncisión. Timoteo debía de ser muy joven (20 años) pues 16 años más tarde Pablo le escribirá todavía: “Que nadie menosprecie tu juventud” (1 Tim 4,12). Pablo lo tomó consigo, y Timoteo fue hasta el fin uno de los colaboradores más fieles del apóstol (Hch 17,14; 18,5; 19,22; 20,4; 1 Tes 3,2.6; 1 Cor 4,17; 16,10; 2 Cor 1,19; Rom 16,21; 2 Tim). El autor de los Hechos nos informa de que las Iglesias iban creciendo en número de día en día. Luego, en densa síntesis, nos hace percibir que el itinerario y el plan de trabajo de los misioneros estaban dirigidos por el Espíritu. Al salir de Antioquía, Pablo quería dirigirse hacia la provincia romana de Asia, por la “Gran Ruta” que conducía a Éfeso, la capital, pero fue impedido por el Espíritu. El autor de los Hechos no manifiesta cuáles fueron las circunstancias concretas con las que el Espíritu Santo manifestó su voluntad; en todo caso, los misioneros tuvieron que cambiar de plan.

 

3. LA EVANGELIZACIÓN DE LOS GÁLATAS Fue en este momento cuando Pablo, con ocasión de una enfermedad, “debilidad de la carne”, comunicó a los gálatas el Evangelio (Gál 4,13). Saliendo de Antioquía de Pisidia, los misioneros tomaron el camino hacia el norte, atravesaron Frigia y llegaron a Galacia, donde había tres ciudades importantes: Pesinonte, Germa y Ancira (Ankara). Probablemente fue Pesinonte la primera ciudad visitada por Pablo. Esta ciudad es la actual Balhisar, capital de los tolistobogos, la más occidental de las tres tribus celtas de Galacia, cuyos ancestros habían venido de los Pirineos en el siglo III a.C.  (Hch 15,36–18,22) 53 Galacia no había sido helenizada, y Roma impuso su autoridad en el país a partir de Pompeyo en 63 a.C. Los gálatas formaban un mundo aparte, eran de una raza diferente. Hablaban su propio idioma, y el griego era la segunda lengua de la región; eran paganos y no había allí judíos. Siendo así, Pablo les pudo comunicar directamente el Evangelio de Jesús: la salvación se obtiene por la fe en Jesús, Cristo crucificado, el Señor, el Hijo de Dios.

 

Los gálatas aceptaron con gozo la predicación de Pablo, y así pudo escribirles más tarde: “Bien sabéis que una enfermedad me dio ocasión para evangelizaros por primera vez; y, no obstante la prueba que suponía para vosotros mi cuerpo, no me mostrasteis desprecio ni repulsa, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús… Yo mismo puedo dar testimonio de que os hubierais arrancado los ojos, de haber sido posible, para dármelos” (Gál 4,13-15).

 

La enfermedad de Pablo debió de ser algo inesperado y severo, que a la vista causaba cierta repugnancia. No se puede saber qué clase de enfermedad fue la que sufrió. Sin embargo, de este texto no se puede deducir que Pablo fuera enfermizo y que su constitución física fuera débil. Al contrario, la constitución de Pablo debió de haber sido admirable, y su resistencia física, a toda prueba. Basta pensar en los miles de kilómetros que recorrió a pie durante sus viajes apostólicos, en el dinamismo de su ministerio y en las múltiples pruebas que tuvo que soportar durante su vida (2 Cor 1,3- 10; 4,7-12; 11,23-33).

 

LA PREDICACIÓN A LOS GÁLATAS Por la carta que el apóstol envió a los gálatas años más tarde, se puede deducir cuál fue el contenido de su predicación. Subrayemos cinco puntos:

 

1º La presentación de Cristo crucificado: “¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?” (3,1).

 

2º El misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre!” (4,4-6).

 

3º La efusión del Espíritu Santo y de sus carismas: “Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne?... El que os otorga el Espíritu y obra milagros entre vosotros ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación? (3,2-5).

 

4º El bautismo en Cristo ha creado la igualdad entre todos y ha destruido las diferencias entre los hombres, gracias a la unión de todos en Cristo: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (3,27-28). Pablo tuvo una experiencia espiritual excepcional de este “ser revestido de Cristo”, o estar unido, injertado, transformado en Cristo por el bautismo, que le llevó a exclamar: “¡Con Cristo estoy crucificado!, y vivo ya no yo, sino que vive en mí Cristo. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe, en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (2,19b-20).

 

5º Hay una diferencia radical entre vivir según la carne o según el Espíritu: “Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os lo previne. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, amplitud de alma, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí: contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne, con sus pasiones y sus apetencias” (5,19-24). (Hch 15,36–18,22) 55

 

La evangelización a los gálatas debió de ser difícil, realizada entre tribulaciones y sufrimientos como dolores de alumbramiento: “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (4,19). La meta para el apóstol no fue sólo la primera evangelización, sino tratar de la transformación en Cristo de sus hijos. La misión de Pablo entre los gálatas debió de durar un tiempo considerable: pudo ser desde finales del verano del 46 al verano del 47.

 

4. EL EVANGELIO PASA DE ASIA A EUROPA:

 

FUNDACIÓN DE LA IGLESIA DE FILIPOS Habiendo dejado Galacia, y estando ya cerca de Misia, Pablo intentó dirigirse a Bitinia, probablemente a las ciudades de Nicea y Nicomedia, para llevar la Palabra, pero por segunda vez “no se lo consintió el Espíritu de Jesús” (Hch 16,6-7). Por “la Palabra” se entiende el Evangelio o la Buena Nueva acerca de Jesús. El Espíritu Santo aparece como el alma de la tarea evangelizadora. Hay una relación estrecha entre Jesús y el Espíritu, y Lucas la pone de manifiesto al referirse al Espíritu como “el Espíritu de Jesús”.

 

Después de atravesar Misia y de recorrer unos 640 kilómetros, Pablo y sus compañeros llegaron a Tróada, sobre la orilla noroeste del Mediterráneo en Turquía, cerca de los Dardanelos. Era hacia la mitad del verano del 48. Tróada era una ciudad importante, con una muralla de ocho kilómetros y una población de 40.000 habitantes. Tal vez Pablo pensó sembrar allí el Evangelio. Pero, estando en Tróada, Pablo tuvo por la noche una visión. Un macedonio estaba de pie suplicándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Sabemos que Pablo era un carismático, e iluminado con el don de discernimiento descubre en la visión del macedonio la voluntad clara del Señor y toma la resolución de embarcarse para Macedonia. Lucas comenta: “...inmediatamente intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarlos” (Hch 16,10).

 

Debemos notar que el relato pasa bruscamente a la primera persona de plural; es la primera “sección-nosotros” del libro de los Hechos; pero esto no quiere necesariamente decir que Lucas estaba presente; pudo utilizar la fuente de un testigo ocular. La “sección-nosotros” dice: “Nos embarcamos en Tróada y fuimos derechos a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de la demarcación de Macedonia y colonia romana” (Hch 16,11).

 

El trayecto entre Tróada y el puerto de Neápolis es de 112 kilómetros. Gracias a buenos vientos pudieron atravesar ese mar sembrado de islas e islotes. Llegados a Neápolis, continuaron luego a Filipos, que se halla a 14 kilómetros de distancia. La provincia romana de Macedonia, cuya capital era Tesalónica, estaba dividida en cuatro distritos. Filipos formaba parte del primero que tenía como cabecera a Anfípolis. Situada sobre la Vía Egnatia (que iba de Neápolis a Dyrrachium-Durazzo, puerto sobre el Adriático), Filipos se había convertido en colonia romana después de la célebre batalla del 42 a.C. Marco Antonio la pobló con los veteranos de sus legiones. Después de la batalla de Actium (promontorio de Grecia célebre por la victoria naval de Augusto sobre Marco Antonio, en el año 31 a.C.), recibió un nuevo contingente de colonos ítalos. Era, pues, una ciudad esencialmente latina: su administración estaba calcada sobre la de Roma. Filipos fue, pues, la primera ciudad de Europa que recibió el Evangelio de Jesús. Los fuertes lazos que ligaron a los fieles de Filipos con el apóstol suponen una evangelización que debió de durar poco más de un año: del verano del año 48 al verano del 49.

 

En su Epístola a los Filipenses, Pablo menciona a tres mujeres que colaboraron intensamente con él en la evangelización: Lidia, Evodia y Síntique, y a tres varones: Clemente, Sícigo y Epafrodito. La Iglesia de Filipos guardó siempre lazos de amistad con Pablo, y la generosidad de los mismos vino con frecuencia en ayuda de las necesidades económicas del apóstol (Flp 4,15-16). El afecto de Pablo por los filipenses se manifiesta en estas palabras de su carta: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, (Hch 15,36–18,22) 57 quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1,3-6). Lucas ha sintetizado la misión de Filipos, conservando tres episodios: el primero al principio de la evangelización, y el segundo y el tercero al final de la estancia en Filipos.

 

1. La evangelización a los judíos, fuera de la ciudad, por la puerta de Marte, a la orilla del río (Hch 16,13-14) El sábado salieron los misioneros a buscar el lugar de la oración. Siendo pequeña la comunidad judía, no había sinagoga, pero las aguas del río servían para las abluciones rituales. Pablo encontró sólo mujeres, entre las cuales había una “temerosa de Dios”, llamada Lidia, originaria de Tiatira, vendedora de púrpura. La primera conquista para el Evangelio fue una mujer griega que adoraba a Dios. El Señor le abrió el corazón para que recibiera las palabras de Pablo. La conversión requiere, ante todo, una iniciativa divina (Jr 31,18b; Sal 80,4). Y Lidia y su casa recibieron el bautismo. El bautismo es el rito de agregación al movimiento religioso de Jesús. Y, como en el caso de Cornelio (Hch 10,44), también la familia de Lidia recibió el bautismo. Pablo se sintió obligado a aceptar la hospitalidad que le ofreció Lidia. Más tarde el apóstol agradecerá las ayudas de los filipenses, ayudas que no quiso aceptar de otros (Flp 4,10-18; 1 Tes 2,9; 2 Tes 3,8; 1 Cor 9,1-18).

 

2. La liberación de la pitonisa (vv. 16-18) Una esclava estaba poseída por un “espíritu adivino”, llamado literalmente “espíritu pitón”, en relación con la serpiente Pitón del oráculo de Delfos, y procuraba mucho dinero a sus dueños. Este espíritu sabe que Pablo y sus compañeros son siervos del Dios Altísimo, que anuncian un camino de salvación. Hay que recordar que los demonios daban testimonios semejantes sobre Jesús (Mc 1,24.34; 3,11; 5,7). Pablo reconoció, mediante el carisma del discernimiento, que un espíritu malo esclavizaba a aquella muchacha. Un breve exorcismo en nombre de Jesús-Mesías fue suficiente, y el demonio salió al instante. Pero esto ocasionó pérdidas económicas para los amos de la esclava, que levantaron persecución contra Pablo y Silas. 

 

3. Prisión de Pablo y de Silas y su liberación (vv. 19-40) Lucas nos ofrece aquí una admirable narración llena de vida. El relato, leído de corrido, presenta dificultades históricas que fácilmente saltan a la vista, ¿No es exagerado que el carcelero quisiera suicidarse, pese a que todo lo sucedido podría explicarse a causa del terremoto? ¿Cómo concebir que en una sola noche hayan tenido lugar el anuncio de la Palabra del Señor al carcelero y a los de su familia, la recepción del bautismo por todos ellos, y la cena en casa del convertido? ¿A qué horas fueron conducidos nuevamente Pablo y Silas a la prisión? ¿Cómo explicar estas dificultades? Ante todo, Lucas no intentó, con su relato, hacer una crónica, con detalles históricos, de los acontecimientos sucedidos en una sola noche, sino que quiso manifestar el poder de Dios en la evangelización. Según su costumbre, entrelazó en un mismo relato dos historias diferentes: una sobre el arresto de los misioneros y su liberación al día siguiente y otra sobre la conversión del carcelero y de su familia (vv. 25-34). Este aglutinamiento de sucesos no es raro en la obra de Lucas (cf. Lc 4,16-30; Hch 15,1-30).

 

4.- En nuestro caso, al combinar estas dos historias, Lucas quiso narrar un gran “acontecimiento salvífico”, integrado por varios elementos, a saber: la predicación de la Palabra inquietó a los romanos (vv. 19-21); Pablo y Silas fueron azotados a causa del Evangelio y dieron por ello gloria a Dios (vv. 22-25). Dios intervino milagrosamente mediante un terremoto para librar a sus misioneros (vv. 26-28); el milagro fue un signo que provocó en el carcelero la fe en el Señor Jesús: él y su familia recibieron el bautismo y se regocijaron por haber creído en Dios (vv. 29-34). Pablo y Silas, siendo ciudadanos romanos, defendieron sus derechos, pues la ley Porcia prohibía que los ciudadanos romanos fueran azotados.

 

5. LA EVANGELIZACIÓN DE TESALÓNICA Al dejar Filipos, Pablo y sus compañeros tomaron la Vía Egnatia, que les llevaría hasta Tesalónica, pasando por Anfípolis y Apolonia. La distancia entre Filipos y Anfípolis es de unos 47 kilómetros; de Anfípolis a Apolonia, de 45; y de esta ciudad a Tesalónica, de 55 kilómetros. A pesar de que Anfípolis era una ciudad más importante que Filipos, Pablo no se detuvo en ella (Hch 17,1). Así pues, después de una semana de camino, llegaron a Tesalónica. Tesalónica fue fundada en el año 315 a.C. por Casandro, quien la llamó Tesalónica por el nombre de su esposa, media hermana de Alejandro Magno. Capital de la provincia de Macedonia, era una ciudad libre y próspera. Además de los naturales del lugar, había en ella numerosos extranjeros; entre otros, judíos atraídos por el comercio de la región.

 

El amplio contenido de la primera epístola de Pablo a los tesalonicenses y la alusión a cierta organización (1 Tes 5,12-22) nos hacen pensar que la evangelización debió de durar no sólo tres semanas, como podría deducirse del relato sucinto de Lucas (Hch 17,1-9), sino más o menos un año: desde el verano del 49 a la primavera del 50. La mayor parte de los convertidos fueron de origen pagano y de clase trabajadora, si no explotada (1 Tes 4,11). Por eso, la predicación de Pablo sobre un Jesús-Mesías-rey, a quien dieron muerte, pero que resucitó (1 Tes 4,14), conquistó la benevolencia de los tesalonicenses, que aceptaron la Buena Nueva y pensaron en un rey que comprendía la situación de pobreza en que vivían. No pudiendo recibir ayuda de alguna persona de grandes recursos económicos, Pablo tuvo que trabajar en su oficio manual: “Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios” (1 Tes 2,9; cf. 2 Tes 3,8). Afortunadamente, un buen día le llegaron subsidios económicos de la Iglesia de Filipos (Flp 4,16; 2 Cor 11,8). Pablo se entregó con toda valentía a la evangelización de los tesalonicenses, en medio de frecuentes luchas y tribulaciones (1 Tes 2,2). La predicación del apóstol tocó puntos esenciales de la fe:

 

1º La conversión al único Dios vivo y verdadero, abandonando a los dioses falsos: “Os convertisteis a Dios, tras haber abandonado a los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero” (1,9).

 

2º La adhesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios, que murió por nosotros y resucitó para nuestra salvación definitiva, y que ha de venir de los cielos y así viviremos juntos con él (1,10; 5,10). 

 

3º El Espíritu Santo, don de Dios y fuente de santidad y de carismas para los creyentes: “No nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace el don de su Espíritu Santo” (4,7-8). “No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías: examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal” (5,19-22).

 

4º Una vida de santificación progresiva: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (4,3). De esta forma, los cristianos se convierten en luz para el mundo: “Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche, ni de las tinieblas” (5,5).

 

5º La resurrección futura de los creyentes, el día de la venida del Señor: “Hermanos: …si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús” (cf. 4,13-18). Los tesalonicenses, por su parte, correspondieron al trabajo evangelizador de Pablo y recibieron con gozo y corazón abierto, si bien en medio de muchas tribulaciones (1,6), la Palabra de Dios: “Al recibir la Palabra de Dios, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes” (2,13).

 

Con todo esto, los Tesalonicenses le llegaron a ser muy amados. Sus sentimientos paternales quedaron impresos en frases como las siguientes: “Con vosotros nos mostramos amables, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos” (2,7-8).

 

“Como un padre a sus hijos, lo sabéis bien, a cada uno de vosotros os exhortábamos y alentábamos, conjurándoos a que vivieseis de una manera digna de Dios, que os ha llamado a su Reino y gloria” Lucas sintetizó en sólo dos cuadros la evangelización de Tesalónica (Hch 17,1-9).

 

Según su tesis, Pablo se dirigió primero a los judíos y, durante tres sábados, trató de mostrarles, basándose en las Escrituras, que el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos y que “ese Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio”. Abrazaron la fe algunos judíos, algunos “adoradores de Dios”, unos griegos y buen número de mujeres principales. Sin embargo, los judíos, llenos de envidia, movieron persecución contra Pablo y Silas. No encontrándolos, llevaron ante las autoridades de la ciudad a Jasón (Rom 16,21), en cuya casa se alojaban los misioneros, y a algunos hermanos. La acusación contra Pablo y Silas era que contravenían los “decretos de César” diciendo que había otro rey: Jesús. Esto parecía un atentado contra la soberanía del emperador. El pueblo y los magistrados se alborotaron, y sólo los dejaron ir mediante una fianza de Jasón y de los demás. Pablo y Silas salieron de Tesalónica, pero el Evangelio había quedado sembrado “no sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo” (1 Tes 1,5).

 

Al dejar Tesalónica, Pablo y Silas normalmente hubieran podido tomar la Vía Egnatia, que les conduciría hacia el oeste, hasta el Adriático, pero, tal vez para evitar la persecución, prefirieron hacer una desviación por una vía secundaria hacia Berea. Por otra parte, los misioneros pudieron también tener el proyecto de llevar el Evangelio hasta el sur de Grecia: Atenas y Corinto. Lucas, con su concisión acostumbrada, hace un resumen de los acontecimientos. Pablo y Silas llegaron a Berea. Como de costumbre, se dirigieron primero a los judíos, y muchos “aceptaron la Palabra con todo corazón”. También numerosos griegos y mujeres distinguidas creyeron, pero judíos venidos de Tesalónica alborotaron a la gente (Hch 17,10-15). Entonces, los hermanos hicieron partir a Pablo por mar, posiblemente con algunos compañeros, desde el puerto de Pydna, y navegaron 500 kilómetros por la costa rocosa hacia el sur, hasta llegar a algún puerto en las cercanías de Atenas. Según Lucas, Silas y Timoteo permanecieron en Berea, pero, según 1 Tes 3,1-3, Timoteo está con Pablo en Atenas, y de allí lo envía a Tesalónica. Más tarde, Silas y Timoteo se encontrarán con Pablo en Corinto (Hch 18,5; 1 Tes 3,6).

 

6. PABLO, EN ATENAS Atenas fue una de las grandes ciudades de la Grecia antigua. Su importancia política y artística había llegado a su cumbre en tiempo de Pericles (siglo V a.C.); sin embargo, guardaba todavía su antiguo prestigio y era la atracción, sobre todo, de poetas y escritores, como Cicerón, Virgilio, Horacio, Propercio, Ovidio. Pablo mismo pudo ver en todo su esplendor el Partenón, con la estatua de Palas Atenea cincelada por Fidias; el Erecteion, el templo de Nike (la Victoria), los Propileos y el Teatro de Dionisio, donde nacieron las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides; el ágora de Zeus y otros monumentos más. En su Epístola a los Tesalonicenses, Pablo sólo menciona su paso por Atenas (1 Tes 3,1).

 

Su gran preocupación era la Iglesia de Tesalónica: Pablo no había podido terminar la instrucción en la fe de los tesalonicenses, y éstos quedaban expuestos a ser perseguidos; como consecuencia, podía enfriarse su fe o incluso volverse atrás. Pablo quiso regresar a Tesalónica varias veces, pero Satanás se lo impidió. Esta afirmación puede ocultar alguna enfermedad o algún obstáculo severo (1 Tes 2,18). Por eso, no soportando más, Pablo decidió enviar desde Atenas a Tesalónica a Timoteo, “hermano nuestro y colaborador de Dios en el Evangelio de Cristo, para afianzaros y daros ánimos en vuestra fe, para que nadie vacile en esas tribulaciones” (1 Tes 3,1-3). La distancia entre Atenas y Tesalónica era de 500 kilómetros; además, hay que suponer unos quince días de estancia de Timoteo en Tesalónica y, luego, añadir el tiempo de regreso. Todo esto suponía por lo menos dos meses, durante los cuales Pablo pudo proclamar el Evangelio en Atenas, aunque al parecer sin gran éxito, debido tanto a las fuertes inquietudes que tenía acerca de los tesalonicenses como a las actitudes de autosuficiencia y frivolidad de los atenienses.

 

A Lucas, en cambio, la presencia y la predicación de Pablo en la “capital de la ciencia y del saber” le parecieron importantes y les dedicó un amplio apartado (Hch 17,16-34). Atenas se presentaba como el emporio de la filosofía, de la ciencia, del arte y, sobre todo, de la sabiduría humana. Según la visión de Lucas, el apóstol debió de sentir satisfacción espiritual al proclamar el mensaje de Jesús en el centro intelectual del mundo y en la ciudad del humanismo. Esta polis, que se creía la luz de toda la humanidad, recibía finalmente la verdadera Luz de Cristo. “La actividad misionera de Pablo alcanza aquí una de sus cumbres; el testigo de Cristo se encuentra con el paganismo en su mismo hogar y acepta luchar con las mismas armas: la sabiduría de los filósofos” (Dupont).

 

1. PRIMEROS CONTACTOS (Hch 17,16-21) Mientras Pablo les esperaba en Atenas, estaba interiormente indignado al ver la ciudad llena de ídolos. La capital de los filósofos se presentaba también a la mirada de Pablo como la ciudad idólatra por excelencia. La alusión a los “ídolos” marca desde un principio la orientación del discurso que Pablo va a pronunciar. Lucas nos ofrece un cuadro sintético de las personas a quienes Pablo dirigió su palabra: discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios; diariamente en el ágora se dirigía a los que se encontraban allí, y mantuvo también conversaciones con algunos filósofos epicúreos y estoicos. Los epicúreos eran materialistas.

 

La felicidad, para ellos, se encontraba en la quietud del espíritu, libre del temor a la muerte y a los dioses: había que buscar la mayor cantidad de placeres y la menor mezcla de dolores; según ellos, el alma, al morir, regresaba a los átomos indivisibles de donde había sido formada. Los estoicos eran panteístas. Su ideal era liberarse de todas las pasiones perturbadoras y hacerse insensibles a todas las cosas que se consideraban moralmente indiferentes, como el placer, los honores, la riqueza.

 

A veces llegaban a cierta elevación moral. Las reacciones ante la predicación de Pablo fueron diferentes. Unos comentaban: “¿Qué querrá decir este charlatán?”. Otros: “Parece que es un predicador de divinidades extranjeras”, porque anunciaba a Jesús y a la Resurrección; esto es, creían que Jesús era un dios y que su diosa compañera era Anástasis (Resurrección). Siendo así, le tomaron, le llevaron al areópago y le dijeron: “¿Podemos saber cuál es esa nueva doctrina que tú expones? Pues te oímos decir cosas extrañas y nos gustaría saber qué es lo que significan”. Todos los atenienses y los forasteros que allí residían dedicaban el tiempo a oír y comunicar la última novedad.

 

El areópago designa no tanto la colina situada cerca de la Acrópolis cuanto el “Consejo Supremo” de Atenas, que se reunía antiguamente sobre esa colina, pero que en tiempos de Pablo celebraba sus sesiones bajo el pórtico real, a orillas del ágora, precisamente donde Sócrates había sido juzgado. Algunos opinan que Pablo fue acusado y conducido a la fuerza ante el tribunal del areópago para un proceso formal. Sin embargo, hay que pensar, más bien, que Pablo fue llevado ante una comisión del Consejo del Areópago, la Comisión de Educación, encargada de vigilar la instrucción y, por tanto, las doctrinas. No se trata, pues, ni de un proceso legal ni de una simple charla bajo los árboles de la colina, sino de un interrogatorio oficioso hecho a Pablo por la Comisión de Educación, órgano del Consejo del Areópago, que vigilaba y tutelaba la instrucción, los movimientos intelectuales y las doctrinas novedosas.

 

2. DISCURSO EN EL AREÓPAGO (Hch 17,22-31) Algunos autores creen que el discurso en el areópago presenta nociones de filosofía estoica extrañas al mensaje cristiano primitivo y al mensaje paulino en particular. Otros piensan que el discurso refleja las reacciones de un cristiano que escribe en un ambiente pagano hacia el año 100, y que brota de los temas estoicos y de la filosofía popular más que de la predicación judío-cristiana. Estas opiniones parecen demasiado radicales. Pensamos, más bien, que el discurso de Pablo en el areópago –obra de Lucas– es un ejemplo de la propaganda judío-cristiana ante el mundo greco-romano, cuyo mejor paralelo es Rom 1,18-32. Más aún, Lucas es el redactor de este discurso; él no escuchó a Pablo, pero Lucas y Pablo estuvieron unidos por una profunda simpatía humana e intelectual. Uno y otro, el judío helenista y el médico griego, se movían con la misma facilidad en las diversas sociedades que encontraban en su camino. En otras palabras, a través de la pieza literaria de Lucas podemos encontrar ideas de Pablo y elementos de otros evangelizadores del primer siglo del cristianismo.  (Hch 15,36–18,22) 65

 

1º Introducción (vv. 22-23) Pablo, de pie en medio del areópago, dijo: “Varones atenienses: veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad, pues, al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar”. Es un elogio sagaz. Pablo no predica una divinidad extraña, sino una divinidad ya honrada por los atenienses: “el Dios desconocido”. En efecto, los paganos dedicaban altares a los dioses desconocidos por el temor de atraerse el resentimiento de alguna divinidad cuya existencia ignorasen.

 

2º Exposición doctrinal (vv. 24-31)

 

a) Polémica antiidolátrica (vv. 24-29) Pablo no va a probar la existencia de Dios. Ésta se supone admitida. El apóstol parte de su fe monoteísta, cumbre insospechada para la filosofía griega. El verdadero problema es conocer a Dios: un Dios único, viviente, todopoderoso, creador y activo en la naturaleza y en la historia, autor de un orden moral. En una palabra, el Dios de la Biblia. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por mano de hombres, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas”. Dios, creador de cuanto existe, está dotado del atributo de inmensidad, esto es, no puede ser medido.

 

Dios es un ser trascendente, Señor de cielos y tierra, que no puede ser encerrado en templos hechos por manos de hombres, ni puede quedar limitado dentro de los estrechos límites de un recinto, ni necesita los servicios del culto de los hombres. La argumentación de Pablo se apoya en la tradición bíblica más pura (Ex 20,11; 1 Re 8,27; Is 42,5; 66,1-2). Los estoicos, por otros motivos, excluían para la adoración del Ser supremo altares, templos e imágenes; sólo exigían pureza de vida  y de pensamiento. Los epicúreos decían que los dioses son seres felices por excelencia y no necesitan nada de los hombres. Pablo, por su parte, proclama la suprema independencia del Dios creador, pero con ella exalta su providencia universal: “A todos da vida, aliento y todas las cosas”.

 

Es fácil descubrir en las afirmaciones de Lucas-Pablo el fondo de la tradición religiosa de la Biblia (Is 42,5; 2 Mac 7,23). “Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra, y determinó con exactitud los tiempos y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: ‘Porque también somos linaje suyo’”.

 

Pablo se encuentra en Atenas, donde ha regido el sistema político y social de la polis: la estrecha unidad de los ciudadanos en torno a su divinidad protectora Palas Atenea (Minerva). Pues bien, ampliando sus perspectivas, el apóstol afirma la unidad de todos los hombres y, como consecuencia, la creencia en un Dios único. Se perciben los ecos de la doctrina de Génesis 1–2. Este Dios determinó para cada pueblo su propio territorio (Dt 32,8) y señaló “los tiempos”, esto es, las diferentes épocas de la historia en las que ha manifestado su continua acción divina. Esta intervención de Dios ha tenido una finalidad, a saber: que los hombres busquen la divinidad.

 

Esta búsqueda no es una investigación teórica de la causa primera, sino un conocimiento de fe y de obediencia que conduce a una moral y a un culto. Se trata, pues, no de pasar de la ignorancia al conocimiento racional, sino de la idolatría a la verdadera religión. ¿Y será posible encontrar a Dios? Sí, pues no se encuentra lejos de nosotros, ya que “en él vivimos y nos movemos y somos”.

 

Esta frase densa se inspira en el poeta Epiménedes de Cnosos (siglo VI a.C.), pero de ninguna manera afirma un panteísmo estoico, según el cual el hombre participa de la naturaleza de la divinidad y llega a conocerla por una suerte de connaturalidad, sino que tras la preposición “en” se encuentra la noción de causalidad. De esta forma, toda nuestra vida se encuentra en dependencia de Dios (cf. Dt 4,29: Is 55,6). Y, a manera de confirmación, Pablo aduce un dicho de Aratus  (Hch 15,36–18,22) 67 glo III a.C.): “Porque también somos linaje suyo” (Fenómenos, 5).

 

Por la tradición bíblica, los cristianos conocen el parentesco íntimo que hay entre Dios y el hombre, hecho a su imagen y conforme a su semejanza (Gn 1,26): “Si somos, pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad es algo semejante al oro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humanos”. En conclusión, si somos de la raza de Dios y somos vivientes, Dios es también un viviente, y se le debe honrar como a tal, sin rebajarlo al nivel de las cosas muertas. Con estas palabras, el autor ha pronunciado un fuerte discurso contra la idolatría inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento (Dt 4,28; Is 40,18; 46,5-6; Sal 105,3-8.

 

b) Invitación a la conversión (vv. 30-31) “Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en el que va a juzgar al mundo con justicia, mediante el hombre que ha designado, de quien nos ha dado a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos”.

 

Estos versículos presentan elementos de carácter netamente cristiano: la paciencia de Dios (Rom 3,25-26); la invitación a la conversión interior (Mc 1,15; Hch 2,38); el universalismo de la salvación (Lc 24,47); el juicio divino a través de un hombre constituido en juez universal por su resurrección de entre los muertos (Mt 13,41-43; 16,27; 19,28; Hch 10,42). Este papel de juez universal se une a su función de Señor, Mesías, Salvador y Liberador (cf. Hch 2,36; 3,20-21.26: 4,12; 5,31). Es de notar que el discurso de Lucas-Pablo no tocó el punto esencial de la muerte de Jesús en la cruz, sino que pasó directamente a la resurrección.

 

3º Resultado del discurso (17,32-34) Al oírle hablar de la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: “Sobre esto ya te oiremos otra vez”. Así salió Pablo de en medio de ellos. Pablo no enseñó ningún despropósito peligroso. Sólo habló de un hombre que ha resucitado, pero esto era tan falto de sentido para los atenienses, que no le merecieron atención. “En el mundo griego, incluso entre los cristianos, la doctrina de la resurrección encontró muchas dificultades para vencer los naturales prejuicios” (cf. 1 Cor 15,12s). Los sanedritas de Jerusalén condenaban y perseguían el mensaje cristiano; los areopagitas de Atenas se contentaron con reírse de él. El fracaso de Pablo en Atenas fue casi total. En lo sucesivo, su predicación rechazará los adornos de la sabiduría griega” (cf. 1 Cor 2,1-5; BJ, p. 1.623). Sin embargo, la gracia produjo sus frutos: “Algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos. Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos” (17,34).

 

7. FUNDACIÓN DE LA IGLESIA DE CORINTO (Hch 18,1-22) Corinto está en el Peloponeso, a 65 kilómetros de Atenas. Cicerón, en su discurso Pro Lege Manilia, presenta a la antigua ciudad de Corinto como “luz de toda la Grecia”. Destruida en el año 146 a.C. por el romano Numio Acaico, fue reconstruida como colonia romana por Julio César (44 a.C.) y recibió el nombre de Colonia Laus Julia Corinthiensis. En el año 27 fue declarada capital de la provincia romana de Acaya y, como consecuencia, el elemento romano y latino fue allí muy numeroso. Corinto se encontraba en una situación privilegiada: entre la Grecia continental y el Peloponeso, entre Oriente y Occidente. Poseía dos puertos: Cencreas, sobre el golfo Sarónico, en el mar Egeo, para las comunicaciones con Asia; Lejáion, sobre el mar Jónico, a dos kilómetros y medio, para el comercio con Italia. El comercio, la actividad y el cosmopolitismo habían hecho de Corinto la ciudad más importante de Grecia. Allí residía el procónsul romano. Todavía se conservan restos de los grandiosos monumentos de la ciudad: el templo de Apolo (siglo VI a.C.), la fuente de Pirene y la fuente de Glauké, la basílica Juliana, el Pórtico del sur, el teatro romano sobre el teatro griego, el ágora con la vía al puerto de Lejáion; la Acracorinto, con los vestigios del templo de Afrodita, de las fortalezas sucesivas y de las murallas. 

 

Todos los vicios tenían cabida en Corinto. Sobre la Acracorinto, a 575 metros sobre el nivel de la ciudad, la diosa Afrodita Pandemos, venida de los cultos fenicios, era servida por mil prostitutas sagradas, y no había calle que no tuviera sucursales de esos cultos lascivos. La corrupción en esta ciudad cosmopolita era tal que las palabras “corintizar”, “corintiasta” y “corintia” se habían convertido en eufemismos para designar el vicio.

 

1. LOS PRIMEROS CONTACTOS EN CORINTO (Hch 18,2-3) Lucas escribe: “Después de esto, [Pablo] partió de Atenas y llegó a Corinto”. Para ello, debió tomar la ruta por tierra que pasa por Eleusis y Megara y, después de superar los peligrosos acantilados del sur de Grecia continental, cruzó el istmo que separa el Ática del Peloponeso, y llegó finalmente a Corinto. Además de la honda preocupación por la perseverancia en la fe de la Iglesia de Tesalónica, Pablo llevaba la dolorosa experiencia de la falta de éxito sufrida en el ambiente filosófico y frívolo de Atenas, lo cual había producido en él una crisis de espíritu muy profunda. Este desconcierto hizo que en su ánimo se suscitaran cambios radicales y se trazara nuevas rutas para la evangelización de los gentiles. La crisis de Atenas quedó como un recuerdo inolvidable en su memoria, y su estado de cuerpo y alma, “lleno de congojas y tribulaciones” (1 Tes 3,7), se percibe, todavía después de unos años, en la carta que envía a los Corintios: “Yo, hermanos, llegué a anunciaros el testimonio de Dios no con sublimidad de elocuencia o de sabiduría, que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté en debilidad, temor y mucho temblor” (1 Cor 2,1-5). Pronto se encontró con un judío llamado Áquila, originario del Ponto, que había llegado de Italia con su mujer, Priscila, por haber decretado Claudio que los judíos saliesen de Roma.

 

En efecto, Claudio, cuarto emperador romano (41-54), echó de Roma a los judíos; posiblemente sólo a los de una sinagoga que se agitaban sin cesar bajo el impulso de Chrestus (Suetonio, Vita Claudii, 25). Al expresarse así, el historiador romano parece poner en relación esta medida de expulsión con la predicación cristiana. La historia coloca el hecho por los años 41-42. Los efectos de esa expulsión debieron de ser pasajeros (cf. Rom 16,3; Hch 28,17). Pablo, pues, encontró a Áquila y Priscila y, como era del mismo oficio que ellos, se quedó a vivir y a trabajar en su compañía. Su oficio era fabricar tiendas con telas gruesas y burdas, especialidad de Cilicia, patria del apóstol. Ese oficio, tan útil e indispensable para muchas necesidades prácticas, les permitía tener trabajo suficiente y poder vivir con tranquilidad. Es fácil imaginar la alegría de Pablo al encontrar en Áquila y Priscila (o Prisca) a hermanos ya cristianos, y el gozo de éstos al conocer a Pablo y saber que era judío de la diáspora, que había estudiado en Jerusalén, que había visto al Señor, que había conocido a Pedro y que había conquistado para Jesús muchas tierras de Anatolia y de Grecia. A partir de entonces, Áquila y Priscila serán siempre compañeros fieles del apóstol Pablo (1 Cor 16,19; Rom 16,3; 2 Tim 4,19).

 

2. LA PALABRA DE DIOS EN CORINTO (Hch 18,4-8) Cada sábado, discutía en la sinagoga y se esforzaba por convencer a los judíos y griegos temerosos de Dios. Y cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se pudo dedicar enteramente a la Palabra, pues recibió de ellos una gran ayuda humana y material. Los recién llegados le traían recursos económicos procedentes de la Iglesia de Filipos. Pablo nada pidió a los corintios: “He despojado a otras Iglesias, recibiendo de ellas con qué vivir para serviros a vosotros. Y cuando una vez llegado a vosotros me vi en la necesidad, no fui ninguna carga para nadie; los hermanos venidos de Macedonia fueron quienes me ayudaron en mis necesidades” (2 Cor 11,7-11; cf. Flp 4,15). Esta táctica de Pablo de no depender económicamente de los corintios es ilustrada por las costumbres de ese tiempo: quien recibía un don estaba obligado a corresponder de la misma manera. El apóstol no quiso esclavizarse a nadie y prefirió bastarse a sí mismo en todo lo personal, entregando gratuitamente el Evangelio (1 Cor 9,18).

 

Pablo, respondiendo a sus convicciones, se dirige primero a los judíos. El mensaje para ellos es siempre el mismo, claro y decidido: “Jesús es el Mesías”. Al ser rechazado con injurias, el apóstol sacude sus vestidos, a la manera de los gestos simbólicos de los antiguos profetas, y les dice: “Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles”. Entonces se retiró de allí y entró en casa de un tal Justo, gentil que adoraba a Dios, cuya casa estaba contigua a la sinagoga, para impartir allí su enseñanza. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y otros muchos corintios, al oír a Pablo, creyeron y recibieron el bautismo.

 

3. CRISIS ESPIRITUAL DEL APÓSTOL (Hch 18,9-10) Grandes tribulaciones invadían el espíritu de Pablo: la inquietud por las Iglesias de Filipos y de Tesalónica, el constante fracaso en la evangelización a sus hermanos de raza (1 Tes 3,7), y las asechanzas de las que era objeto. En medio de esa noche espiritual, Jesús se le aparece en sueños: “¡No temas! Sigue hablando, no calles. Yo estoy contigo, y nadie echará mano sobre ti para hacerte mal, pues tengo para mí en esta ciudad un pueblo numeroso”. La palabra “pueblo”, que servía para nombrar al pueblo judío como el elegido de Dios, se emplea ahora para designar a todos los que oyen la voz de Cristo y se convierten en ovejas de un solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor (Jn 10,16). Las palabras del Señor a Pablo recuerdan las expresiones de aliento que Yahveh dirigía a los grandes jefes espirituales del pueblo y a los profetas de la primera Alianza (Jos 1,5.9; Jr 1,8; cf. Ex 3,12; 14,13s, Is 41,10; 43,5).

 

4. EL ÉXITO DE LA MISIÓN El éxito en realidad fue grande: “Muchos otros corintios, al oír a Pablo, creyeron y recibieron el bautismo” (Hch 18,8). Años más tarde, Pablo describía la clase de personas que formaban la comunidad de Corinto: “¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo débil del mundo, para confundir lo fuerte; lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios: lo que no es, para reducir a nada lo que es” (1 Cor 1,26-28). Sin embargo, también personas importantes, de recursos económicos significativos, abrazaron la fe y fueron claves para la solución de las necesidades materiales urgentes.

 

El arquisinagogo Crispo, uno de los jefes de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Pablo mismo lo bautizó, haciendo una excepción en su manera de proceder, tal vez porque eran las primicias de la conquista espiritual de Corinto (1 Cor 1,14). Gayo, persona acomodada, pudo proporcionar su casa para la reunión de los convertidos (Rom 16,23). Estéfanas y su familia, “primicias de la Acaya”, tomaron parte en la delegación enviada a Éfeso (1 Cor 16,15-17).

 

Erasto era un funcionario municipal (Rom 16,23). Febe, diaconisa de Cencreas, fue protectora de muchos y del mismo Pablo (Rom 16,1-2). ¿Por qué razón los corintios aceptaron el mensaje cristiano? En primer lugar y sobre todo, porque fue un don de Dios, pero, en segundo lugar, porque el mensaje del Evangelio presentaba a Jesús, Salvador del mundo, muerto como víctima de la injusticia y de la tortura de los hombres, y esto hacía surgir la esperanza en los oprimidos, en los esclavos, en los pobres y en los que son “nada” en este mundo.

 

5. LA PREDICACIÓN DE PABLO A LOS CORINTIOS Es difícil sintetizar las enseñanzas que Pablo comunicó a los corintios durante los dieciocho meses de su evangelización. Nos limitaremos a algunos puntos esenciales.

 

1º Jesucristo crucificado, muerto y resucitado. El mismo apóstol escribe: “Cuando vine para anunciaros el designio de Dios, no lo hice con alardes de elocuencia o de sabiduría. Pues nunca entre vosotros me he preciado de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor 2,1-2). Y ya, al finalizar su carta, vuelve al mismo tema fundamental, completándolo con el anuncio de la resurrección: “Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…” (1 Cor 15,1-4).

 

2º Los cristianos son santuario de Dios y del Espíritu. “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1 Cor 3,16). “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?” (1 Cor 6,19). A lo largo de la epístola se descubre cómo concebía el apóstol la vida moral y virtuosa que debe tener el cristiano habitado por el Espíritu Santo.

 

3º Un solo Dios, el Padre, y un solo Señor, Jesucristo: nuestro principio y fin. “Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Cor 8,6).

 

4º La celebración de la cena del Señor. “Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘Éste es mi cuerpo, que se da por vosotros. Haced esto en recuerdo mío’. Asimismo, después de cenar, tomó la copa y dijo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre. Cuantas veces bebáis de ella, hacedlo en recuerdo mío’” (1 Cor 11,23-25). Y el pasaje termina con el anuncio de la venida del Señor.

 

5º El Espíritu Santo distribuye la abundancia de sus carismas para edificar la Iglesia, y entre todos ellos el más excelente es el amor. “En cuanto a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia… Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que obra todo en todos. A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Cor 12,1.4-7). “¡Aspirad a los carismas superiores! Y aún os voy a mostrar un camino más excelente”. Y a continuación Pablo escribe su Himno al amor (1 Cor 13,1-13).

 

6º La resurrección futura de todos. “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados ¡Pero no! Cristo ha resucitado de entre los muertos, como anticipo de quienes duermen el sueño de la muerte. Porque habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo” (1 Cor 15,17.20-22). La Iglesia de Corinto estaba llena de las gracias de Dios y de los carismas del Espíritu. El apóstol sintetizó esta riqueza al inicio de su carta: “Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre vosotros el testimonio de Cristo. Así, ya no os falta ningún don de gracia a los que esperáis la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 1,4-7).

 

6. ANTE GALIÓN, PROCÓNSUL DE ACAYA (18,12-11) Siendo Galión procónsul de Acaya, se echaron los judíos de común acuerdo sobre Pablo y le condujeron ante el tribunal, diciendo: “Éste persuade a la gente para que adore a Dios de una manera contraria a la ley”. Este pasaje es un documento insertado por Lucas antes de la partida de Pablo hacia el Oriente. Según una inscripción de Delfos, Galión fue nombrado procónsul de Acaya en julio del año 51, pero, a causa de enfermedad, renunció en septiembre del mismo año. Por tanto, la comparición de Pablo ante el procónsul debió de ser hacia fines del verano del año 51. Pablo permaneció en Corinto un año y seis meses enseñando la Palabra de Dios. Esto debió de ser desde la primavera del 50 al verano del 51.

 

En 18 meses, el apóstol consiguió implantar definitivamente la fe en Cristo crucificado y resucitado, en plena ciudad pagana; y, lo que es más, el Espíritu se mostró espléndido en sus gracias y dones, haciendo de Corinto una comunidad exuberante, fervorosa y carismática. Las epístolas a los corintios, escritas pocos años más tarde, nos revelan la grande riqueza espiritual de esa comunidad cristiana, pero también sus lamentables defectos. Sea lo que sea, Pablo tuvo en Corinto experiencias apostólicas excepcionales; el gran aventurero de Cristo corrió allí la más hermosa aventura de su vida.

 

7. LAS EPÍSTOLAS A LOS TESALONICENSES Durante su estancia en Corinto, el apóstol escribió sus epístolas a los tesalonicenses. Según J. Murphy-O’Connor, pueden discernirse tres cartas del apóstol enviadas desde Corinto a Tesalónica: – la primera epístola se lee en 1 Tes 2,13–4,2; – la segunda está en 1 Tes 1,1–2,12 + 4,3–5,28; – la tercera epístola es: 2 Tes 1,1–3,182 . Estas cartas son documentos de valor inapreciable. Son los primeros escritos y los más antiguos del cristianismo.

 

El apóstol Pablo manifiesta en esas cartas su método de evangelización, las verdades fundamentales del cristianismo, su carácter, su temperamento, sus inquietudes apostólicas, su amor de padre; nos revela la evolución de su pensamiento teológico en ese momento de su vida, y nos da a conocer la situación del cristianismo 21 años después de la muerte y resurrección de Jesús. Además, Pablo trata los temas particulares en relación con la escatología y la edificación de la comunidad; el último juicio, la  J. Murphy-O’Connor, Histoire de Paul de Tarse, Cerf, 2004, pp. 106-109. venida del Señor y los signos de su parusía, y otras recomendaciones de vida cristiana. (Ver los esquemas de las cartas a los Tesalonicenses en las páginas 169-172.)

 

8. DESDE CORINTO HASTA ANTIOQUÍA (Hch 18,18-22) De Corinto, Pablo partió con Áquila y Priscila rumbo a Éfeso. En Cencreas se cortó el pelo, pues había hecho un voto. Es de saber que, según la ley de Números 6,2-8, la persona que hacía un voto de nazir (abstinencia en honor de Dios), entre otras observancias, no debía cortarse el pelo durante el tiempo de su nazireato. No está claro si Pablo comenzó o terminó su voto al cortarse el pelo en Cencreas (cf. Hch 21,23-27). Pablo dejó Corinto. En su alma llevaba una inmensa gratitud a Dios por la generosidad divina, desplegada en esa Iglesia de pobres en doble sentido: material y espiritual. Por otra parte, el Espíritu Santo había realizado allí prodigios y había derramado a profusión sus dones y carismas. El apóstol no imaginaba, en esos momentos, los dolores, sufrimientos, angustias y ansiedades que experimentaría en su espíritu, tres años más tarde, a causa de las numerosas crisis por las que atravesaría la Iglesia de Corinto.

 

Al llegar a Éfeso, dejó en esa ciudad a Áquila y Priscila, tal vez pensando en preparar con ellos una base para un futuro regreso a la capital de Asia. Pablo aprovechó la oportunidad para entretenerse en la sinagoga con los judíos, que le instaron a que permaneciera, pero el apóstol les dijo: “Volveré a vosotros otra vez, si Dios quiere”. Y, embarcándose, dejó Éfeso y se dirigió a Cesarea Marítima, y de allí subió a Antioquía

 

Era el mes de septiembre del año 51.  Lucas, interesado en unir a Pablo con la Iglesia de Jerusalén, escribe: “Desembarcó en Cesarea, subió a saludar a la Iglesia y después bajó a Antioquía” (Hch 18,22). Pablo no menciona en sus epístolas ni esta visita a Jerusalén, ni tampoco la narrada anteriormente por Lucas en Hch 11,29-30; 12,25, a propósito de una colecta llevada por Pablo y Bernabé a Jerusalén. La visita a Jerusalén de Hch 11,29-30 y la colecta correspondiente deben identificarse con el viaje de ambos apóstoles a Jerusalén para asistir a la asamblea de los notables (Hch 15; Gál 2,11-14). En cuanto a la fugaz mención de “la Iglesia” en 18,22, al no tener apoyo en las cartas de Pablo, se puede dejar a un lado, aunque por la cercanía entre Cesarea y Jerusalén la visita pudo ser posible.

CAPÍTULO VII

 

EL CONCILIO DE JERUSALÉN

(Gál 2,1-10; Hch 15,1-35)

 

Octubre del año 51 Por el libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que varias crisis surgieron en el cristianismo primitivo. 1º El conflicto surgido entre los cristianos de Jerusalén: unos procedentes del judaísmo palestinense, y otros, del judaísmo helenista (6,1-6). 2ª La admisión en Cesarea del centurión romano Cornelio y de su casa a la fe cristiana, y la aceptación, por parte de Pedro, de recibir hospitalidad en casa de gentiles (10,1–11,18). 3ª El ingreso franco de los gentiles en el cristianismo sin necesidad de la circuncisión ni de las observancias alimenticias de la ley mosaica. Este hecho tuvo lugar primero en Antioquía (11,20s), luego en la gran misión de Pablo y Bernabé en las provincias de Panfilia, Pisidia y Licaonia (13-14) y, finalmente, durante el segundo viaje apostólico de Pablo (15,36–18,22). Estas crisis o conflictos fueron saludables para la Iglesia, pues ocasionaron profundas reflexiones sobre la naturaleza de la religión de Jesús y, así, el cristianismo fue encontrando sus propios cauces y caminos para poder vivir independientemente del judaísmo, de donde había brotado. No es por demás insistir en que esta búsqueda fue siempre guiada por la acción soberana del Espíritu Santo. Sobre el Concilio de Jerusalén existen en el Nuevo Testamento dos versiones: el relato sintético, pero de primera mano, de Pablo, en su Carta a los Gálatas (2,1-10), y la tradición más tardía de Lu- cas en los Hechos 15,1-32. Por razones pedagógicas y para evitar repeticiones, utilizaremos ambos documentos prudentemente, al mismo tiempo.

 

1. CONTROVERSIA EN ANTIOQUÍA (Hch 15,1-3) Bajaron algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: “Si no os circuncidáis conforme a la costumbre mosaica, no podéis salvaros”. Se produjo con esto una agitación y una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos, y decidieron que Pablo y Bernabé y algunos de ellos subieran a Jerusalén, donde los apóstoles y presbíteros, para tratar esta cuestión. Ellos, pues, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos.

 

Como se ve claramente, el problema en discusión era de suma trascendencia y tocaba principios fundamentales de la fe. Hermanos judío-cristianos de Judea exigían, con el fin de alcanzar la salvación, la circuncisión y las observancias de la ley de Moisés (v. 5). En otros términos, para obtener la salvación traída por Jesús era necesario primero abrazar el judaísmo. Pablo y Bernabé no pensaban así. Estaban persuadidos de que la salvación se alcanza no por las observancias de la ley de Moisés, sino únicamente por la gracia y por la fe en el Señor Jesús Mesías (Hch 15,11; Gál 2,15-20; 3,10-12). De no ser así, esto es, si para la justificación se requirieran las observancias de la ley, entonces Cristo hubiera muerto en vano (Gál 2,21).

 

Así las cosas, la Iglesia de Antioquía decidió enviar a Pablo y a Bernabé para que en Jerusalén trataran el asunto con los apóstoles y los presbíteros. Les acompañaban otros, entre los cuales iba Tito, que era griego y se había hecho cristiano, sin necesidad de recibir la circuncisión. Al respecto, esto escribió Pablo a los gálatas: “Al cabo de catorce años, de nuevo subí a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí, pues, en virtud de una revelación y les expuse el Evangelio que proclamo entre los gentiles –pero en privado con los notables– para saber si corría o había corrido en vano. Pero ni Tito, que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a ser circuncidado” (Gál 2,1-3).

 

Los “catorce años” a los que alude Pablo tienen como punto de partida la primera vez que subió a Jerusalén, hacia el año 37; es, por tanto, ahora el año 51. El apóstol dice que subió a Jerusalén “en virtud de una revelación”. Los Hechos afirman que el viaje se debió a la inquietud sembrada en Antioquía por los hermanos venidos de Jerusalén. Los dos motivos no se oponen. Pablo debió de recibir en esas circunstancias luces especiales del Espíritu sobre la necesidad de defender la libertad cristiana, y quería también saber si estaba en la verdad o había corrido en vano.

 

2. LAS ASAMBLEAS DE JERUSALÉN (Hch 15,4-12; Gál 2,2-10) Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y presbíteros, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos.

 

1. LA REUNIÓN CON LOS NOTABLES (Hch 15,4; Gál 2,2-3) Después, en una conferencia privada con los notables (los apóstoles y los presbíteros), Pablo expuso el Evangelio que proclamaba entre los gentiles con el fin de saber si corría o había corrido en vano. Estos “grandes”, nos dice Pablo, eran Santiago, Cefas y Juan (Gál 2,9). Pues bien, ni siquiera Tito, que estaba con Pablo, con ser griego, fue obligado a ser circuncidado. Esto quiere decir que las autoridades de la Iglesia-madre de Jerusalén participaban de la manera de pensar de Pablo y de Bernabé: para salvarse no es necesaria la circuncisión, ni las observancias de la ley mosaica, sino sólo la fe en el Señor Jesús.

 

2. CONTROVERSIA CON “LOS FALSOS HERMANOS” (Hch 15,5; Gál 2,4-5) Pero se suscitó luego, en una reunión pública, una fuerte discusión ocasionada por los “fariseos convertidos al cristianismo”, a quienes Pablo llama “los falsos hermanos”. Éstos insistían en que era necesario circuncidar a los gentiles y obligarles a guardar la ley de Moisés” (Hch 15,5). Pablo recuerda con viveza la escena: “Pero a causa de los intrusos, los falsos hermanos, que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo EL CONCILIO DE JERUSALÉN (Gál 2,1-10; Hch 15,1-35) 81 Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud, a quienes ni por un instante cedimos sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio...” (Gál 2,4-5).

 

3. LA DECISIÓN “DE LOS NOTABLES” (Hch 15,6-12; Gál 2,6-10) Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto.

 

a) El relato de Pablo (Gál 2,6-10) “Y de parte de los que eran tenidos por notables –¡no importa lo que fuesen: Dios no mira la condición de los hombres– nada nuevo me impusieron. Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos –pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles–, y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir”.

 

Es bueno subrayar en las palabras de Pablo tres reflexiones importantes: – Pablo nombra a Santiago antes que a Cefas y Juan, por ser el jefe que presidía en la Iglesia de Jerusalén. – Dios es la fuente de los carismas, cuya finalidad es la edificación de la Iglesia (1 Cor 12,7). A Pablo y a Bernabé les fue concedida la gracia de evangelizar a los gentiles, mientras que a Santiago, Cefas y Juan, Dios les confió la predicación a los judíos. – Pablo y Bernabé deberán tener presentes a los pobres de Jerusalén para enviarles oportunamente ayuda económica.

 

b) El discurso de Pedro (Hch 15,7-12) Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto. Después de una larga discusión, Pedro se levantó y dijo:“Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros; y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos, más bien, que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos”. Las reflexiones de Pedro son referencias claras a la admisión de Cornelio y de su casa a la fe (Hch 10,1-11,18).

 

La determinación actual de Pedro es una consecuencia de la experiencia personal que le concedió el Espíritu (Hch 10,15.28.44-48; 11,15-17). Exigir a los gentiles convertidos las observancias de la ley judía sería tentar a Dios, que significaría reclamar de él signos milagrosos de su voluntad cuando la ha expresado ya suficientemente al enviar sobre Cornelio y los suyos el don del Espíritu Santo. No deducir de allí las consecuencias obvias sería exigirle a Dios intervenir nuevamente, lo cual acusaría una actitud blasfema. Los vv. 9-11 enuncian principios categóricos: “Purificó sus corazones con la fe”. Y “creemos que somos salvados por la gracia del Señor Jesús”, y esto, judíos y gentiles. Es la doctrina que encontramos en las epístolas de Pablo (Gál 2,15-21; 3,22-26; 5,6; 6,15; Rom 11,32: Ef 2,1-10). Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había realizado por medio de ellos entre los gentiles (v. 12).

 

3. INTERVENCIÓN DE SANTIAGO Y LA CARTA APOSTÓLICA (HCH 15,13-29) El texto de los Hechos presenta, después de la decisión de Pedro, una intervención de Santiago. Pablo, por su parte, ignora esta intervención en su Epístola a los Gálatas. Muy probablemente Lucas ha aglutinado en un solo capítulo reuniones celebradas en momentos y en tiempos diferentes. Este género literario lucano no es extraño en sus obras; así, ya había narrado, aparentemente en una sola vez, dos visitas de Jesús a Nazaret que tuvieron resultados muy diferentes (Lc 4,16-30), y condensará, en unas cuantas horas de la noche, la historia de la conversión del centurión de Filipos y de toda su casa (Hch 16,25-40).

 

En la reunión narrada en Hch 15,13-19 no estuvieron presentes Pedro ni Juan; quien presidió fue Santiago, que no era del grupo de los Doce, sino “el hermano del Señor”, que gozaba de autoridad particular por ser pariente de Jesús y era el jefe de la Iglesia de Jerusalén, compuesta esencialmente de judío-cristianos. Pablo nombró en Gál 2,9 a Santiago antes que a Cefas y Juan, por el lugar que ocupaba en la Iglesia del lugar. La intervención de Santiago toca un punto extraño a la circuncisión y a las observancias de la ley. Trata más bien de “reglas de comensalidad, de convivencia” en vista de la armonía mutua entre judío-cristianos y gentiles convertidos, al encontrarse reunidos para tomar los alimentos. Cuestión, por lo tanto, de orden práctico y pastoral, de interés limitado y regional, sin consecuencias para la fe. ¿Cómo deben comportarse los cristianos venidos de la gentilidad ante ciertas cosas que chocan profundamente a la mentalidad y a las tradiciones de los cristianos venidos del judaísmo? En efecto, desde tiempo inmemorial, éstos han estado acostumbrados a oír en las sinagogas, cada sábado, ciertas prescripciones, y la inobservancia de éstas causaría un hondo sufrimiento en la psicología religiosa tradicional del judaísmo. Por lo tanto, concluye Santiago: “Es mi parecer no inquietar a los gentiles que se convierten, pero escribirles que se abstengan de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre” (v. 20).

 

Estas reservas muestran la naturaleza exacta del litigio. No son reglas ni de fe ni de conducta moral. Tienen un carácter estrictamente ritual y responden a la cuestión puesta ya en Hch 11,3 y que se pondrá en Gál 2,12-14: ¿qué cosas es preciso exigir a los helenocristianos para que los judío-cristianos puedan frecuentarlos sin mancharse legalmente? Las siguientes abstenciones miran a cosas que por sí mismas pueden tener una significación religiosa universal.

 

1º Abstenerse de comer idolotitos, es decir, carnes sacrificadas a los ídolos, porque llevaban consigo una participación en un culto sacrílego (1 Cor 8-10).

 

2º Abstenerse de la fornicación. Por “fornicación” no se entiende aquí una infracción al sexto mandamiento –lo cual es prescripción del Decálogo (Dt 5,18.21)–, sino las uniones irregulares, por ejemplo entre parientes muy cercanos, prohibidas ya por el Levítico 18,6-24. Es de advertir que algunos manuscritos antiguos, como el P45 y los Papiros Chester Beatty (c. II), omiten la fornicación.

 

3º No comer las carnes sofocadas, porque su sangre no había sido derramada.

 

4º No tomar “la sangre”, porque ella concretiza la vida, que pertenece sólo a Dios. Acordes en estas decisiones, los apóstoles y los presbíteros, con toda la Iglesia, escogieron a dos personajes importantes de la Iglesia-madre: a Judas Barsabás y a Silas. Como en el esquema aglutinado de Lucas, Pablo y Bernabé estaban todavía en Jerusalén, con ellos fueron enviados a Antioquía Judas y Silas, para que llevaran una carta oficial y un mensaje oral a las Iglesias de Antioquía, Siria y Cilicia. He aquí la carta: “Los apóstoles y los presbíteros, vuestros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad, que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesús Mesías. Enviamos, pues, a Judas y Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz: que ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós” (15,23-29).

 

EL CONCILIO DE JERUSALÉN (Gál 2,1-10; Hch 15,1-35) 85 El texto de los Hechos llamado “occidental” añade una expresión en el v. 29: “Haréis bien en guardaros de estas cosas, llevados por el Espíritu Santo. Adiós”. Los fieles podrán cumplir las prescripciones de la asamblea, pues estarán bajo la conducción del Espíritu. Es bueno poner de relieve que la decisión eclesiástica es obra común del Espíritu Santo y de la autoridad legítima: “Ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros…”. El Espíritu Santo es quien ha inspirado la decisión tomada por la Asamblea de Jerusalén. Esta carta –como ya hemos anotado– ignorada por la epístola de Pablo a los gálatas, y sobre asuntos particulares de convivencia, debió de ser posterior al Concilio de Jerusalén y enviada a Iglesias particulares de Antioquía, Siria y Cilicia. Probablemente fue una decisión tomada por las autoridades de Jerusalén, presididas por Santiago, tras el conflicto en Antioquía entre Pedro y Pablo (del que trataremos en seguida), pero Lucas quiso colocar en un mismo sitio documentos sobre asuntos que tenían entre sí alguna conexión.

 

4. LA DELEGACIÓN EN ANTIOQUÍA (Hch 15,30-35) Los delegados del Concilio: Judas y Silas, y Bernabé y Pablo, después de despedirse, bajaron a Antioquía, reunieron la asamblea y entregaron la carta. La leyeron y se gozaron al recibir aquel aliento. A propósito de Judas y Silas, el texto occidental nos ofrece de nuevo una variante de interés: “Judas y Silas, siendo también ellos profetas, llenos del Espíritu Santo, exhortaron con un largo discurso a los hermanos y les confortaron” (v. 32). Pasado algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos para volver a los que les habían enviado, pero Silas decidió quedarse. En cuanto a Pablo y Bernabé, se quedaron en Antioquía enseñando y anunciando, en compañía de otros muchos, la Buena Nueva, la Palabra del Señor (v. 35).

CAPÍTULO VIII

 

EL CONFLICTO DE PEDRO Y PABLO EN ANTIOQUÍA

 

(Gál 2,11-14) Invierno del año 51-52 Terminado el Concilio de Jerusalén, los delegados a la asamblea –Pablo, Bernabé y los demás– regresaron a Antioquía. Sin saber con precisión ni cómo ni por qué motivo, el hecho es que, poco después, también Pedro-Cefas se encontraba en Antioquía. Fue entonces cuando se produjo un serio conflicto entre Pablo y Pedro.

 

1. CONFLICTO EN ANTIOQUIA. Si el Concilio de Jerusalén fue hacia octubre del año 51, el conflicto de Antioquía debió de ser algunos meses después, durante el invierno de “Mas cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era digno de reprensión. Pues antes de que llegaran algunos del grupo de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, se le vio recatarse y separarse por temor de los circuncisos. Y los demás judíos le imitaron en su simulación, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación de ellos. Pero en cuanto vi que no procedían con rectitud, según la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: ‘Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar?’” (Gál 2,11-14).

 

El conflicto no miraba el caso de la circuncisión, solucionado ya en Jerusalén, sino que trataba de otros problemas –el de la convivencia con los gentiles y el del cumplimiento de las normas alimenti- cias de la ley mosaica– que no se habían tratado en la asamblea de Jerusalén. Es de saber que más de las dos terceras partes de las enseñanzas de los fariseos atañían a las leyes alimenticias, a la pureza ritual de las comidas y a la calidad de los productos agrícolas. En dondequiera que había cristianos venidos del judaísmo o de la gentilidad, se presentaba el mismo conflicto respecto a la hospitalidad, la convivencia y las prescripciones alimenticias sobre los alimentos permitidos y los prohibidos.

 

Al llegar Pedro a Antioquía, “comía con los gentiles”, esto es, aceptaba la hospitalidad de los cristianos convertidos de la gentilidad, convivía con ellos y participaba con libertad en la manducación de alimentos que le ofrecían esos cristianos. Los hermanos que llegaron de Jerusalén, “los de Santiago, los de la circuncisión”, eran cristianos convertidos del judaísmo, celosos cumplidores de las observancias de la ley mosaica, procedentes de la Iglesia-madre de Jerusalén, cuya cabeza era Santiago, el cual gozaba de una gran autoridad. Al llegar, pues, estos hermanos judío-cristianos, Pedro se retrajo de convivir con los cristianos que procedían de la gentilidad.

 

2. LAS CONSECUENCIAS La conducta de Pedro al retraerse de la convivencia de los gentiles convertidos y ceñirse a las costumbres tradicionales judías, por temor a las recriminaciones de los judío-cristianos, podría tener consecuencias lamentables. Se podría pensar, en efecto, que los judíos convertidos que seguían practicando la ley eran 1os verdaderos cristianos, de primera clase, o los más perfectos; en tanto que los gentiles convertidos, al no cumplir las observancias legales, quedaban reducidos a un segundo lugar en la perfección del cristianismo.

 

En aquellas circunstancias concretas, esa manera de obrar de Pedro era reprensible, pues llevaba prácticamente a constituir dos comunidades diferentes, incluso en el banquete eucarístico. Y, al contrario, ése era el momento oportuno, cuando se reunían judíos y gentiles, que Pedro debería aprovechar para manifestar claramente la igualdad absoluta entre los dos grupos de creyentes. Pero, en lugar de eso, Pedro se entregaba a la simulación, induciendo a simular a otros judío-cristianos, incluido el mismo Bernabé. Ante este hecho, y en vista de las consecuencias que podrían derivarse, Pablo resistió abiertamente a Pedro, diciéndole: “Si tú, siendo judío, vives como los gentiles, esto es, participando con ellos en todo, ¿cómo con tu conducta vas a obligar a los gentiles a judaizar?”, esto es, haciéndoles ver tácitamente que para ser perfectos cristianos deben seguir las observancias del judaísmo.

 

3. ¿ERROR DE PEDRO? ¿INTRANSIGENCIA DE PABLO? El incidente de Antioquía se ha alegado a veces contra la autoridad de Pedro, pero, en realidad, más bien agranda su influjo y pone de relieve su gran autoridad, pues su solo ejemplo era tan fuerte que arrastró incluso a Bernabé, el otro personaje de primera línea que, junto con Pablo, era el paladín de la libertad de los gentiles convertidos. Esta actitud de Pedro no constituía en sí misma un error en el orden de la fe o de las creencias. Su trato con los gentiles testifica precisamente su ortodoxia. Su culpabilidad era más bien en el campo de la vida práctica, de donde, ciertamente, se podrían deducir consecuencias; por ejemplo, la ruptura de unidad de los dos grupos cristianos, judíos y gentiles. Se podría pensar, además, que la práctica de la ley completaba y hacía más perfectos a los cristianos, y, por consiguiente, se podría inducir a los gentiles a las observancias de la ley, lo cual redundaría en un peligro de principios. En otras circunstancias, la conducta de Pedro sería fácilmente justificable. En cuanto a Pablo, no podemos tacharlo de intransigente.

 

Las circunstancias concretas, el peligro de una falsa comprensión de la conducta de Pedro y de los judío-cristianos, y el hecho de intuir la trascendencia del momento por la presencia de los llegados del grupo de Santiago, le exigieron a Pablo actuar de esa manera tajante. Las cosas debían quedar bien claras para todos; en Jerusalén se había tratado el asunto de la libertad de los gentiles: la salvación depende sólo de la fe en Jesucristo y no de la circuncisión ni de la observancia de las leyes alimenticias. (Gál 2,11-14) 89 Por otra parte, Pablo mismo obrará, en otras ocasiones, de manera semejante a Pedro. Según Hch 16,3, poco después del conflicto de Antioquía, Pablo hará circuncidar a Timoteo, de madre judía y de padre pagano, porque quiere dedicarlo a la conversión de los judíos. En 1 Cor 8,13 y Rom 14,21, Pablo manda abstenerse de cosas permitidas, únicamente para evitar el escándalo de los hermanos débiles en la fe.

 

4. PABLO SE SEPARA DE ANTIOQUÍA El Concilio de Jerusalén había sido preciso y conciso en sus decisiones. El conflicto en Antioquía causó heridas muy profundas en los cristianos. La unidad de esa comunidad, formada por cristianos venidos del judaísmo y procedentes de la gentilidad, había quedado rota. ¿Cuál habrá sido la suerte de la comunidad cristiana mixta de esa metrópoli? A falta de documentos, podemos conjeturar tres situaciones: – Algunos gentiles-cristianos se sometieron totalmente al judaísmo: circuncisión y observancias de la ley. – Otros, sin recibir la circuncisión, aceptaron las prescripciones alimenticias de la ley, para no romper con sus hermanos judío-cristianos. – Un tercer grupo de cristianos gentiles rompió con todo lo judío, como los judíos habían roto con ellos. En esas situaciones, Pablo no podía seguir siendo dependiente de esa comunidad fraccionada y se separó definitivamente de Antioquía. Hasta este momento, toda su actividad misionera respondía al mandato recibido de la Iglesia de Antioquía (Hch 13,3; 15,40). En adelante, eso ya no sería posible. ¿Qué podría hacer entonces Pablo? Él debió de pensar y reflexionar sobre su propia vocación: ¿Acaso no he recibido directamente del Señor la vocación de ser apóstol de los gentiles? Por esa razón, escribirá más tarde a los corintios: “¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿Acaso no he visto a Jesús, nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” (1 Cor 9,1).

 

Iría, pues, a los gentiles, sin necesidad de ser enviado por Antioquía ni por alguna otra Iglesia particular. Su mandato le había venido directamente del Señor, que lo había enviado (cf. Hch 9,15). Se comprende así la presentación audaz que hace de sí mismo en la Epístola a los Gálatas: “Pablo, apóstol, no de parte de los hombres, ni por un hombre, sino por Jesucristo y Dios-Padre, que lo resucitó de entre los muertos…” (Gál 1,1); Y se comprende también su queja a los corintios: “¿Es que, como algunos, necesitamos cartas de recomendación o pedíroslas? Vosotros sois nuestra carta…, redactada por ministerio nuestro no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo…” (2 Cor 3,1-3).

 

A partir del incidente de Antioquía, Pablo vio más claro que no era posible la coexistencia de comunidades mixtas: las de judío-cristianos, que siguieran observando las prescripciones de la ley, y las de cristianos gentiles, totalmente libres de esas observancias. Siendo así, es comprensible lo que los cristianos de Jerusalén, años más tarde, en Pentecostés del 56, recomendaron a Pablo a su llegada a la Ciudad Santa: “Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la ley. Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones” (Hch 21,20-21). Al terminar el relato del conflicto en Antioquía, Pablo resume admirablemente su doctrina de la justificación por la fe en estos términos: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, porque, por las obras de la ley, nadie será justificado” (Gál 2,16). 

CAPÍTULO IX

 

TERCER VIAJE

APOSTÓLICO DE PABLO

 

(Hch 18,23–21,17) De abril del año 52 al verano del 56 El severo conflicto en Antioquía sobre el Orontes, entre Pablo y el grupo de cristianos venidos del judaísmo (Gál 2,11-14), afectó profundamente al apóstol y fue el motivo que le empujó a separarse para siempre de la comunidad de Antioquía, adonde no volvió más. Dejó de ser un delegado de esa Iglesia en la tarea de la evangelización, pero no renunció a su proyecto evangelizador de volver a Éfeso. Con la dolorosa separación de Antioquía, comenzó para Pablo una etapa de su vida llena de nuevas iniciativas, pero sembrada también de grandes sufrimientos y tribulaciones apostólicas. Esa época fue la más agitada de su vida. Las fuentes para esta etapa de la vida de Pablo, de abril del año 52 al verano del 56, son los Hechos de los Apóstoles (18,23-21,17), pero principalmente las cartas que el apóstol escribió durante estos años: a los Gálatas, a los Filipenses, a Filemón, a los Colosenses, a los Corintios y a los Romanos.

I. DE ANTIOQUÍA A ÉFESO

 

1. PABLO CRUZÓ EL ASIA MENOR Y LLEGÓ A ÉFESO En un versículo sintético, Lucas nos informa de que Pablo recorrió una tras otra las regiones de Galacia y de Frigia para fortalecer a todos los discípulos, y después de atravesar las regiones altas, llegó a Éfeso (Hch 18,23; 19,1b). El apóstol con algunos compañeros (Timoteo, Tito) emprendió, en la primavera del año 52, el viaje de tres o cuatro semanas partiendo de Antioquía sobre el Orontes hasta Pesinonte de Galacia (cubriendo más de 800 kilómetros). Pablo debió permanecer un tiempo razonable para confortar a los discípulos de Galacia e invitarles a colaborar en la colecta para los pobres de Jerusalén, dándoles instrucciones concretas para este proyecto: “En cuanto a la colecta a favor de los santos, haced también vosotros como mandé a las Iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su casa lo que haya podido ahorrar, de modo que no se hagan las colectas cuando llegue yo” (1 Cor 16,1-2). Luego, hacia finales del verano, continuó su viaje hasta Éfeso, capital de la provincia de Asia, que distaba 540 kilómetros y a donde quería llegar antes del invierno. De Pesinonte bajó a Antioquía de Pisidia, para dejar la alta planicie de Anatolia y tomar la gran carretera que pasaba por Apamea (actualmente Dinar) y Hierápolis, y descendía luego por las riberas de los ríos Lico y Meandro hasta llegar a Éfeso.

 

2. ÉFESO El año 129 a.C., Éfeso fue constituida metrópoli de la provincia romana de Asia y gozaba de cierta autonomía bajo el alto control de un procónsul. Éfeso era un importante puerto en la costa occidental de Anatolia, que veía hacia Grecia y hacia Roma. Cuando Pablo llegó a Éfeso, esta ciudad contaba con unos 200.000 habitantes y era, con Alejandría, una de las más hermosas ciudades del Imperio. Era un gran centro religioso, político y comercial, con una población mezclada. Tenía un teatro para 24.000 espectadores y se sentía orgullosa por albergar el gran santuario Artemision, dedicado a la diosa Artemisa –la Diana latina–, que era venerada como la Magna Mater, diosa de la fecundidad. Pablo y sus compañeros se dedicaron luego a encontrar a sus amigos y hermanos Priscila y Áquila, a quienes Pablo había dejado allí al partir de Corinto (Hch 18,18). Lucas dice que Pablo pasó en Éfeso dos años y tres meses (Hch 19,8.10) o incluso tres años (Hch 20,31). 

 

3. ORÍGENES DE LA IGLESIA DE ÉFESO Los orígenes de la Iglesia de Éfeso no son claros. A pesar de la intensa actividad apostólica desplegada por Pablo, no se puede afirmar que él haya sido el fundador de la primera comunidad efesina. Los precursores pudieron ser o bien los incansables colaboradores de Pablo: Priscila y Áquila, o bien algunos de los muchos judíos que frecuentaban la ciudad efesina y que habían abrazado ya el cristianismo; por ejemplo, Apolo (Hch 18,24).

 

4. ACTIVIDAD DE PABLO SEGÚN LOS HECHOS No obstante el amplio e intenso trabajo apostólico realizado por Pablo en Éfeso durante los dos años y tres meses o tres años de su estancia en esa ciudad, y de los grandes conflictos y sufrimientos apostólicos que padeció, según se puede deducir de sus interesantes y variadas epístolas, los Hechos sólo presentan algunos episodios o anécdotas edificantes, de manera que no es posible tener, de esta sola fuente, una visión histórica de conjunto de la importante y exitosa actividad del apóstol en esa comunidad cristiana (19,10.20). Siete son los episodios narrados por Lucas, a saber: la historia de Apolo (18,24-28); la agregación de los discípulos de Juan-Bautista (19,1-7); la predicación en la sinagoga a los judíos; y luego, a los discípulos en la escuela de Tirano (19,8-9); la actividad carismática de Pablo (19,11-12); el caso de los exorcistas judíos (19,13-17); la conversión de los magos efesinos (19,18-19); y la revuelta de los orfebres del templo de Artemisa (19,23-40). En estos episodios, más que insistir en detalles materialmente históricos, hay que investigar el mensaje teológico que quiso comunicar el autor al consignar tales anécdotas. Es interesante notar que estos episodios están incrustados en un sobrio relato-base sobre la historia de Pablo en la Iglesia de Éfeso.

 

Este relato, breve y sucinto, puede detectarse en 18,23; 19,1b; 19,8-10; 19,21-22; 20,1b. He aquí el texto: “Después de pasar allí algún tiempo, marchó a recorrer una tras otra las regiones de Galacia y Frigia para fortalecer a todos los discípulos. Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso. Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles. Pero como algunos, obstinados e incrédulos, hablaban mal del Camino ante la gente, rompió con ellos y formó grupo aparte con los discípulos, y diariamente les hablaba en la escuela de Tirano. Esto duró dos años, de forma que pudieron oír la Palabra del Señor todos los habitantes de Asia, tanto judíos como griegos. Después, Pablo tomó la decisión de ir a Jerusalén, pasando por Macedonia y Acaya. Y decía: ‘Después de estar allí he de visitar también Roma’. Envió a Macedonia a dos de sus auxiliares, Timoteo y Erasto, mientras que él se quedaba algún tiempo en Asia. Pablo mandó llamar a los discípulos, los animó, se despidió de ellos y salió camino de Macedonia”. Algunas notas redaccionales suturan el relato-base y los siete episodios: 19,1a.20.23; 20,1a.

 

  1. 1. La historia de Apolo (18,24-28) Apolo era un judío originario de Alejandría, maestro en retórica y buen conocedor de las Escrituras. Había sido educado en el ambiente cultural de Filón, maestro del mundo intelectual judío (20 a.C.-50 d.C). Apolo conoció el Camino del Señor, pero su instrucción no era completa. Áquila y Priscila le expusieron más exactamente el Camino. Invitado tal vez por comerciantes corintios llegados a Éfeso, Apolo pasó a Corinto y, allí, tuvo un éxito brillante. Pablo hablará de él en su primera Carta a los Corintios (1,12; 3,4-11.22). Más tarde, encontramos a Apolo nuevamente en Éfeso. Pablo le insistía mucho para que regresara a Corinto, pero Apolo no aceptó y permaneció en Asia (1 Cor 16,12).
  2. 2. Los discípulos de Juan Bautista (19,1c-7) En Éfeso, Pablo encontró a algunos discípulos cristianos y les preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?”. Esta pregunta supone que Pablo echó de menos en esos “discípulos” algunas notas esenciales de los cristianos; entre éstas, ciertas manifestaciones sensibles carismáticas que acusan la presencia del Espíritu (cf. Hch 2,1-4; 8,14-19; 10,46). A la pregunta de Pablo, los discípulos respondieron: “Ni hemos oído que exista el Espíritu Santo”. Hay que entender bien esta respuesta. Posiblemente no se trata de la existencia misma del Espíritu de Dios, pues sería inconcebible esa ignorancia en discípulos creyentes que habían recibido unos mínimos conocimientos de la Escritura; se trata más bien del don del Espíritu Santo como realización de las profecías mesiánicas (2,17-18.33; Jn 7,39). Pablo insistió “¿En qué, pues, habéis sido bautizados?”. Ellos contestaron: “En el bautismo de Juan”. Pablo dijo entonces: “Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyera en el que vendría después de él, esto es, en Jesús”. Los discípulos de Juan debieron aceptar las enseñanzas complementarias pero esenciales que les impartió el apóstol, sobre todo acerca de la muerte y resurrección de Jesús, y que había sido constituido el Señor y el Mesías. El hecho es que, tras oír esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, y, al imponerles Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Al aceptar la fe, aquellos discípulos fueron bautizados. El bautismo cristiano “en el nombre de Jesús” (2,38) aparece aquí netamente distinto del bautismo de Juan, bautismo en agua para conversión. Más aún, el bautismo cristiano, el bautismo mesiánico, es un bautismo en el Espíritu Santo (1,5); por eso, al bautismo sigue de inmediato la efusión del Espíritu, la cual tiene lugar con la imposición de manos hecha por el apóstol. Una vez más, la fe, el bautismo en el nombre de Jesús Mesías para el perdón de los pecados y la donación del Espíritu Santo forman una recia unidad (cf. 2,38; 8,14-17; 9,17-18; 10,47-48; 11,15-17). Las manifestaciones carismáticas sensibles no se hicieron esperar, y hablaban en lenguas y profetizaban. Esta descripción recuerda los fenómenos de Pentecostés (2,1-13.17-21) y las experiencias de Cornelio y de sus gentes en Cesarea (10,46).Es interesante destacar que, en el pensamiento de Lucas, la evangelización de Éfeso, ciudad que jugará un papel muy importante en la historia del desarrollo de la fe cristiana, comienza por una fuerte efusión del Espíritu Santo. El autor quiere enseñar con esto la trascendencia de la fundación del cristianismo en este gran centro comercial y religioso del mundo greco-romano. Por eso, tal vez, revela también el número lleno de simbolismo de aquellos nuevos discípulos: “Eran en total como doce hombres”. Éfeso, con sus doce discípulos, que no habían recibido todavía el Espíritu Santo, es como otra Jerusalén con sus Doce discípulos en la sala superior, en espera de la Promesa del Padre (cf. Hch 2,13). TERCER VIAJE APOSTÓLICO DE PABLO (Hch 18,23–21,17) 97
  3. 3. La predicación a los judíos (19,8-9) Según el esquema de Lucas, Pablo anunció el Reino de Dios primero a los judíos y a los temerosos de Dios, o prosélitos, en la sinagoga; al rechazar éstos el mensaje, el apóstol se dirigió a los que habían acogido el anuncio cristiano, y los atendía en la escuela de Tirano.
  4. 4. La actividad carismática de Pablo (19,11-12) Como a Jesús (Lc 5,17; 6,19) y luego a Pedro (Hch 5,15), ahora Lucas presenta a Pablo como instrumento calificado de Dios para obrar prodigios extraordinarios, sanaciones de enfermos y liberaciones de espíritus malos, como confirmación de la predicación y de la verdad del Evangelio.
  5. 5. Los siete exorcistas judíos (19,13-17) En oposición al poder taumatúrgico de Pablo aparecen siete exorcistas judíos que intentaban echar fuera a los espíritus malos en el nombre del Señor Jesús, a quien predicaba Pablo. Curiosa y misteriosamente –pues la razón no es clara–, un espíritu malo se resistió a los exorcistas judíos, los cuales tuvieron que huir desnudos y heridos. Lucas comenta: “El temor se apoderó de todos y fue glorificado el nombre del Señor Jesús”.
  6. 6. Los magos efesinos (19,18-19) Entre los nuevos convertidos, muchos habían practicado la magia. Los libros de adivinación Ephesia grammata eran célebres y se habían difundido por todo el mundo antiguo. El v. 20 sintetiza el éxito misional: “De esta forma, la Palabra del Señor crecía y se robustecía poderosamente”.
  7. 7. La revuelta de los orfebres de Éfeso (19,23-40) Es éste un amplio episodio lleno de colorido, pero con ciertas incongruencias, insertado en el documento-base de Lucas. Las numerosas conversiones al cristianismo causaron déficits económicos a los orfebres de Éfeso, que labraban en plata templetes de Artemisa. Estos templetes eran reproducciones del célebre templo de Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo. En él se veneraba a  la diosa Artemisa (Diana), una diosa-madre oriental, protectora de la fecundidad, parecida a la Astarté de los fenicios y cananeos. Las pérdidas económicas suscitaron la reacción de los efesinos contra Pablo. Pretendiendo defender la veneración de la diosa de Éfeso, querían ante todo salvaguardar sus intereses pecuniarios. La ciudad se alborotó y se volcó en el teatro. Pablo quiso entrar, pero los discípulos, e incluso algunos asiarcas (sacerdotes encargados de presidir el culto de Augusto y de Roma), se lo impidieron para liberarlo. Finalmente, uno de los magistrados de la ciudad logró calmar el tumulto y disolver la asamblea.

 

II. EVANGELIZACIÓN DE ÉFESO Y SUS ALREDEDORES

 

La historia de la fundación de la Iglesia de Éfeso, en la presentación de Lucas, es paralela a la fundación de la Iglesia de Corinto (18,1ss). Pablo se dirigió primeramente a los judíos y, durante tres meses, les habló del Reino de Dios, pero ellos no aceptaron el mensaje. Después de este rechazo, Pablo se dirigió a los griegos y escogió como sala de reunión la escuela de Tirano. El texto de los Hechos llamado “occidental” precisa la hora de la enseñanza del apóstol: “De la hora quinta a la décima”, esto es, desde las once de la mañana a las cuatro de la tarde, horas de la comida y del descanso. La comunidad cristiana que se fue formando en Éfeso estaba integrada por algunos judíos; por un mayor número de gentiles, entre los cuales había comerciantes, libertos y esclavos, y por un pequeño número de personas relativamente acomodadas. La opción de Pablo al elegir Éfeso como centro de su actividad evangelizadora fue muy atinada. Éfeso, en efecto, era un centro geográfico privilegiado.

 

A una misma distancia de más o menos 480 kilómetros se encontraban Galacia y Tesalónica; Antioquía de Pisidia distaba 330 kilómetros; de Éfeso a Corinto y a Filipos había entre 400 y 450 kilómetros. Además, en el área de la provincia de Asia había numerosas ciudades pequeñas pero importantes, capaces de recibir el Evangelio: Mileto, al sur; Magnesia y Tralles, sobre el río Meandro; Colosas, Laodicea y Hierápolis, en el valle del río Lico, afluente del Meandro; Filadelfia y Sardes, un poco al noroeste; Esmirna, al norte de Éfeso y, más al norte Tiatira y Pérgamo.  La estancia de Pablo en Éfeso fue de dos años y tres meses, o a lo sumo de tres años: desde julio del 52 a octubre del 54 (Hch 19,10; 20,31). De esta forma, la provincia romana de Asia y, con más exactitud, las ciudades vecinas pudieron escuchar la Buena Nueva si no directamente de labios de Pablo, sí de sus numerosos colaboradores.

 

Los compañeros y colaboradores de Pablo constituyeron un grupo numeroso y calificado: Áquila y Priscila, Timoteo, Erasto, Gayo, Aristarco, Tito, Lucas, Demas, Apolo, Ninfas, Epéneto “primicias del Asia para Cristo” (Rom 16,5), Arquipo y, tal vez, otros más (Hch 19,22.29; 2 Cor 12,18). Sabemos, además, por la Epístola a los Colosenses que Pablo confió a Epafras la evangelización de Colosas, y éste extendió su apostolado a Laodicea y a Hierápolis (Col 1,7; 4,12-14), tres ciudades del valle del río Lico, que se une al Meandro. En Colosas se encontraban también Filemón y su esposa, Apfia, y Onésimo, el siervo fugitivo. Podemos suponer que Lidia llevó el Evangelio a Tiatira, su ciudad. Se realizó, pues, en la provincia de Asia un verdadero trabajo misional en equipo. Es importante notar la presencia de numerosas mujeres en la tarea de la evangelización: Lidia, Priscila, Febe de Cencreas, María, Apfia, esposa de Filemón (cuya casa se convirtió en una “iglesia doméstica”), y Junia, esposa de Andrónico (Rom 16,6-7). Este dato va en contra de la difundida idea de la misoginia de Pablo.

 

III. SUFRIMIENTOS Y PRUEBAS DEL APÓSTOL

 

Llevaba Pablo un año en Éfeso cuando, en el verano del 53, comenzaron para el apóstol los momentos más agitados de su vida. Fue hacia finales de julio, cuando Pablo fue arrestado y encerrado en la cárcel. Su arresto fue consecuencia de su éxito misionero. Cada año había cambio de procónsul. El nuevo magistrado se dio cuenta del aumento de seguidores del movimiento de Jesús y quiso apresar preventivamente a Pablo, el jefe principal, a fin de tener informaciones más precisas sobre el asunto. Pablo fue encarcelado en el pretorio, residencia oficial del procónsul. Fue atado a un muro de su celda o a su guardia. Pero no sólo Pablo sufrió el encarcelamiento, sino también otros de sus colaboradores, entre quienes son nombrados Epafras (Flm 23) y Aristarco (Col 4,10). Pueden también suponerse, en esta época, algunas de las vejaciones y maltratos sufridos por parte de la sinagoga judía, como también de las autoridades romanas. El apóstol recuerda situaciones semejantes escribiendo más tarde a los corintios: “Cárceles, azotes, peligros de muerte. Cinco veces sufrí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado…” (cf. 2 Cor 11,24-25).

 

En la Epístola a los Filipenses manifiesta el apóstol que, además, en la Iglesia de Éfeso había quienes le apoyaban, pero también tenía adversarios, llenos de celos y envidia, que se alegraban por su prisión y se aprovechaban de la imposibilidad de Pablo en beneficio propio: “La mayor parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis cadenas, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor la Palabra. Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad, mas hay otros también que lo hacen de buena intención; éstos, por amor, conscientes de que yo estoy puesto para defender el Evangelio; aquéllos, por rivalidad, no con intenciones puras, creyendo que aumentan la tribulación de mis cadenas. Pero ¿y qué? Al fin y al cabo, hipócrita o sinceramente, Cristo es anunciado, y esto me alegra y seguirá alegrándome” (Flp 1,14-18). Sin embargo, Pablo estaba seguro de que sería puesto en libertad, y así sucedió (Flp 1,21-25). Las autoridades romanas no lo expulsaron de la ciudad y pudo seguir viviendo en Éfeso un año más; así escribe a los corintios: “De todos modos, seguiré en Éfeso hasta Pentecostés” (1 Cor 16,8).

 

Aun cuando los movimientos de Pablo fueron limitados por estar encarcelado, pudo, sin embargo, recibir visitas y enviar mensajes, y así tuvo la oportunidad de escribir sus cartas a los Gálatas, Filipenses, Filemón y Colosenses, en las que Timoteo aparece como coautor. (Ver los esquemas de estas epístolas en las páginas 174-175 y 187-191.) Sin embargo, hacia el final de su estancia en Éfeso empeoraron los problemas, que podemos vislumbrar en el relato de Hechos 19,23-40. Más tarde, una vez que hubo dejado Éfeso, Pablo escribe desde Macedonia a los corintios: “No queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros, sino en Dios, que resucita a los muertos” (2 Cor 1,8-9).

 

IV. PREOCUPACIÓN DE PABLO POR LAS IGLESIAS

 

1. LA PERTURBACIÓN ENTRE LOS GÁLATAS

 

Poco después de que Pablo dejara Pesinonte de Galacia, llegó un grupo de judío-cristianos, o bien enviados por Antioquía, o bien pertenecientes en general al grupo de los judaizantes, que intentaban desacreditar a Pablo y exigían a los cristianos venidos del paganismo la observancia de la ley de Moisés. Era la primavera del año 53. En resumen, unos cinco cargos esgrimían en contra del apóstol:

 

1º El Evangelio de Pablo es superficial y no tiene en cuenta el plan de salvación de Dios, confiado al pueblo de Israel a través de Moisés.

 

2º Pablo no es digno de confianza, pues el Evangelio que predica no es el de las altas autoridades de Jerusalén, que habían conocido a Jesús.

 

3º Pablo sabía que tendría éxito entre los gentiles si callaba la necesidad de la circuncisión y la obligación de las reglas alimenticias.

 

4º Pablo se había separado de las Iglesias judío-cristianas, que seguían a Santiago de Jerusalén y a Pedro.

 

5º Pablo no era representante sino de sí mismo y, por tanto, carecía de toda autoridad. Es entonces cuando Pablo desde Éfeso, antes de ser encarcelado, escribió su Epístola a los Gálatas de una forma enérgica, concisa y con una admirable estructura y argumentación, dirigida más a los mismos judaizantes –echando por tierra sus argumentos– que a los gálatas, que le habían comunicado lo que pensaban sus adversarios. Pablo es apóstol no de parte de los hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos (Gál 1,1). Dios mismo, quien lo separó desde el seno materno y lo llamó por su gracia, tuvo a bien revelarle a su Hijo para que lo anunciase entre los gentiles (Gál 1,15). Las autoridades de Jerusalén, Santiago, Cefas y Juan, nada le exigieron respecto a las observancias de la ley y le tendieron la mano en señal de comunión (2,9).

 

La Carta a los Gálatas revela la seguridad del apóstol y los profundos sentimientos que lo configuran con Cristo: “Yo, por la ley, he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios. ¡Con Cristo estoy crucificado! Y vivo ya no yo, sino que vive en mí Cristo. Y lo que ahora vivo en la carne, en la fe lo vivo, en la fe/fidelidad del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí!” (Gál 2,19-20). La evangelización de los gálatas fue realizada mediante admirables experiencias del Espíritu: “El que os otorga el Espíritu y obra milagros entre vosotros ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación?” (3,5). Termina su carta con expresiones de profunda emoción espiritual: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo! Porque nada cuenta la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva… En adelante, nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gál 6,14-17). (Ver el esquema de la Carta a los Gálatas en las páginas 174-175.)

 

2. LAS QUERELLAS DOMÉSTICAS Y EL PELIGRO

DE LOS JUDAIZANTES EN FILIPOS

 

La Epístola a los Filipenses está formada, en realidad, por tres cartas. En la primera (Flp 4,10-20), Pablo agradece el envío de subsidios aportados por Epafrodito.

 

En la segunda carta (1,1–3,1 + 4,2-9), Pablo se ocupa del crecimiento espiritual de la comunidad cristiana, animándoles a seguir adelante, aun soportando los padecimientos sufridos a consecuencia de la fe: “A vosotros se os ha concedido la gracia de que por Cristo… no sólo creáis en él, sino que también padezcáis por él” (Flp 1,29). Particularmente, insiste a los filipenses para que trabajen por la unidad: “Siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás, teniendo los mismos sentimientos de Cristo” (2,2-5).

 

Es aquí donde Pablo inserta el famoso himno cristológico del anonadamiento de Jesús: su humildad, su obediencia hasta la muerte en la cruz, y su glorificación suprema, al recibir “el nombre-sobretodo-nombre” (2,6-11). En seguida, se detiene en un problema particular: existen disensiones entre personas importantes en las iglesias domésticas de Filipos: “Ruego a Evodia, lo mismo que a Síntique, tengan un mismo sentir en el Señor. También te ruego a ti, Sícigo, verdadero compañero, que las ayudes, ya que lucharon por el Evangelio a mi lado…” (4,2-3). En la tercera carta (3,2–4,1), el apóstol previene enérgicamente a los filipenses contra los judaizantes, que han turbado a los cristianos de Galacia: “¡Atención a los perros; atención a los obreros malos; atención a los falsos circuncisos! Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto según el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne” (3,2-3). En el centro de esta carta, nuevamente Pablo nos descubre sus sentimientos íntimos. Primero enumera los que serían para él títulos de gloria:  “Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, intachable”;

 

Y después comenta: “Pero lo que era para mí una ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo…” (3,7-8).

 

“No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (3,12-14). (Ver el esquema la de Epístola a los Filipenses en la página 189.)

 

3. EL CONFLICTO ENTRE FILEMÓN Y ONÉSIMO

 

Filemón de Colosas tenía un esclavo llamado Onésimo. Éste le ocasionó un grave daño a su amo y huyó. El esclavo acudió en ayuda de Epafras, compañero de cautiverio de Pablo, en Éfeso. Pablo acogió a Onésimo, lo evangelizó y fue bautizado. En seguida, el apóstol lo envió con una carta a su dueño Filemón, pidiéndole que perdonara a su esclavo; y más aún, que se lo cediera para su ministerio. Pablo escribía esta carta desde la cárcel, el año 53. Es interesante que la carta de Pablo a Filemón, si bien escrita a causa de un problema personal, fue enviada a toda una iglesia doméstica: “Pablo, preso de Cristo Jesús, y Timoteo, el hermano, a nuestro querido amigo y colaborador Filemón, a la hermana Apfia, a nuestro compañero de armas Arquito, y a la Iglesia de tu casa. Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo” (Flm 1-3).

 

La carta de Pablo a Filemón, a la vez personal y eclesial o comunitaria, es importante, pues establece principios fundamentales para una nueva sociología cristiana. A nivel social, Filemón sigue siendo el amo, y Onésimo, su esclavo, pero, a nivel cristiano, uno y otro se han convertido en “hermanos”. Pablo escribe a Filemón: “Tal vez fue alejado de ti por un tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como un esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti no sólo como amo, sino también en el Señor” (vv. 15-16). (Ver el esquema de la Carta a Filemón en la página 190).

 

4. LAS DESVIACIONES DOCTRINALES EN COLOSAS

 

No tenía sino un año de vida la Iglesia de Colosas, fundada por Epafras, cuando llegó a Éfeso una delegación de Colosas para visitar a Pablo. Le traían un problema grave que consultar. Había llegado a la ciudad un movimiento judío ascético-místico en boga, “vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo”, que proponía una nueva y desconocida contemplación de Cristo, y se hablaba de jerarquías angélicas: tronos, dominaciones, principados, potestades (1,18; 2,8.10). Además, aludían a cuestiones de comidas o bebidas, fiestas, novilunios, sábados, culto a los ángeles, que culminaban en “visiones” (2,16-18)4 .

 

1. El himno a Cristo La delegación mostraba al apóstol un himno en dos estrofas que utilizaban en el culto a Dios, en el que un Cristo cósmico hacía desaparecer al Cristo terrestre: “Él es la imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas. Todo fue creado por él y para él.  Él es el Principio, el primogénito de entre los muertos, porque en él ha parecido bien habitar toda la plenitud y por él reconciliar todas las cosas para él”. Pablo reaccionó ante el himno cristológico con notable destreza y profundidad teológica; su mente fue fecundada con nuevas intuiciones cristológicas: aceptó algunos conceptos y enriqueció el himno con adiciones importantes. Después de “en él fueron creadas todas las cosas”, Pablo añadió: “En los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, ya sean tronos o dominaciones o principados o potestades”. Con esto establecía fuertemente la supremacía de Cristo sobre todos los seres terrestres o celestes. Después de “todo fue creado por él y para él”, el apóstol agregó: “Y él es antes de todas las cosas y todas las cosas tienen en él consistencia. Y él es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia”“primogénito de entre los muertos”, agregó: “Para que sea en todo el primero”. Y después del verso “por él reconciliar todas las cosas para él”, completó Pablo: “Haciendo la paz por la sangre de su cruz, tanto lo que hay sobre la tierra como lo que hay en los cielos”. Así resultó el himno cósmico de Cristo, icono visible de Dios invisible, creador de cuanto existe, pero hecho carne y constituido Cabeza de la Iglesia; el cual reconcilió todo con Dios mediante el derramamiento de su propia sangre, tanto lo que hay en la tierra como lo que hay en el cielo (Col 1,15-20).

 

2. La observancia de la palabra y de las observancias concretas, Pablo les niega todo valor: “Que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados…, o del culto de los ángeles: preceptos y doctrinas puramente humanos. Tales cosas tienen una apariencia de sabiduría por su piedad afectada, sus mortificaciones y su rigor con el cuerpo, pero sin valor alguno contra la insolencia de la carne” (cf. 2,16-23).

 

3. Situación de Pablo y condición de los creyentes Además de la respuesta a los problemas consultados, Pablo informa a los colosenses acerca de su estado físico y espiritual, y revela y sintetiza su situación de prisionero y los sufrimientos que le acompañan, manifestando el gran valor salvífico eclesial que éstos encierran: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (1,24). En cuanto a los colosenses mismos, Pablo aprovecha la oportunidad para subrayar su nueva condición como creyentes y les invita a una vida espiritual intensa: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (3,1-4). El cristiano debe aprovechar todos los momentos y circunstancias de su vida; nada se debe perder: “Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (3,17). Al leer toda la Epístola a los Colosenses, es de admirar la doctrina teológica y espiritual que el apóstol comunica a los discípulos convertidos apenas hacía un año. (Ver el esquema de la Epístola a los Colosenses en la página 191.)

 

5. LAS CRISIS DE CORINTO

 

Después de los siete episodios de la vida de Pablo en Éfeso narrados por Lucas, el brevísimo relato de los Hechos de los Apóstoles en 20,1-3 ignora los grandes problemas y peripecias que tuvo que afrontar el apóstol Pablo con la Iglesia de Corinto durante los años de su estancia en la capital de Asia. Son sus cartas las fuentes más ricas –aunque también en forma fragmentaria–, las que nos permiten conocer y valorar los acontecimientos más relevantes de esta época y las relaciones entre Pablo y los cristianos de Corinto.  Por lo que Pablo escribe en 1 Cor 5,9-13, sabemos que él había escrito anteriormente una Carta a los Corintios amonestándoles para que no se relacionaran con hermanos cristianos impuros, avaros, idólatras, ultrajadores, borrachos o ladrones. Esto supone que Pablo había recibido informaciones sobre esa situación. Esa carta se perdió, pero no sabemos cuándo, ni tampoco dónde fue redactada. Fue mal comprendida, por eso el apóstol precisa ahora su pensamiento.

 

1º Durante la primavera del año 54, cuando se abría la navegación entre Éfeso y Corinto5 , el apóstol recibió informaciones por las gentes de Cloe de que existían discordias y divisiones entre los cristianos de Corinto (1 Cor 1,11-16). No se sabe si Cloe era cristiana, pero sí que era una mujer de Asia, industrial o comerciante, que tenía a su servicio esclavos, libertos y libres, entre los que había algunos convertidos. Éstos, al ir a Corinto, se dieron cuenta de que existían divisiones entre los hermanos y se lo hicieron saber a Pablo: unos se reclamaban de Pablo, otros de Apolo, otros de Cefas, otros de Cristo.

 

2º Llegó asimismo a oídos de Pablo, posiblemente también por las gentes de Cloe, que había un grupo de corintios que se preciaban de su “sabiduría humana” y se creían superiores, en detrimento de los hermanos de extracción humilde: esclavos, libertos, pobres y sencillos, e incluso del mismo Pablo (1,17–3,4). Tal vez este fenómeno surgió como consecuencia de las enseñanzas filosófico-religiosas impartidas por Apolo, que conocía la filosofía de Filón de Alejandría, enseñanzas que no estaban al alcance de los menos preparados intelectualmente, pero que, sobre todo, podían corromper la verdadera sabiduría que viene del Espíritu Santo. Al enterarse de esta situación, Pablo envió desde Éfeso a Timoteo para que recordara a los corintios las normas de conducta en Cristo que el apóstol enseñaba en todas las Iglesias (1 Cor 4,17). Este viaje de Timoteo a Corinto puede situarse, en la primavera del año 54.  5 Los meses en los que ordinariamente se podía viajar, dadas las condiciones climatológicas, eran desde abril a septiembre.

 

3º Mientras Timoteo estaba en Corinto, el apóstol recibió informaciones, a través de personas que viajaron de Corinto a Éfeso, sobre otros abusos que existían entre los cristianos de esa ciudad: el caso de un hermano cristiano que vivía con la mujer de su padre (5,13); el escándalo de llevar ante tribunales paganos los conflictos que surgían entre hermanos cristianos (6,1-11); la facilidad de algunos para caer en la fornicación (6,12-20).

 

4º Además, le entregaron una carta de los corintios en la que le pedían esclarecimiento sobre algunos problemas importantes para la instrucción de la comunidad: orientaciones sobre el matrimonio y la virginidad (7,1-40); qué hacer ante el problema de la manducación de carnes inmoladas a los ídolos (8,1-10,33); qué conducta observar en las asambleas litúrgicas respecto al ministerio de las mujeres y el uso de los dones carismáticos (11,1-14,40); qué pensar sobre el importante tema de la futura resurrección de los muertos (15,1-58). Probablemente fueron Estéfanas, Fortunato y Acaico quienes trajeron las informaciones y la carta en la que los corintios solicitaban esclarecimiento (16,17).

 

Fue entonces cuando Pablo escribió su primera epístola canónica a los corintios, respondiendo a todas estas situaciones. Se puede pensar que la epístola fue enviada a Corinto antes de Pentecostés del año 54 (1 Cor 16,8). (Ver el esquema de la primera Epístola a los Corintios en las páginas 176-179.) Ante el problema de las divisiones, el apóstol reaccionó con vigor: “¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1,13). “¿Qué es, pues, Apolo? ¿Qué es Pablo?... ¡Servidores por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio. Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa, si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios, y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios” (3,5-9) Y qué pasó con Apolo? No sabemos nada más de él en Corinto. Tal vez, para no agravar las situaciones y serenar los ánimos, Apolo dejó Corinto y se mar- También se enfrentó contra los “super-sabios y espirituales”, diciéndoles: “¡Nadie se engañe! Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, vuélvase loco para llegar a ser sabio, pues la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: El Señor enreda a los sabios en su propia astucia. Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Así que no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es vuestro: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es vuestro; y vosotros, de Cristo, y Cristo, de Dios” (3,18-23; cf. 4,6-15).

 

Luego abordó las otras informaciones recibidas (5–6) y respondió a las preguntas que le habían formulado (7–15). En cada tema se encuentran verdaderas joyas de espiritualidad. Sólo podemos dar aquí algunas muestras. – “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (6,15).

 

“¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido bien comprados. ¡Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo!” (6,19).

 

“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (9,16).

 

“Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (10,13).

 

“Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (10,31).

 

“Ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor. Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la mujer. Y todo viene de Dios” (11,11-12).  (Hch 18,23–21,17) 111 chó a Éfeso, donde lo encontramos al lado de Pablo. Éste le instaba a regresar a Corinto, pero él se negó a hacerlo (1 Cor 16,12). La Epístola a Tito menciona por última vez a Apolo, junto con Zenas, perito en la ley, a quienes se debe proveer de todo lo necesario para un viaje que tienen que emprender (Tit 3,13). – El himno al amor (13,1-13). – “Manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. ¡Haced todo con amor!” (16,13-14). La epístola pudo ser llevada por las mismas personas que habían traído las informaciones y la carta solicitando aclaraciones, a saber: Estéfanas, Fortunato y Acaico.

 

Pablo, en su carta, suplica a los corintios que traten bien a Timoteo, pues “trabaja, como yo, en la obra del Señor. Que nadie lo menosprecie. Procurad que vuelva en paz a mí” (16,10-11). Y luego añade unas palabras sobre los mensajeros: “Estoy lleno de alegría por su visita…, que han suplido vuestra ausencia. Ellos han tranquilizado mi espíritu y el vuestro. Sabed apreciar a estos hombres” (1 Cor 16,17-18).

 

Si, por una parte, todos los problemas tratados en la epístola debieron inquietar profundamente a Pablo, esta última expresión de “tranquilidad de espíritu” puede revelar un estado de ánimo más sosegado en el apóstol, después de haber podido escribir su extensa epístola. Al final de la carta, Pablo expresaba sus proyectos próximos: permanecería en Éfeso hasta Pentecostés, marcharía después a Macedonia y pasaría luego el invierno en Corinto, para después continuar a alguna otra parte (16,5-8).

 

SEGUNDA ETAPA: DE AGOSTO DEL AÑO 54 A LA PRIMAVERA DEL 55

 

Los planes de viaje que Pablo había formulado en 1 Cor 16,5-8, de ir a través de Macedonia a Corinto, tuvieron que ser modificados. En efecto, al regresar Timoteo a Éfeso en julio, trajo al apóstol noticias alarmantes: la persona y la autoridad de Pablo habían sido fuertemente cuestionadas. Conocemos datos sobre esta situación gracias a la segunda Epístola a los Corintios. Algunos cristianos llegaron a la comunidad de Corinto y entraron en acción: predicaban y negociaban con la Palabra de Dios (2 Cor 2,17); presentaban “cartas de recomendación” (2 Cor 3,1); tomaban como apoyo central de sus predicaciones la figura de Moisés (2 Cor 3,7.13). ¿Quiénes eran estos personajes intrusos? Si llevaban cartas de recomendación, no habían llegado por propia iniciativa, sino que eran enviados por otra comunidad. Pero ¿cuál sería ésta? Las opiniones de los especialistas se dividen: podrían venir de Jerusalén o, más probablemente, de Antioquía. Sin embargo, un dato cierto es evidente: se trataba de judíos convertidos al cristianismo, de tendencias judaizantes

 

Pablo decidió entonces ir a Corinto para una visita relámpago, en el verano del 54, pero ésta resultó un fracaso. En un altercado con un miembro de la comunidad, sostenido con seguridad por los intrusos judaizantes, el apóstol fue profundamente ultrajado y humillado. Pablo tuvo que dejar Corinto, prometiendo regresar otra vez: volvería a Corinto, se desplazaría luego a Macedonia, regresaría a Corinto y después navegaría hacia Judea (2 Cor 1,15). Sin embargo, canceló este viaje a Corinto para no causar aflicción con su visita: “En mi interior tomé la decisión de no ir otra vez con tristeza adonde vosotros, porque, si yo os entristezco, ¿quién podría alegrarme sino el que se ha entristecido por mi causa?” (2 Cor 2,1). Una vez de regreso a Éfeso, el apóstol escribió a los corintios una carta “con muchas lágrimas” –carta que no conocemos, pero a la que alude la segunda Epístola a los Corintios– para manifestarles el amor entrañable que en él había para ellos: “Os escribí, en efecto, con gran aflicción y angustia de corazón, y con muchas lágrimas, no para entristeceros, sino para que sepáis el amor desbordante que os tengo” (2 Cor 2,4). Y también para indicarles que, después de infligir un castigo al culpable, le concedieran el perdón y lo animaran: “No sea que se vea hundido en una excesiva tristeza. Os suplico, pues, que reviváis el amor hacia él” (2 Cor 2,5-8).

 

La carta de “las lágrimas” fue llevada por Tito a Corinto cruzando el mar, muy probablemente hacia septiembre del 54.  La segunda epístola de Pablo a los corintios es la única fuente de información para esta etapa de su vida. Esta epístola parece estar formada por varias cartas de diferente fecha. Una posible hipótesis sería:

 

1) La carta de la reconciliación y del consuelo (1,1–2,13 + 7,5-16).

 

2) Pablo defiende su misión apostólica contra los judaizantes (2,14–7,4).

 

3) Invitaciones a la colecta (8–9).

 

4) La carta polémica (10–13). Esta sección ofrece un estilo totalmente diferente y extraordinariamente polémico: esto supone que algo malo ha pasado en Corinto y Pablo se ha visto precisado a intervenir con vehemencia. En esto, Pablo tuvo que dejar Éfeso, posiblemente obligado por los dolorosos acontecimientos narrados en Hechos 19,23–20,1. El apóstol escribe a este propósito: “No queremos que ignoréis, hermanos, que la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Cor 1,8-11).

 

Tomando la dirección norte, Pablo llegó a Tróada para predicar allí el Evangelio. La ciudad era importante y progresista; estaba situada en un punto estratégico de conexión entre Asia y Europa, y la fundación de una Iglesia en ese lugar ofrecía muchas ventajas y oportunidades. Pues bien, aun cuando a Pablo se le había abierto una gran puerta en el Señor, su espíritu no tuvo punto de reposo, pues no encontró a Tito, a quien esperaba con ansias para conocer el resultado que había tenido la carta escrita “entre lágrimas”. Se despidió, pues, de Tróada y partió para Macedonia.

 

Al llegar a Filipos, el apóstol se encontraba hundido en preocupaciones, “sin hallar sosiego y con toda clase de tribulaciones: por fuera, luchas; por dentro, temores” (2 Cor 7,5-16). Pero finalmente encontró a Tito con noticias reconfortantes y Pablo se llenó de consuelo. Pablo pasó en Macedonia el invierno de 54-55. Desde Macedonia, ya sea desde la Iglesia de Filipos o de Tesalónica, Pablo envió durante la primavera del año 55 los capítulos 1–7 de la segunda Epístola a los Corintios, escrita en un tono totalmente diferente, con grandes y hermosos trozos, a veces conmovedores, sobre el ministerio apostólico: “Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Apretados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida” (4,7-12). 

 

A veces Pablo siente cercana su muerte, pero la esperanza de la vida eterna en Dios, en una situación nueva celeste, le llena en plenitud: “Por eso no desfallecemos. Aun cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. En efecto, la leve tribulación de un momento nos procura, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, pues las cosas visibles son pasajeras, mas las invisibles son eternas. Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste” (4,16–5,2). Pablo confió la carta a Tito, “compañero y colaborador mío cerca de vosotros”, y a dos hermanos “delegados de las Iglesias”, cuyos nombres ignoramos, pero que eran bien conocidos de los corintios (2 Cor 8,18.22-23).

 

Los mensajeros tenían también la encomienda de realizar la importante colecta que Pablo llevaría a los pobres de Jerusalén (2 Cor 8). Junto con una carta de invitación a los corintios en favor de la colecta, el apóstol enviaba otra pequeña carta a las Iglesias de Acaya para que se adhirieran al mismo proyecto, y terminaba con una frase de gratitud a Dios por el regalo de la salvación: “¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!” (2 Cor 9).

 

TERCERA ETAPA: DEL VERANO DEL 55 A LA PRIMAVERA DEL 56

 

1. Misión en Iliria Estando en Macedonia, Pablo deseaba ir a Corinto durante el verano de 55; sin embargo, aplazó su ida para dar tiempo a que surtiera efecto su carta y se llevara a cabo la colecta (2 Cor 1–9). Entretanto, ¿qué hacer? Surgió entonces en él su ardor misionero y determinó llevar el Evangelio de Cristo a tierras vírgenes. Ante sus miradas, hacia el oeste, después de las fronteras de Macedonia, a unos 320 kilómetros de Tesalónica, se extendían las tierras de Iliria, donde podría pasar el verano del año 55. El territorio de los ilirios se extendía desde Pilón hasta el puerto de Dyrrachium (la actual Durrës, en Albania), sobre la costa del Adriático (Rom 15,19). Pablo dejó, pues, Tesalónica y, con algún compañero, que bien pudo ser Timoteo, tomó la Vía Egnatia; pasó cerca de Pella, ciudad natal de Alejandro Magno, y continuando por Edessa y Heraclea llegó a Lychnidos, la actual Ohrid, a orillas del lago del mismo nombre. Era el país de Iliria, que se situaba al sur de la antigua Yugoslavia, en el moderno Estado de Macedonia, al este de la actual Albania

 

2. Nuevos problemas en Corinto Encontrándose el apóstol en Iliria, recibió a través de Tito o de algún otro mensajero irritantes noticias de Corinto. No eran ya probablemente los “corintios-sabios y espirituales” los que lanzaban invectivas contra Pablo (1 Cor 1,22.25), ni tampoco los judaizantes que presentaban cartas de recomendación, comerciaban con la Palabra de Dios y exaltaban la figura de Moisés (2 Cor 2,17; 3,1.13), sino otro grupo, también de judaizantes, que se presentaban como “super-apóstoles” y afirmaban que Pablo era cobarde, débil, ambicioso, acaparador, apóstol de rango inferior, carente de elocuencia, astuto al no querer recibir nada de los corintios, sin particulares dones, gracias y revelaciones, y que tal vez, detrás de la iniciativa de la colecta, el apóstol escondía sus propios intereses económicos (11,7-10). El apóstol se enardece contra “esos super-apóstoles, falsos apóstoles, trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y nada tiene de extraño: el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. Por tanto, no es mucho que sus ministros se disfracen también de ministros de justicia. Pero su fin será conforme a sus obras (11,13-15).

 

3. Segunda Epístola a los Corintios: capítulos 10–13 Fue entonces cuando Pablo escribió los capítulos 10–13 de su segunda Epístola a los Corintios, en los que, lleno de enojo, de furia y de cólera, deshace a sus adversarios judaizantes, se enfrenta a los propios corintios (11,19-21) y, finalmente, se ve obligado a hacer su propia apología, refiriéndose a sus glorias de raza, a sus sufrimientos por Cristo, a sus visiones y revelaciones, pero sobre todo a sus flaquezas y debilidades (11,21–12,13). Los capítulos 10–13 de 2 Corintios nos revelan de manera extraordinaria el genio del apóstol para emplear los procedimientos y las técnicas de retórica aprendidas años atrás, durante los años de su juventud en la Universidad de Tarso: “Me fue dado un aguijón a mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetea”. Es tal vez éste el momento más adecuado para comprender las misteriosas palabras de Pablo: “Para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, me fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo, tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: ‘Te basta mi gracia’, pues la fuerza llega a su perfección en la debilidad” (12,7-9).

 

Más que referirse a alguna enfermedad corporal o psicológica, la expresión “un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea”, dado el contexto de estas afirmaciones, debe interpretarse de las tribulaciones apostólicas que Pablo tuvo que sufrir de parte de los suyos, de los de su “carne”; de los judíos incrédulos o incluso de los mismos cristianos procedentes del judaísmo: por ejemplo, los judío-cristianos de Antioquía, la intromisión de judaizantes que provocaron claudicaciones entre los gálatas, los pseudo-místicos de Colosas, y los judaizantes que aparecieron sucesivamente en Corinto; los “hombres sabios y espirituales” (1 Cor 4,15), los que negociaban con la Palabra de Dios ( 2 Cor 2,17) y los “super-apóstoles y trabajadores engañosos” (2 Cor 12,7-9).

 

Podría también pensarse en los sufrimientos que le causaron sus propios hijos cristianos convertidos de la gentilidad; por ejemplo, las indolencias de los tesalonicenses, las envidias entre Evodia y Síntique en Filipos, los predicadores de Éfeso que se aprovecharon de la prisión de Pablo y, sobre todo, los cristianos de Corinto que se dejaron engañar por los “super-sabios” y “super-apóstoles”. 

 

Pablo ha sido instrumento del Espíritu Santo para la propagación del Evangelio, pero su trabajo apostólico ha sido también fuente de incontables sufrimientos y tribulaciones (2 Cor 11,23b-29). Pablo, cansado de los rechazos de los suyos, pidió al Señor que le liberara de ese “aguijón a la carne”. El Señor no accedió a concederle la petición. Esos sufrimientos eran fecundos y entraban en el misterio del plan divino: “¡Te basta mi gracia, pues la fuerza alcanza su perfección en la debilidad”.

 

4. LA CARTA DE PABLO LLEGA A CORINTO Los mensajeros llevaron la carta 2 Cor 10-13, con la promesa de que Pablo iría a Corinto (12,14; 13,1). Mientras tanto, el apóstol permaneció en Iliria para fortalecer la fundación de la nueva Iglesia. Pasado el verano, Pablo y su compañero debieron de tomar una nave que los transportó desde Dyrrachium, donde terminaba la Vía Egnatia, hasta Patras, en el Peloponeso, para caminar después 135 kilómetros hasta llegar a Corinto, o bien hacer el viaje a pie desde Iliria, recorriendo 465 kilómetros en unas tres semanas, por la ruta que descendía a orillas del mar. Era el otoño del año 55. (Ver el esquema de la segunda Epístola a los Corintios en las páginas 180-181.)

 

5. PABLO EN CORINTO Y LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS Al llegar a Corinto, Pablo se dio cuenta de que la carta dura y furiosa, escrita desde Iliria, había sido bien acogida y había producido el fruto esperado. La Iglesia de Corinto estaba en paz. Allí pasó Pablo el invierno de 55 a 56. Durante su estancia invernal en Corinto, volvieron a surgir en la mente del apóstol sus deseos de ir a Roma para, desde allí, llevar el Evangelio hasta la península Ibérica, España: “No teniendo ahora ya campo de acción en estas regiones, y deseando vivamente desde hace muchos años ir donde vosotros, cuando me dirija a España… Espero veros al pasar, y ser encaminado por vosotros hacia allá, después de haber disfrutado un poco de vuestra compañía… Y bien sé que, al ir a vosotros, lo haré con la plenitud de las bendiciones de Cristo” (Rom 15,22-24.29) 

 

Según la geografía de aquel tiempo, el punto más alejado del continente europeo, el confín de la tierra, era el cabo de San Vicente, en Portugal. Al considerar ese proyecto, Pablo juzgó oportuno, aprovechando los meses de invierno 55-56, escribir una Epístola a los Romanos para presentarse y comunicar a la Iglesia de Roma sus intenciones misioneras. Pero se le presentaban circunstancias inéditas.

 

Pablo no había fundado la Iglesia de Roma, ni había estado allí jamás. ¿Qué decir entonces a los romanos en esa carta? ¿De qué tratar en ella? La Epístola a los Romanos es una carta tan extensa como la primera a los Corintios (ambas tienen 16 capítulos; 1 Corintios consta de 437 versículos, y Romanos, de 432). Romanos es la mejor estructurada de las epístolas de Pablo. Sin entrar a fondo en su contenido, podemos descubrir algunas intenciones que tuvo el autor para desarrollarla. Ante todo, con esta epístola quiere entrar en contacto con los cristianos de Roma y preparar su visita a esa Iglesia. Muy probablemente desea vincularse a esa comunidad y que la Iglesia de Roma patrocine su expedición evangelizadora a España. Pablo se sabe apóstol enviado por Cristo a los gentiles, por eso tiene la osadía de que Roma entre en los ámbitos de su misión. Además, si Pablo va a España dependiendo de la Iglesia de Roma y siendo comisionado de ella, esto será una garantía para su hazaña apostólica (1,13-15; 15,14-16.23.28-29).

 

En cuanto al tema, la Epístola a los Romanos parece exponer ordenada y claramente los pensamientos que han ocupado la mente y las preocupaciones de Pablo durante los últimos años, a saber: la necesidad de la fe en Cristo para la justificación y salvación del hombre, ya sea judío, ya sea gentil. No es extraño, pues, que la palabra “fe” (pistij) aparezca hasta cuarenta veces en la epístola. La epístola consta de un exordio, tres partes principales y una conclusión. (Ver el esquema de la Epístola a los Romanos en las páginas 183-186.)

 

1. Después del exordio a la obra (1,1-16), la primera gran parte de la carta (1,16–8,39) puede llevar como título “La justificación y la salvación por la fe”: “Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley. ¿Acaso Dios lo es únicamente de los judíos y no también de los gentiles? ¡Sí, por cierto!, también de los gentiles, porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los judíos (circuncisos) en virtud de la fe y a los gentiles (incircuncisos) por medio de la fe” (3,28-30). La primera parte de la epístola termina con un ardiente himno al amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús: “Ante esto, ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (8,31-39).

 

2. La segunda parte de la epístola (9,1–11,39) responde a esta pregunta: ¿cuál es la suerte del pueblo elegido en el plan de Dios? Por tal razón, podemos titular esta parte como “El destino de Israel”. El apóstol sintetiza este tema capital en esta frase: “En cuanto al Evangelio, son enemigos para vuestro bien, pero en cuanto a la elección, son amados en atención a sus padres. Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (11,28-29). Y clausura estas consideraciones con una admirable glorificación de la sabiduría y ciencia de Dios: “¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento de Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén” (11,33-36). contiene “Exhortaciones de vida cristiana”; en particular, acerca del amor hacia los débiles en la fe.

 

Finalmente, en una conclusión (15,14–16,27), el apóstol resume su ministerio, comunica sus planes de viaje, hace las últimas recomendaciones, envía saludos personales a muchos cristianos de Roma y se despide alabando y bendiciendo a Dios en una amplia doxología al Misterio de la salvación en Cristo: “A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos!” (16,25-27).

 

V. DE CORINTO A JERUSALÉN Llegada la primavera del año 56, Pablo dejó Corinto para ir a Jerusalén, en compañía de siete hermanos, con una finalidad concreta: hacer entrega de la colecta recogida durante varios años en Galacia, Macedonia y Acaya. Una vez terminado este asunto, partirá para España, pasando por Roma. Él espera que al ir allá lo hará “con las bendiciones de Cristo” (Rom 15,25.28-29).

 

Sin embargo, Pablo presentía que le podrían surgir serios problemas en Jerusalén de parte de los judíos no creyentes e incluso de los mismos judío-cristianos más cerrados en sus tradiciones, y que no aceptaran la colecta en la que se había afanado con tanto esmero. Por estas razones, pedía la oración de los cristianos de Roma: “Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones, rogando a Dios por mí, para que me vea libre de los incrédulos de Judea, y que el socorro que llevo a Jerusalén sea bien recibido por los santos” (Rom 15,30-31). Para el viaje del apóstol de Corinto a Jerusalén no tenemos sino las noticias de los Hechos de los Apóstoles (20,3b–21,17), donde aparecen con frecuencia el género literario adoptado por Lucas y sus intenciones teológicas. (20,3b-6)

 

1. El viaje más directo de Corinto a la costa oriental del mar Egeo hubiera sido cruzar el mar en una nave desde el puerto de Cencreas a Éfeso, pero Lucas informa que los judíos tramaron una conspiración contra Pablo cuando estaba a punto de embarcarse para Siria; entonces él tomó la determinación de volver por Macedonia, cubriendo a pie la distancia entre Corinto y Filipos (20,3). Sus acompañantes eran siete: Sópatros de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe y Timoteo; Tíquico y Trófimo de Asia. Estos compañeros de viaje fueron designados seguramente por las Iglesias que contribuyeron a la colecta en favor de los cristianos de Jerusalén. El viaje para llevar la colecta era difícil. Probablemente tuvieron que cambiar las monedas por lingotes de oro para facilitar el traslado. Al llegar a Filipos, los acompañantes continuaron el viaje hasta Tróada, mientras que Pablo se detuvo en Filipos durante los días de los Ázimos, fiestas de la Pascua. En Filipos se les adhirió el autor de las “secciones-nosotros”, quien los acompañará hasta Jerusalén. Se embarcaron en Neápolis y, después de cinco días, llegaron a Tróada, donde encontraron a los compañeros que llevaban la colecta y se detuvieron una semana. Allí había fundado Pablo una comunidad cristiana (2 Cor 2,12).

 

2. EN TRÓADA (20,7-12) “El primer día de la semana” se reunieron para “la fracción del pan”. Desde muy pronto, el día de reunión cultual de los cristianos fue el domingo, en conmemoración de la resurrección del Señor, y comenzaba a contar, según la costumbre judía, desde nuestro sábado por la tarde (1 Cor 16,2; Ap 1,10). “La fracción del pan” es la celebración de la eucaristía. Este dato es importante, pues la cena eucarística aparece como el punto central de las reuniones cristianas (Hch 2,42.46; 20,11; 27,35; 1 Cor 10,16; 11,24). Predicador infatigable, Pablo prolongó su discurso hasta media noche. Un joven llamado Eutico, dominado por el sueño, se cayó de la ventana de un tercer piso y lo levantaron muerto. Pablo le devolvió la vida. Luego continuó la fracción del pan y siguió su plática hasta el amanecer. Según su estilo, Lucas conserva este episodio pintoresco y milagroso, mostrando a Pablo con los carismas de Jesús y de Pedro, que devuelven la vida a un difunto (Lc 7,14; Hch 9,40).

 

3. EN MILETO (20,13-38) De Tróada partió la comitiva en barco para Asso; Pablo los alcanzaría por tierra. Recogieron a Pablo en Asso y continuaron tocando Mitilene, Quíos, Samos, Troguilión, hasta llegar a Mileto. Pablo no quiso pasar por Éfeso para no perder tiempo, pues deseaba estar en Jerusalén para la fiesta de Pentecostés (v. 16). Desde Mileto mandó llamar a los presbíteros de Éfeso. Lucas aprovecha la ocasión para poner en labios de Pablo un gran discurso dirigido a los ancianos de esa importante Iglesia, en la que él había trabajado tanto (Hch 20,18-35). Es un “discurso de despedida” que se presenta como el testamento pastoral del apóstol: evoca las responsabilidades del ministerio, las exigencias del servicio apostólico, el poder de la gracia divina de la que todo depende. Es una página de considerable riqueza doctrinal y ofrece una estructura literaria en forma de quiasmo.

 

a. Testimonio personal de Pablo (vv. 8-21).

 

b. Presentimiento: tribulaciones en Jerusalén (vv. 22-24).

 

c. “No volveréis a ver mi rostro” (v. 25). b’. Presentimiento: falsos maestros de fuera y de dentro (vv. 26-30). a’.Testimonio personal de Pablo (vv. 31-35). El punto medio del discurso es también el centro de atención: “No volveréis a ver mi rostro”. Doctrina del discurso

 

1. Varios temas El discurso reproduce temas variados de teología lucana y de teología paulina: el servicio al Señor, el testimonio del Evangelio, la conversión, la fe, el sufrir por Jesús, el Reino, la acción del Espíritu en favor de la Iglesia de Dios, la redención por la sangre de Jesús, los enemigos, la Palabra de la gracia de Dios, la caridad a los pobres. De particular atención es el fondo trinitario del discurso; a lo largo de él se menciona a Dios-Padre (vv. 24.27.28.32), al Señor Jesús (vv. 19.21.24.35), al Espíritu Santo (vv. 22.23.28).

 

2. Pablo, encadenado por el Espíritu “Y, ahora, he aquí que yo, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén. No sé lo que me espera allí; sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero la vida para mí no cuenta, al lado de completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo de la Buena Nueva, del favor de Dios” (20,22-24). Aun antes de dejar Corinto, Pablo se sentía ya muy inquieto por la suerte que le pudiera esperar en Jerusalén (Rom 15,30-31). Ahora en Mileto, sus presentimientos se hacen más explícitos. Pero él sabe que toda su vida está guiada y dirigida por el Espíritu Santo. Él es un instrumento del Espíritu en favor del Evangelio. Si le espera una cautividad, más que de los ardides de sus enemigos dependerá de la voluntad del Espíritu. Más aún, el Espíritu mismo le va preparando, a través de su palabra profética, para su próximo destino doloroso.

 

3. El Espíritu Santo os ha puesto como guardianes del rebaño “Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes, siendo así pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo” (20,28). Del Espíritu Santo vienen los carismas para edificar la Iglesia (1 Cor 12,7.11). Pues bien, el Espíritu es quien ha constituido a los presbíteros de Éfeso como epíscopos, esto es “guardianes, vigilantes, inspectores” que deben pastorear, como se pastorea un rebaño, a la Iglesia de Dios. Los “presbíteros son epíscopos”. Estas dos palabras o títulos designan funciones que una misma persona desempeña en la comunidad (Flp 1,1; Tit 1,5-7; 1 Tim 3,1-6).

 

El “presbítero” o “anciano” es una persona que pertenece al grupo de dirigentes de la comunidad. Ahora bien, este “presbítero”, además de presidir, tiene la función de “guardar y vigilar” a la comunidad, como un buen pastor lo hace a favor de sus ovejas. En este momento de la vida de la Iglesia, la palabra “epíscopos” todavía no designa a la persona a quien llamamos “obispo”. Sólo en épocas posteriores, el término “obispo” se utilizará para referirse al presidente del colegio presbiteral, como responsable de una Iglesia local. Esta “Iglesia” ha sido una adquisición costosa. Ha requerido la sangre del Hijo de Dios.

 

El texto original griego es extremadamente condensado: “....pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con su propia sangre”. Como “sangre” no puede referirse a Dios-Padre; debe entenderse de Jesús. El pensamiento, pues, se ha deslizado del Padre a Jesús (cf. 1 Pe 1,18-19; Ef 5,25-27; Heb 9,12-14; 13,12). La despedida no dejó de ser emotiva: “[Pablo] se puso de rodillas con todos ellos. Rompieron entonces todos a llorar y, arrojándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañándolo hasta la nave” (20,36-38).

 

4. DESDE MILETO HASTA TIRO (21,1-6) Pablo y sus compañeros partieron de Mileto y tocaron Kos, Rodas y Pátara. Allí cambiaron de nave, tomando una que iba hacia Fenicia; continuaron y, dejando Chipre a la izquierda, llegaron finalmente a Tiro, el célebre puerto fenicio donde la nave debía dejar su cargamento. En Tiro se detuvieron siete días. Allí encontraron una comunidad cristiana cuyos orígenes son desconocidos.

 

Los discípulos, iluminados por el Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén. “Estos profetas no transmiten a Pablo una orden, sino que, iluminados por el Espíritu sobre la suerte que le espera, querrían, por el amor que le tienen, evitarle tal destino” (BJ, 1628). Lucas insiste, en todo este trayecto hasta Jerusalén, en la intervención del carisma profético. Se diría que la subida de Pablo a Jerusalén es paralela a la subida de Jesús para entregar su vida en la Ciudad Santa. Lucas se goza pintando una despedida emotiva, expresión sensible del afecto que los hermanos profesan a Pablo y a sus compañeros: “Cuando se nos pasaron aquellos días, salimos y nos pusimos en camino. Todos nos acompañaron con sus mujeres e hijos hasta las afueras de la ciudad. En la playa nos pusimos de rodillas y oramos. Nos despedimos unos de otros y subimos a la nave; ellos se volvieron a sus casas” (21,5-6).

 

Desde Tiro, los viajeros hicieron por mar un breve trayecto hasta llegar a Tolemaida, la San Juan de Acre del tiempo de los cruzados y la actual Akko, en el norte de Israel. Allí descendieron y visitaron a los hermanos, pasando con ellos un día. Al día siguiente emprendieron, por tierra, el camino a Cesarea Marítima, distante de Tolemaida unos 55 kilómetros, y un día después llegaron a Cesarea.

 

5.-El autor de los Hechos narra con interés la estancia de Pablo en la ciudad de Cesarea, de la que había partido hacia el año 37, cuando tuvo que dejar Jerusalén y embarcarse para Tarso, y a donde volverá el apóstol en menos de un mes. La intervención de los profetas aumentará la tensión del momento. Lucas lee en su fuente: “Entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los Siete, y nos hospedamos en ella. Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. Permanecimos allí bastantes días”. Y continúa con la historia del profeta Ágabo, ya conocido por los lectores de los Hechos (11,27-28), quien bajó de Jerusalén a Cesarea y realizó sobre Pablo una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas: tomó el cinturón de Pablo, se ató sus pies y sus manos y dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinturón. Y le entregarán en manos de los gentiles”. Al oír esto, todos suplicaron a Pablo que no subiese a Jerusalén, pero él, con heroica valentía, contestó: “¿Por qué habéis de llorar y destrozarme el corazón? Pues yo me encuentro dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir también en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”. Los demás, como Pablo no se dejaba convencer, no tuvieron más que contestar: “¡Hágase la voluntad del Señor!”. Este anuncio, tomándolo en sentido bastante amplio, corresponde al relato del arresto (21,31-33), pero se parece al anuncio de la pasión de Jesús (Lc 18,31-34). Así, Lucas presenta los sufrimientos del apóstol en estrecha relación con la pasión del Señor (cf. Flp 3,10; Col 1,24). El Espíritu Santo ha ido manifestando, una y otra vez, y paso a paso, la suerte que Pablo correrá en Jerusalén como preludio de su larga prisión, primero en Cesarea y luego en Roma. La cautividad del apóstol no será sólo consecuencia natural de los acontecimientos, sino que forma parte misteriosamente de los planes providenciales de Dios.

 

6. SUBIDA DE CESAREA A JERUSALÉN (21,15-17) Hicieron, pues, los preparativos para subir a Jerusalén. Con Pablo y su comitiva subieron también algunos hermanos de Cesarea. Desde Cesarea a Jerusalén hay unos cien kilómetros, con un desnivel de 800 metros de altura. Eran necesarios, al menos, dos días enteros para recorrer la distancia. Probablemente a la mitad del trayecto se hospedaron en casa de Mnasón, chipriota como Bernabé y discípulo desde los primeros días. Llegados a Jerusalén, los hermanos les recibieron con alegría. Eran los días de la fiesta de Pentecostés del año 56. 

CAPÍTULO X

 

PABLO, PRISIONERO POR CRISTO

 

(Hch 21,18–26,32) Del verano-Pentecostés del año 56 al otoño del 59 La historia de “Pablo, prisionero por Cristo” es obra de Lucas, y esto explica la animación y viveza que caracterizan a estas páginas (Hch 21,18–26,32). En este conjunto literario, los seis discursos que Lucas ha puesto en labios de Pablo desempeñan un papel esencial: 22,1-21; 23,1-6; 24,10-21; 25,8-11; 26,2-23.24-29.

 

A través de ellos corren dos temas principales: la esperanza en la resurrección de los muertos (23,6; 24,15; 26,23) y la misión que el Señor ha confiado a Pablo de ser apóstol de los gentiles (22,12-21; 26,12-18). La lectura directa de estos capítulos es insustituible. Nuestra labor se limitará a presentar las divisiones del escrito y a proporcionar algunas notas que sinteticen el sentido de los textos. Las epístolas del apóstol no ofrecen datos sobre estos acontecimientos. En lugar de especular sobre posibles detalles históricos de esta sección, preferimos seguir el curso del esquema de Lucas, como él lo concibió y consignó por escrito, subrayando sus intenciones teológicas.

 

I. EN JERUSALÉN

 

(21,18–23,35) Pablo y su comitiva llegaron a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés del año 56 (Hch 20,16).

 

1. VISITA A SANTIAGO Y A LOS PRESBÍTEROS (21,18-26) Pedro no estaba en Jerusalén, y era Santiago quien dirigía la comunidad, auxiliado por un consejo de ancianos-presbíteros. Ante todos ellos, Pablo narró primero las maravillas que por su ministerio Dios había obrado entre los gentiles, y glorificaron a Dios (vv. 18-20a). Pero inmediatamente los hermanos advirtieron a Pablo de los rumores que entre los judío-cristianos circulaban sobre él: “Ya ves, hermano, cuántos miles y miles de judíos han abrazado la fe, y todos son celosos partidarios de la ley. Y han oído decir de ti que enseñas a todos los judíos que viven entre los gentiles que se aparten de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las tradiciones” (21,20-21). A fin de acallar esos rumores y de manifestar que Pablo cumplía las prescripciones de la ley, le aconsejaron hacer dos cosas: primera, someterse a las leyes de purificación para poder entrar en el templo, ya que venía de tierras de gentiles; segunda, hacer una “obra buena”. ¿Y qué pasó con el dinero de “la colecta”? Si la finalidad del viaje de Pablo era solamente entregar la colecta realizada durante años, ¿por qué Lucas no dice nada acerca de esto? La colecta fue rechazada. Santiago se vio presionado por el ala rigorista de los judío-cristianos cercanos al fariseísmo, que no aceptaron la colecta que venía de los gentiles a través de Pablo. El mismo apóstol lo presentía ya cuando escribió a los romanos: “Os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones, rogando a Dios por mí, para que me vea libre de los incrédulos de Judea y el socorro que llevo a Jerusalén sea bien recibido por los santos” (Rom 15,30-31). El dinero de la colecta en favor de los santos fue desviado para pagar los gastos de los costosos sacrificios que debían ofrecer cuatro hombres que habían hecho voto de nazireato: “Éste es el rito del nazir, para cuando se cumplan los días de su nazireato. Llevado hasta la entrada de la Tienda del Encuentro, presentará su ofrenda a Yahveh: un cordero de un año, sin defecto, en holocausto; una cordera de un año, sin defecto, en sacrificio por el pecado; un carnero, sin defecto, como sacrificio de comunión; un canastillo de panes ázimos de flor de harina amasada con aceite, y tortas sin levadura untadas en aceite, con sus correspondientes oblaciones y libaciones” (Nm 6,13-15). De todas maneras, hay varias preguntas importantes para las que no hay respuestas satisfactorias: la colecta, recogida durante tanto tiempo y en tantos lugares, ¿sólo bastó para cubrir los gastos de esos sacrificios y ofrendas? Si algo o mucho sobró, ¿qué fue de ese dinero?

 

2. EL ARRESTO DE PABLO (21,27–22,29) Pablo estaba en el templo cuando judíos venidos de Asia alborotaron al pueblo en contra del apóstol y le querían dar muerte. Le acusaban de haber introducido a un gentil en donde estaba prohibido que pasaran los paganos (21,27-32). El tribuno romano Claudio Lisias tomó cartas en el asunto y arrestó a Pablo (21,33-36). Antes de entrar en el cuartel, Pablo pidió hablar al pueblo, y el tribuno se lo permitió (21,37-40). Pablo dirigió entonces al pueblo una apología personal en lengua aramea (22,1-21). Al oírle hablar en arameo, la multitud quedó gratamente sorprendida: “¡Varones hermanos y padres, escuchad...!”. Lucas pone en labios de Pablo un admirable discurso a los judíos. Su apología es audaz y atrevida. Narra su juventud llena de celo por Dios; cuenta su conversión en el camino de Damasco y su destino como testigo de Jesús; finalmente, revela su misión a los gentiles. Ante las reacciones negativas de la multitud, el tribuno ordenó introducir a Pablo al cuartel y someterlo a los azotes. Pablo hizo conocer entonces su ciudadanía romana, y el tribuno tuvo que suspender la decisión del tormento.

 

3. ANTE EL SANEDRÍN (22,30-23,11) Al día siguiente, queriendo el tribuno conocer las acusaciones que los judíos tenían contra Pablo, convocó al Sanedrín, hizo bajar al apóstol y lo puso ante ellos. Lucas crea una escena rápida y brillante, manifestando el temperamento, el carácter y el genio de Pablo. Es él quien dirige los acontecimientos. La afirmación central en el discurso del apóstol es: “¡Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos. Por esperar la resurrección de los muertos se me juzga!”. Esta convicción de fe produjo un altercado violento entre fariseos y saduceos, y Pablo resultó inocente. PABLO, PRISIONERO POR CRISTO (Hch 21,18–26,32) 131 A la noche siguiente, el Señor se le apareció en una manifestación reconfortante, como en 18,9 y 22,21, y le reveló que iría a Roma: “¡Ánimo!, pues como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma” (23,11).

 

4. COMPLOT DE LOS JUDÍOS CONTRA PABLO (23,12-35) Los judíos maquinaban un complot para matar a Pablo. El sobrino del apóstol lo supo y se lo comunicó. Pablo envió al joven a que informara al tribuno Claudio Lisias, quien se interesó por salvarle. Llamó a dos centuriones para que prepararan, para las nueve de la noche, “doscientos soldados, setenta de caballería y doscientos lanceros”, con el fin de llevar a Pablo a Cesarea. El tribuno Claudio Lisias envió una carta al procurador Félix informándole del asunto. Félix recibió a Pablo, le preguntó por el lugar de su origen y lo mandó custodiar en el pretorio de Herodes.

 

II. EN CESAREA MARÍTIMA (24,1–26,32)

 

1. EL PROCESO ANTE EL PROCURADOR FÉLIX (24,1-22) Antonio Félix fue procurador de Judea desde el año 52 al 58. Codicioso, brutal y disoluto, gozaba –según Tácito– de un poder real con un alma de esclavo. Ante este personaje se presentó el sumo sacerdote Ananías, acompañado de algunos ancianos y del abogado Tértulo, para tratar el asunto de Pablo. Tras la acusación formal (vv. 2-9), el procurador concedió la palabra a Pablo para que expusiera su defensa. Nuevamente Lucas pone en labios de Pablo una brillante apología, en la cual rechaza toda acusación contra el orden público, confiesa su fe en el Dios de sus padres y subraya su creencia en “la resurrección futura tanto de los justos como de los pecadores”. Y termina: “… que digan estos mismos qué crimen hallaron en mí cuando comparecí ante el Sanedrín, a no ser este solo grito que yo lancé estando en medio de ellos: ‘Yo soy juzgado hoy por vosotros a causa de la resurrección de los muertos’”. Una vez que terminó Pablo, Félix dijo: “Cuando baje el tribuno Lisias decidiré vuestro asunto”. Y así se disolvió la reunión. 

 

2. CAUTIVIDAD DE PABLO EN CESAREA (24,23-27) Félix ordenó entonces al centurión que custodiase a Pablo, que le dejase tener alguna libertad y que no impidiese a los suyos que lo asistieran. Félix era consciente de la inocencia de Pablo, pero esperaba, para ponerlo en libertad, que éste le diese dinero; por eso frecuentemente le mandaba buscar y conversaba con él. En una ocasión, Félix vino con su esposa, Drusila, que era judía, hija de Herodes Antipas I, hizo llamar a Pablo y le estuvo escuchando acerca de la fe en Cristo Jesús. Al hablarle Pablo de la justicia, del dominio propio y del juicio futuro, Félix, aterrorizado, le interrumpió: “Por ahora puedes marcharte; cuando encuentre oportunidad te haré llamar”. Pablo pasó dos años en prisión en Cesarea (56-58).

 

Ésa era la duración máxima de una detención preventiva. Al final de ese tiempo, al no presentarse una nueva acusación, Pablo hubiera debido recobrar automáticamente su libertad. Sin embargo, Félix, al término de su mandato, queriendo congraciarse con los judíos, entregó al apóstol a su sucesor, Porcio Festo. Porcio Festo fue nombrado procurador de Judea hacia el año 58. Era miembro de la ilustre gens senatorial de los Porcii, de Tusculum. Este patricio, a quien Josefo presenta como un magistrado íntegro, hizo cuanto pudo para pacificar su provincia, profundamente revuelta.

 

3. ANTE FESTO, PABLO APELA AL CÉSAR (25,1-12) Los judíos quisieron aprovechar el cambio de gobierno para apoderarse de Pablo y darle muerte. Festo subió a Jerusalén, y los sumos sacerdotes y los principales de los judíos le presentaron acusación contra Pablo y le pidieron que lo llevara a Jerusalén para someterlo allí a juicio. Festo no aceptó, y los acusadores tuvieron que bajar a Cesarea. Al día siguiente, Festo se sentó en el tribunal y mandó traer a Pablo. Al presentarse éste, los judíos lo rodearon, presentando contra él muchas y graves acusaciones. Pablo se defendió diciendo: “Yo no he cometido falta alguna ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra el césar”.  (Hch 21,18–26,32) 133

 

Pero el procurador, queriendo congraciarse con los judíos, preguntó a Pablo: “¿Quieres subir a Jerusalén y ser allí juzgado de estas cosas en mi presencia?”. Pablo contestó: “Estoy ante el tribunal del césar, que es donde debo ser juzgado. A los judíos no les he hecho ningún mal, como tú muy bien sabes. Si, pues, soy reo de algún delito o he cometido algún crimen que merezca la muerte, no rehúso morir; pero si en eso de lo que éstos me acusan no hay ningún fundamento, nadie puede entregarme a ellos. Apelo al césar”. Entonces Festo deliberó con el consejo y respondió: “Has apelado al césar, al césar irás”.

 

4. PABLO, ANTE EL REY AGRIPA (25,13-26,32)

 

a) La solemne reunión (25,23–26,1) Pasados algunos días, el rey Agripa y Berenice vinieron a Cesarea y fueron a saludar a Festo. Agripa, Berenice y Drusila eran tres hijos de Herodes Agripa I. Marco Julio Agripa II nació en el año 27. Fue príncipe de Calcis en el 48, a la muerte de su tío Herodes de Calcis. En el año 50 recibió la superintendencia del templo, con el derecho de nombrar el sumo sacerdote. Después, Claudio y Nerón le aseguraron significativos engrandecimientos en Siria meridional y en Palestina septentrional. Su hermana Berenice vivía entonces con él, no sin dar que hablar; más tarde, ella se encontrará al lado de Tito. Festo hizo saber a Agripa II que en la prisión de Cesarea se encontraba Pablo, el cual, habiendo sido acusado por los judíos por cuestiones de religión, no había querido subir a Jerusalén para ser allí juzgado, sino que había apelado al césar. Agripa manifestó a Festo su deseo de escuchar a Pablo. Entonces, el procurador concertó una reunión solemne para el día siguiente. Pablo compareció ante Festo, Agripa, Berenice, los tribunos y otros personajes importantes. Festo tomó la palabra, presentó al prisionero, confesó no haber encontrado en él nada digno de muerte y agregó: “… pero como él ha apelado al augusto, he decidido enviarlo. No sé en concreto qué escribir al Señor sobre él; por eso lo he presentado ante vosotros, y sobre todo ante ti, rey Agripa, para saber, después del interrogatorio, lo que he de escribir, pues parece absurdo enviar a un preso sin indicar las acusaciones formuladas contra él”. Está claro que Lucas, al relatar los conceptos de Festo, quiso manifestar la inocencia de Pablo y traer naturalmente a la memoria el proceso de Jesús ante Pilato. Cuando Festo terminó de hablar, Agripa dijo a Pablo: “Se te permite hablar en tu favor”. Entonces Pablo extendió su mano y empezó su defensa.

 

b) El discurso de Pablo (26,2-23) Pablo había comparecido ya ante los judíos y su Sanedrín (22,1-21; 23,1-6), y ante los procuradores de Roma (24,10-21; 25,8-12). Ahora está ante un rey (26,2-23). El discurso que Lucas pone en labios de Pablo ante el rey Agripa es una pieza literariamente perfecta. A los ojos del autor, el testimonio del apóstol ante un rey es otra de las cumbres de la carrera misionera de Pablo, pues él debía llevar el nombre de Jesús no sólo ante los hijos de Israel y ante los gentiles, sino también ante los reyes (9,15). – Exordio (vv. 2-3): Pablo se dirige al rey Agripa con confianza y aplomo, declarándolo conocedor de las costumbres judías. – Primera parte (vv. 4-8): El apóstol confiesa la rectitud de su vida y apela a su fe según las creencias de la secta farisea, la más estricta de la religión judía. Y subraya que, justamente a causa de la esperanza en la resurrección, promesa que Dios ha hecho a los padres, él es ahora procesado. “La esperanza mesiánica se concreta en la resurrección de los justos, destinados a tomar parte en el Reino al final de los tiempos (cf. Dn 12,13: 2 M 7,9). Esta esperanza ha comenzado a realizarse con la resurrección de Cristo, que de este modo se convierte en el fundamento de la esperanza cristiana (1 Cor 15,15-22; Col 1,18)”  (Hch 21,18–26,32) 135 – Segunda parte (vv. 9-18): En la segunda parte, Pablo hace una breve relación de su primera actividad en contra de los cristianos. Narra luego la aparición de Jesús, camino de Damasco. Es Jesús resucitado quien se le presenta en un cuadro de luz más resplandeciente que el sol. Esta visión confirma y canoniza su fe farisea en la resurrección de los muertos. Jesús lo constituye entonces “ministro y testigo” suyo. Pablo es, ante todo, testigo y ministro de Jesús resucitado, que le resume su misión futura: “Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en mí”.

 

Si comparamos esta descripción del llamamiento de Pablo con los dos relatos paralelos (9,1-19; 22,1-21), descubrimos el genio de Lucas, que adapta admirablemente los conceptos de Pablo, su héroe, a las circunstancias presentes. De esta manera, ante el procurador romano y ante el rey Agripa, Pablo –a través de Lucas, autor literario del discurso– no necesitó aducir el testimonio de Ananías, el fiel creyente judío. – Conclusión (vv. 19-23): Obediente a la visión celestial, Pablo no ha hecho sino predicar, siempre y por todas partes, a judíos y a gentiles que se conviertan a Dios haciendo obras dignas de conversión. Y en términos concisos sintetiza su fe, que encuentra anunciada ya en los profetas y en Moisés: “Que el Mesías había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles”.

 

c) Reacciones en el auditorio (26,24-32) Mientras estaba diciendo él esto en su defensa, Festo le interrumpió gritándole: “Estás loco, Pablo; las muchas letras te hacen perder la cabeza”. Festo se muestra aturdido por la argumentación de Pablo. La reacción del magistrado romano hace suponer que Pablo se extendió largamente en sus pruebas y demostraciones, haciendo un amplio uso de su erudición bíblica, de la manera propia de la argumentación rabínica y de sus conocimientos retóricos. Pero Pablo se defiende precisando que, al hablar así, se dirige al rey Agripa, conocedor de las cosas judías: “No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo cosas verdaderas y sensatas. Bien enterado está de estas cosas el rey, ante quien hablo con confianza; no creo que se le oculte nada, pues no han pasado en un rincón. ¿Crees, rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees”. La reacción del rey fue diferente a la de Festo. El rey Agripa había callado, pero, al escuchar la pregunta directa que Pablo le hizo, contestó con una respuesta evasiva, que muestra bien que él ha comprendido: “Por poco me convences a pasar por cristiano”. A lo que Pablo replicó: “Quiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino todos los que me escuchan hoy llegarais a ser tales como soy yo, a excepción de estas cadenas”. El rey Agripa, el procurador Festo, Berenice y los que con ellos estaban sentados se levantaron y, mientras se retiraban, iban diciéndose unos a otros: “Este hombre no ha hecho nada digno de muerte o de prisión”. Agripa dijo a Festo: “Podía ser puesto en libertad este hombre si no hubiera apelado al césar”.

CAPÍTULO XI

 

VIAJE DE CESAREA

MARÍTIMA A ROMA

 

(Hch 27,1–28,16) Del otoño del 59 al verano del 62 Desde la llegada de Pablo a Jerusalén (21,18), Lucas no había tenido oportunidad de utilizar la “sección-nosotros”. Ahora la vuelve a tomar, dando la idea de que el relato brota de un testigo ocular: “Cuando se decidió que nos embarcásemos rumbo a Italia, fueron confiados Pablo y algunos otros prisioneros a un centurión de la Cohorte Augusta llamado Julio”. Las precisiones en el itinerario y, sobre todo, la descripción de la tempestad y del naufragio dan la impresión de un minucioso diario de viaje. La viveza de la narración cautiva la atención del lector. La lectura directa del texto de Lucas es de máximo interés. Por nuestra parte, sólo daremos un resumen de la trayectoria del viaje.

 

I. DE CESAREA A ROMA

 

1. DE CESAREA A CRETA (27,1-8) En una nave que partía para Asia, Pablo y sus compañeros, entre ellos Aristarco de Tesalónica, se hicieron a la mar bajo la custodia de un centurión llamado Julio. Dejaron Cesarea y al día siguiente llegaron a Sidón, donde Pablo pudo ver a sus amigos. Se embarcaron luego hacia los mares de Cilicia y de Panfilia, y al cabo de quince días llegaron a Mira de Licia. Allí dejaron la nave que iba hacia el norte y tomaron una embarcación alejandrina que navegaba hacia Italia. Después de una travesía penosa, llegaron a la altura de Gnido, ciudad de Caria, famosa por su templo de Venus, en el que estaba la estatua de la diosa esculpida por Praxíteles, hoy en el Museo Vaticano. Viraron luego hacia Creta por la parte del cabo Salmone y, costeando con dificultad, llegaron a Kali Limenes –Puertos Buenos–, cerca de la ciudad de Lasea.

 

2. TEMPESTAD Y NAUFRAGIO (27,9-44) La comitiva era de 276 personas (27,37). Había pasado ya la fiesta de la Expiación. Era pleno otoño del año 59 y el invierno se acercaba. Pablo advirtió al centurión del peligro de hacerse a la mar, pero éste no le dio crédito. Como Kali Limenes no era puerto a propósito para invernar, se embarcaron para llegar a Fénica, puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, y pasar allí el invierno (27,9-12). Levaron anclas y fueron costeando Creta, pero se desencadenó el viento llamado euro-aquilón –choque de viento del oriente y viento del norte–, que arrastró la nave y la dejó a la deriva. Pasaron cerca de la isleta llamada Cauda, el temporal continuó y así transcurrieron muchos días, desapareciendo toda esperanza de salvación. Pablo intervino nuevamente. Esta vez trató de infundir ánimo en los tripulantes: “Os recomiendo que tengáis buen ánimo; ninguna de vuestras vidas se perderá; solamente la nave. Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto, y me ha dicho: ‘No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el césar; y, mira, Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo’. Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho. Iremos a dar en alguna isla”. Habían transcurrido ya catorce días, cuando se presintió la proximidad de tierra. Temiendo dar contra algún escollo, los marineros quisieron huir de la nave, pero Pablo dijo al centurión y a los soldados: “Si no se quedan éstos en la nave, vosotros no os podéis salvar”. Entonces los soldados cortaron las amarras del bote en el que los marineros pensaban huir y lo dejaron caer. Mientras se hacía de día, Pablo aconsejaba a todos que tomaran alimento, y, diciendo esto, “tomó un pan, dio gracias a Dios en presencia de todos, lo partió y se puso a comer”. La significación exacta del gesto de Pablo es discutida. Todo judío, en el momento de tomar una comida, pronuncia una bendición, pero los términos escogidos por Lucas evocan naturalmente en un lector cristiano el rito eucarístico; es inconcebible que esta evocación sea aquí involuntaria. La eucaristía es, en un sentido superior, el alimento que interesa a la salvación (v. 34). Cuando se hizo de día, los marineros no podían reconocer la tierra. Enfilaron la nave rumbo a la playa, pero tropezaron contra un escollo y encallaron. Los soldados querían matar a los presos, pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, se lo impidió. A nado o sobre tablones, llegaron todos a tierra sanos y salvos. En todas las peripecias de esta navegación, Pablo mostró una admirable serenidad y, al mismo tiempo, un gran conocimiento de las cosas del mar. Lucas presenta al apóstol como conductor del viaje. Es útil recordar que, algunos años antes, había escrito que había naufragado ya tres veces (2 Cor 11,25). Los Hechos no han conservado ninguno de esos recuerdos.

 

3. EN LA ISLA DE MALTA (28,1-10) La tierra a la que habían llegado era la isla de Malta. Los nativos ofrecieron hospitalidad a los náufragos. Al coger una brazada de ramas secas, una víbora mordió a Pablo en la mano; él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno. Al ver lo sucedido, los nativos empezaron a decir que Pablo era un dios. El principal de la isla, llamado Publio, dio hospedaje a Pablo y a sus compañeros durante tres días. El padre de Publio estaba en cama enfermo. Pablo entró a verlo, hizo oración, le impuso las manos y lo curó. Después de este suceso, los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados. Aun cuando los Hechos no lo digan, Pablo debió de aprovechar el tiempo pasado en Malta para proclamar el Evangelio.

 

4. DE MALTA A ROMA (28,11-16) Después de tres meses se hicieron a la mar en una nave alejandrina que había invernado en la isla. Arribaron a Siracusa y permanecieron allí tres días. De allí pasaron a Regio y, aprovechando el viento del sur, llegaron a Pozzuoli. Allí había una comunidad de hermanos y pasaron con ellos siete días. De Pozzuoli a Roma hay cerca de 200 kilómetros. Los hermanos de Roma, al saber que venía Pablo, salieron a su encuentro hasta el Foro Apio, sobre la Vía Apia, a 66 kilómetros de la ciudad. Otros le esperaban en Tres Tabernas, a 49 kilómetros de Roma. Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y cobró ánimos. Era la primavera del año 60.

 

II. EN ROMA

(28,17-31)

 

1. CONTACTO CON LOS JUDÍOS (28,17-28) A los tres días de haber llegado a Roma, Pablo convocó a los judíos más notables y les comunicó el porqué de su presencia en la capital del Imperio. Eran judíos que no habían abrazado el cristianismo. Les dijo que el motivo de sus cadenas era haber proclamado “la esperanza de Israel”, o sea, la fe en que Dios resucitaría a los muertos. Conviene subrayar la importancia que Pablo da a la afirmación fundamental de “la resurrección de los muertos” en toda esta última sección de los Hechos (23,6; 24,15.21; 25,19; 26,6-8.23; 28,20. Los judíos respondieron a Pablo diciendo que no habían recibido ninguna noticia acerca de él, pero deseaban oír más sobre esa “secta” que encontraba contradicción por todas partes. Concertaron entonces una cita para escucharle más sobre el particular y se congregaron en mayor número. La exposición de Pablo cubrió dos temas:

 

1º El Reino de Dios, tema fundamental de las Escrituras.

 

2º El testimonio sobre Jesús, basado en Moisés y en los profetas.

 

La reunión fue larga, desde la mañana hasta la tarde, y el resultado fue, como siempre, en parte positivo y en parte negativo: unos creyeron por sus palabras, otros en cambio permanecieron incrédulos. Esta escena forma inclusión con el resultado de la predicación de Pablo en Antioquía de Pisidia: unos judíos admitieron el mensaje y otros permanecieron incrédulos (cf. Hch 13,42-47).

 

Ante la reacción negativa de los incrédulos, Pablo constató una vez más que ese endurecimiento no podía ser sino el cumplimiento de una profecía, la realización de una palabra del mismo Espíritu Santo por Isaías:“Ve a encontrar a este pueblo y dile: Escucharéis bien, pero no entenderéis; miraréis bien, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, y con sus oídos oigan, y con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane” (Is 6,9-10). Este texto fue muy familiar en el cristianismo primitivo para explicarse, a la luz de Dios, el misterio del rechazo que el pueblo judío hizo de Jesús, el Mesías enviado por Dios (cf. Mc 4,12; Mt 13,14-15; Lc 8,10; Jn 12,40).

 

El texto profético encuentra en esta actitud del pueblo un nuevo cumplimiento. El rechazo del Evangelio por la mayoría de los judíos, el pueblo elegido, aparece como uno de los acontecimientos anunciados por el Espíritu Santo y queda así integrado al plan salvífico de Dios. Pablo agrega: “Sabed, pues, que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos escucharán”. Estas afirmaciones de Pablo son paralelas a las que el apóstol había pronunciado ya en Antioquía de Pisidia (13,46) y en Corinto (18,6). El rechazo que los judíos hacían de Jesús impulsaba a Pablo a dirigirse a los gentiles, pues “esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. Ellos escucharán”. Con esta declaración solemne, Lucas pone fin al libro de los Hechos: el Evangelio, a través del apóstol Pablo, ha llegado hasta Roma, confín de la tierra (cf. 1,8). La última palabra, firme e incisiva, parece sugerir que en esos momentos está terminando un programa de evangelización y que una nueva etapa de expansión del cristianismo se abre hacia el porvenir (cf. Hch 1,8). ¡El gran mundo de los gentiles va a recibir, con corazón amplio y espíritu abierto, la salvación de Dios!

 

2. FIN DE LA CAUTIVIDAD ROMANA (28,30-31) Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado, y recibía a todos los que acudían a ella; predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno. Pablo pasó sus dos años de cautividad, desde el verano del año 60 al verano del 62, bajo el régimen de custodia militaris. Al no presentarse acusadores, no se llevó a cabo ningún proceso y, al término del plazo legal, Pablo recuperó la libertad. 

CAPÍTULO XII

 

ÚLTIMOS AÑOS Y MARTIRIO DEL APÓSTOL

 

Del verano del año 62 al año 67 Pablo recuperó su libertad en la primavera del año 62. Lucas termina su relato sin decirnos nada sobre lo que hizo el apóstol desde este momento hasta su muerte.

 

I. FUENTES Dos son las fuentes que pueden iluminar la actividad misionera de Pablo en la última etapa de su vida: –

 

1º Un texto de la Epístola a los Romanos, escrita desde Corinto, el año 56, en el que expresaba su deseo de ir a España, pasando por Roma: “Ahora, no teniendo ya campo de acción en estas regiones, y deseando vivamente desde hace muchos años ir donde vosotros, cuando me dirija a España… Pues espero veros al pasar, y ser encaminado por vosotros hacia allá, después de haber disfrutado un poco de vuestra compañía” (Rom 15,24). Sin embargo, este texto había sido escrito seis años atrás. Por lo cual es lícito preguntarse si, después de la cautividad sufrida primero en Cesarea Marítima y luego en Roma, mantendría todavía el apóstol su mismo proyecto de ir a España. –

 

2º Las epístolas a Tito y Timoteo. Las epístolas pastorales mencionan claramente un apostolado de Pablo en Oriente. En efecto, Pablo escribe a Timoteo: “Al partir yo para Macedonia te rogué que permanecieras en Éfeso…” (1 Tim 2,3). A Tito le dice: “El motivo de haberte dejado en Creta fue para que acabaras de organizar lo que faltaba...” (Tit 1,5). A Timoteo le suplica: “Apresúrate a venir a mí cuanto antes… Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio… Tráeme el abrigo que dejé en Tróada, en casa de Carpo, y los libros, en especial los pergaminos” (2 Tim 4,9-13). Además de estas ciudades, las cartas pastorales mencionan Nicópolis (Tit 3,12)10, Mileto (2 Tim 4,20), Corinto (2 Tim 4,20) y Roma (2 Tim 1,16-17). Sin embargo, la opinión más generalizada entre los especialistas en la literatura paulina considera que la Carta de Tito y al menos la primera a Timoteo fueron escritas por un discípulo de Pablo hacia los años 80-90 d.C. (Ver el esquema de estas cartas en las páginas 202-203.)

 

En cuanto a la segunda Epístola a Timoteo, ésta goza de mayor probabilidad de ser auténticamente paulina o de incluir, al menos, testimonios directos del apóstol11. Siendo así, la 2 Timoteo pudo ser escrita por Pablo pocos meses antes de su muerte, en el año 67, o escrita por un discípulo suyo poco después de su martirio, utilizando documentos del apóstol. (Ver el esquema de esta carta en la página 203.) Independientemente del problema de la autenticidad de estas cartas, podemos pensar, por las mismas noticias de las cartas pastorales, que Pablo viajó al Oriente después de su liberación de la cautividad en Roma. Nicópolis es probablemente Actia Nicópolis, fundada por Augusto sobre el golfo de Ambracia para conmemorar su victoria sobre Marco Antonio (31 a.C.). Actualmente es Preveza, en Grecia; Nerón la declaró metrópoli de la nueva provincia de Épiro. 11 Murphy-O’Connor, J., Paul, a critical Life. pp. 356-359. Para este último capítulo, hemos seguido las hipótesis de este autor: Rome and Spain, Once more the Aegean, Martyrdom, pp. 359-371.

 

II. VIAJE DE PABLO A ESPAÑA En su Epístola a los Romanos (15,24), en el verano de 56, Pablo había expresado sus deseos de ir a España. Clemente Romano habla de un viaje del apóstol “a los confines de Occidente”, es decir, a España (1 Clem 5,7). Este viaje es considerado por unos como cierto, por otros como posible y por otros como probable; otros permanecen escépticos. En caso de que Pablo haya realizado esa misión a España, pudo tomar una embarcación en Ostia, el puerto de Roma, y llegar a las costas de Cataluña al cabo de cuatro días, o hasta Cádiz en una semana. En cualquier caso, hay probabilidades de que la misión no tuviera el éxito que Pablo esperaba, pues éste se encontró en tierras muy diferentes a las conocidas en Oriente, con etnias muy diversas entre sí, y con la imposibilidad de poder comunicarse, dado que en esas regiones no se hablaba el griego. Siendo así, Pablo probablemente pasó en España el verano de 62 y regresó luego a Roma.

 

III. DE NUEVO EN EL ORIENTE DE ROMA A MILETO Y DE MILETO A ROMA Llegado a Roma, Pablo pudo tomar la Vía Apia, llegar a Bríndisi, atravesar el Adriático y llegar a Dyrrachium, en la región de Iliria. Podemos suponer que Pablo permaneció en Iliria hasta la primavera del 64, para terminar el trabajo de evangelización que había iniciado años antes. Continuó luego hacia Macedonia; pasó por Tesalónica, Filipos y Tróada, donde dejó, en casa de Carpo, su abrigo de invierno, sus libros y sus pergaminos (2 Tim 4,13), y finalmente llegó a Éfeso, donde se encontró con Timoteo. De allí pasó a Mileto, que distaba unos 80 kilómetros. En esta ciudad costera, el apóstol pudo realizar un fecundo ministerio, que de pronto se vio interrumpido hacia el final del verano del año 65. ¿Cuál fue la razón? El 19 de junio del año 64, por la mañana, se había producido un incendio en un establecimiento de Roma, cerca del Circo Máximo, y se extendió por toda la ciudad. El incendio fue provocado por el mismo Nerón, a quien interesaba tomar posesión de grandes terrenos para construirse la Domus Aurea. Descubierto como el causante del incendio, y para liberarse de las consecuencias, Nerón culpó del fuego a los cristianos y organizó una dura persecución contra ellos, en la que muchos cristianos fueron cruelmente asesinados. Al recibir la noticia de la persecución a los cristianos, Pablo quiso regresar a Roma por la vía rápida Éfeso-Corinto, para brindar ayuda a quienes sufrían los excesos de Nerón. En Mileto dejó a Trófimo enfermo; Erasto se quedó en Corinto (2 Tim 4,20), y Pablo prosiguió hasta Italia.

 

IV. POR SEGUNDA VEZ EN ROMA Estando en Roma, Pablo se entregó a la proclamación del Evangelio del Señor con el ardor acostumbrado. Pero, sin que sepamos cómo, un día fue capturado y llevado a prisión a causa de la predicación de la Palabra. Pablo mismo lo dice: “Por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor, pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9). Gracias a la segunda Epístola a Timoteo, escrita desde Roma durante la primavera del año 67, sabemos que esta nueva cautividad de Pablo fue mucho más rigurosa que la primera, sin esperanzas de ser puesto en libertad: “No te avergüences ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor ni de mí, su prisionero, sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la gracia de Dios” (1,8). “Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos, pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día” (1,12). En un párrafo conmovedor (2 Tim 4,6-18), Pablo, presintiendo próxima su muerte, sintetizó su labor misionera e hizo a Timoteo sus últimas recomendaciones: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.

 

Apresúrate a venir a mí cuanto antes, porque me ha abandonado Demas por amor a este mundo y se ha marchado a Tesalónica; Crescente, a Galacia; Tito, a Dalmacia. El único que está conmigo es Lucas. Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio. A Tíquico le he mandado a Éfeso. Cuando vengas, tráeme el abrigo que dejé en Tróada, en casa de Carpo, y los libros, en especial los pergaminos. Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho mal. El Señor le retribuirá según sus obras. Tú también guárdate de él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación. Por las expresiones de Pablo tenemos la impresión de que la comunidad cristiana de Roma no prestó al apóstol ni los auxilios requeridos ni la ayuda necesaria. “En mi primera defensa nadie me asistió; antes bien, todos me desampararon. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

 

V. MARTIRIO DEL APÓSTOL PABLO Prudencio (siglo IV) y otros escritores eclesiásticos hablan del martirio de Pablo y lo sitúan un año después de la muerte de Pedro, todavía bajo el reinado de Nerón. Los historiadores piensan que su martirio tuvo lugar en el año 67 de la era cristiana. Según el historiador Eusebio (siglo IV), Pablo –dada su condición de ciudadano romano– solamente fue decapitado, sin sufrir los atroces suplicios que los romanos acostumbraban infligir a sus víctimas. Sufrió el martirio fuera de las murallas de Roma, junto a la Vía Ostiense, donde actualmente se encuentra la Basílica de San Pablo (Historia eclesiástica 2.25; 3.1). Así terminó la vida del apóstol Pablo, toda ella consagrada a Jesucristo, el Hijo de Dios, cumpliéndose finalmente el deseo que había expresado años atrás a los filipenses: “Para mí, el vivir es Cristo, y el morir es una ganancia… Tengo el deseo de ser desatado y estar con Cristo” (Flp 1,21.23). 

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Comentarios: 1
  • #1

    Alex (sábado, 13 marzo 2021 09:42)

    Muy interesante y completo bendiciones

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BENDICIONES

DE UNCION DE LO ALTO

Hola, unción de lo alto les desea hermosas y abundantes bendiciones y que el Dios de toda gracia les conceda las peticiones de sus corazones, les animamos a que sigamos adelante con nuevos propósitos y proyectos en Cristo para la honra y gloria de su santo nombre, a no escatimar esfuerzos sabiendo que la obra de nuestras manos no es en vano, por lo que ponemos en sus manos estos pequeños panes y peces y que el Señor lo multiplique en su corazón, y como dice su palabra, no nos cansemos de sembrar que a su tiempo segaremos, bendiciones a todos nuestros Hnos, amigos y siervos en Cristo, así, como a toda la familia en la fe les deseamos los pastores  Martha Régules  y Daniel Vinalay autores de esta página

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