PREPARACIÓN PARA EL AVIVAMIENTO 

Charles H. Spurgeon

(1834-1892)

 

“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3).

 

Si pretendemos contar con la presencia de Dios, es necesario que estemos de acuerdo con él. Tenemos que estar de acuerdo en cuanto al propósito de nuestra existencia cristiana. Dios nos ha creado para sí, a fin de que anunciemos sus virtudes. El propósito principal del cristiano es que, habiendo sido comprado con la sangre preciosa de Cristo, vivamos para él y no para nosotros mismos. ¡Ay hermanos! Me temo que no coincidimos con Dios en esto. Tengo que decirlo, por más doloroso que sea: hay muchos que dicen ser cristianos, pero lo son sólo de palabra y hasta hay algunos en esta iglesia que parecen creer que el propósito principal de su existencia cristiana es llegar al cielo, llegar a tener todo el dinero posible aquí en la tierra y dejar todo lo que pueden a sus hijos al morir. Digo “llegar al cielo” porque incluyen esto egoísta mente como uno de los designios de la gracia divina. Pero me pregunto si, aparte de su felicidad de ir al cielo, les importaría mucho ir, si fuera sólo para la gloria de Dios, porque su manera de vivir sobre la tierra es siempre: “¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?” (Mt. 6:31). La religión nunca produce en ellos alguna reflexión. Pueden juzgar, sondear, tramar y planear cómo conseguir dinero, pero ni siquiera se les ocurre pensar cómo servir a Dios. La causa de Dios ni les cruza por la mente. Se concentran en ver cuánto es lo menos que pueden con tribuir al mantenimiento de la causa de la verdad o para extender el reino del Redentor. Lo único que hacen con su religión es pensar cómo pueden profesarla de la manera más económica y nada más. No me oirán hablar tonta y locamente como si creyere que no es justo y loable que el hombre quiera ganar dinero para satisfacer las necesidades de su familia y, aun, asegurarles su sustento cuando haya partido; es lo justo y adecuado. Pero cuando esto se convierte en el pensamiento principal –y estoy convencido de que éste es el caso de demasiados creyentes que lo son de labios para afuera– y olvidan a Quién pertenecen y a Quién sir ven. Viven para sí mismos; han olvidado Quién fue el que dijo: “…Fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata” (1 P. 1:18).

 

Ruego a Dios que pueda yo sentir que soy hombre de Dios, que no tengo ni un cabello de mi cabeza ni una gota de sangre que no está con sagrada a su causa. Y ruego, hermanos y hermanas, que ustedes también puedan sentir lo mismo, que muera en ustedes ese egoísmo, que puedan decir sin faltar a la verdad: “No tengo nada de qué preocuparme, ni ninguna razón en este mundo por la cual vivir, más que la de poder glorificar a Dios y anunciar el dulce nombre de mi Salvador. No podemos esperar la bendición del Maestro hasta haber coincidido en esto. Ésta es la voluntad de Dios; ¿es hoy nuestra voluntad?

 

 Sé que estoy rodeado de muchos corazones fieles que dicen: “Mi anhelo es que ya sea que viva o muera, Cristo sea glorificado en mí”. Si somos todos de esa mente, significa que Dios está con nosotros. Pero todo el que piensa distinto y tiene un corazón dividido es un obstáculo y un impedimento para nuestro progreso. No perderíamos nada si prescindiéramos de tales personas, sino que sería un beneficio espiritual para la causa si estas son echadas fuera…

 

Si queremos que Dios esté con nosotros, hemos de coincidir en que la conversión de las almas es realmente deseable y necesaria. Dios considera muy valiosas a las almas y así lo afirma con sus propias palabras: “Por que no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:32). ¿Coincidimos con Dios en esto? Nuestro Dios considera que las almas son tan valiosas que aunque uno se gane la simpatía de todo el mundo, si pierde su alma, es un perdedor. ¿Coincidimos con Él en esto? En la persona de Cristo, nuestro Dios lloró sobre Jerusalén, empapando con lágrimas aquella ciudad que tenía que entre gar a las llamas. ¿Derramamos también nosotros lágrimas? ¿Tenemos también nosotros compasión?... ¿Nos conmueve el alma al grado de agonizar de dolor porque los hombres se apartan de Dios y morirán obstinadamente en su pecado? Si, por otro lado, ustedes y yo decimos egoístamente: “Yo estoy seguro, no me importa si otros acuden a Cristo o no”, [entonces] no coincidimos, [y] Dios no obrará con nosotros. Aquellos de ustedes que sienten esta indiferencia, este letargo maldito, son la causa de nuestro sufrimiento, nuestra carga, nuestra piedra de tropiezo. Dios los perdone, los conmueva para sentir que su corazón no descansará, a menos que los pobres pecadores sean arrebatados como tizones escapados del fuego (Am. 4:11). ¿Estamos de acuerdo en esto? 

 

Si queremos que Dios esté con nosotros, tenemos que coincidir en cuanto al medio que se usará para lograr el avivamiento. Coincidimos en que el primer medio es predicar a Cristo. No queremos ninguna otra doctrina que la que hemos recibido: Cristo levantado en la cruz, como la serpiente levantada en un asta (Nm. 21:9). Éste es el remedio que nosotros, en esta casa de oración, creemos. Dejemos que otros escojan dulces cantos, efigies, vestiduras, agua bautismal, confirmación o ritos huma nos; nosotros los aborrecemos y mostramos nuestro desprecio. En cuanto a nosotros, nuestra única esperanza radica en la doctrina de un sustituto para el pecador, la inmensa realidad de la expiación, la verdad gloriosa de que Cristo Jesús vino al mundo para buscar y salvar a pecado res. Creo que coincidimos con Dios en esto: Predicar a Cristo es la vía por la cual los que lleguen a creer serán salvos.  

 

El gran agente de Dios es el Espíritu Santo. Coincidimos, hermanos, en que no queremos que los pecadores se conviertan por nuestra persuasión; no queremos que se sumen a la Iglesia por emoción. Queremos que sea por la obra del Espíritu y sólo por ella. No me arrodillaría en oración una vez, mucho menos día tras día, para obtener sólo emoción; nos hemos arreglado sin ella y lo seguiremos haciendo por la gracia de Dios. Pero daría mis ojos por saber que el Espíritu Santo mismo se manifestará y mostrará lo que la divinidad puede hacer para convertir a los corazones de piedra en corazones de carne. Pienso que en esto coincidimos con Dios.

 

 Pero la manera como Dios bendice a la Iglesia es por medio de la práctica de los dones espirituales de todos sus miembros. La multitud tiene que ser alimentada, pero no por la mano de Cristo únicamente: “dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud” (Mt. 14:19). ¿Coinciden todos ustedes con esto? Me temo que no. Muchos de ustedes están ocupados en obras útiles y de esto tengo que jactarme este día: que nunca pensé que conocería a gente tan apostólica en su celo como lo ha sido la mayoría de ustedes. Me he maravillado y mi corazón se ha alegrado al ver cuánto se han sacrificado por Cristo algunos de los más pobres entre nosotros: qué celo, qué entusiasmo han demostrado en dar a conocer el nombre del Salvador. En cambio, otros entre ustedes no están haciendo absolutamente nada: tienen fama de estar vivos, pero me temo que están muertos. Rara vez asisten a una reunión de oración, de hecho, algunos miembros de la iglesia y otros que conozco, no es que tengan que estar ausentes por razones de trabajo, sino que no asisten por pura indiferencia hacia la causa de Dios. Algunos de ustedes nunca sienten celo ni se sienten movidos a realizar buenas obras. El hecho de que vengan y nos escuchen ya es algo; y por lo que de hecho hacen, estoy agradecido. Pero por lo que no hacen, sufro… temiendo que nuestros esfuerzos por extender el reino del Salvador no son lo que debieran ser porque como iglesia no coincidimos con el plan de Dios. No lo serán hasta el día que cada uno en la iglesia pueda decir: “¡Me consagro este día al Señor de los Ejércitos! ¡Si hay algo para hacer, aunque sea portero en la casa de Dios, aquí estoy!”…

 

Además, queridos amigos, ¿coincidimos este día en nuestra total impotencia para esta obra? El otro día oí algo digno de recordar. Hablando con un ministro wesleyano6, le dije: “Su denominación no ha crecido este año pasado, pues, por lo general, sus números crecen mucho. Nunca han sido tan ricos como ahora. Sus pastores nunca han tenido una mejor formación; nunca habían tenido capillas tan buenas como ahora, pero a pesar de todo esto, nunca han tenido tan poco éxito. ¿Qué están haciendo? Conociendo estas condiciones, ¿Qué están haciendo? ¿Qué opinan sus hermanos de esto?”. Su respuesta fue un consuelo para mí.

 

Dijo: “Todo esto nos ha obligado a ponernos de rodillas; damos gracias a Dios que reconocemos nuestros estado y que distamos de estar satisfechos. Hemos tenido un día de humillación y espero que algunos nos hayamos humillado lo suficiente como para ser bendecidos”. Hay una gran verdad en esa última [frase] “humillado lo suficiente como para ser bendecidos”. Me temo que algunos de nosotros nunca se humillan lo suficiente como para ser bendecidos. Cuando alguien dice: “¡Oh! Sí, nos va muy bien, que yo sepa no queremos un avivamiento”. Me temo que en esa actitud no hay suficiente humillación como para ser bendecidos. Y cuando ustedes y yo oramos a Dios con orgullo, con auto exaltación, con seguridad en nuestro propio celo o, aun, confiando en la prevalencia de nuestras oraciones en sí, no nos hemos humillado lo suficiente como para ser bendecidos. Una iglesia humilde será una iglesia bendecida. La iglesia dispuesta a confesar sus propios errores y fracasos y de ir a los pies de la cruz de Cristo está en una posición para ser favorecida por el Señor. En conclusión, espero que coincidamos con Dios en lo que se refiere a nuestra total indignidad e impotencia, a fin de poner toda nuestra confianza sólo en él.

 

Les reto a todos ustedes a coincidir con Dios en que si algún bien es realizado, si han de haber conversiones, toda la gloria debe dársele a Él. A menudo se han arruinado los avivamientos, ya sea por personas que pre sumen que tal o cual predicador fue el responsable o, como en el caso de Irlanda del Norte, que alardeaba que la obra sucedió sin predicadores. Pero cuidado, ese avivamiento se cortó en su apogeo y sufrió mucho daño al ser visto por irlandeses mismos al igual que personas de otros países, como una curiosidad, algo para admirar y de lo cual maravillarse. Dios no quiere obrar para honrar a los hombres –sean pastores o laicos– ni tampoco a iglesias.

 

Si dijéramos: “¡Ah! me gustaría ver la presencia de Dios con nosotros para tener muchas conversiones y publicar la noticia en alguna revista y decir: ‘Así hacemos las cosas en el Tabernáculo’”, no seríamos bendecidos. ¡Coronas! ¡coronas! ¡coronas! ¡Pero todas para tu sien, Jesús! ¡Laureles y guirnaldas! Pero ninguna para el hombre: todo para él cuya diestra y cuyo brazo santo obtuvo la victoria. Todos tenemos que coincidir en este punto y espero que así sea.

 

 También, descartemos todas las cosas que ofenden a nuestro Dios. Antes de que Dios apareciera en el Monte Sinaí, los hijos de Israel tuvieron que lavar sus vestidos tres días. Antes de que Israel pudiera entrar al descanso en la tierra prometida de Canaán, Josué tuvo que encargarse de que se purificaran con el rito de la circuncisión. Toda vez que Dios visitaba a su pueblo demandaba algún tipo de purga preparatoria, a fin de que estuvieran aptos para contemplar su presencia porque dos no pueden andar jun tos, a menos que se libren de lo que los lleva a no estar de acuerdo (Am. 3:3). Veamos algunas sugerencias para juzgar si hay en nosotros algo con lo que Dios no puede estar de acuerdo. No puedo predicar esto indiscriminadamente, sino que pongo la responsabilidad en mano de cada uno para que se lo predique a sí mismo. En los días de gran llanto, leemos que cada varón lloraba aparte y cada esposa aparte, el hijo aparte y la hija aparte y cada familia aparte (Zac. 12:10-14). Así tiene que ser. 

 

¿Hay orgullo en mí? ¿Estoy lleno de orgullo por mi talento, mis bienes, mi carácter, mi éxito? Señor, púrgame de esto… porque nadie nunca puede decir que Dios y el alma orgullosa son amigos. Él “da gracia a los humildes” (1 P. 5:5). En cuanto a los orgullosos, los “mira de lejos” (Sal. 138:6) y no deja que se le acerquen.

 

¿Soy holgazán? ¿Pierdo el tiempo que podría emplear con utilidad? ¿Soy frívolo como la mariposa, que vuela de flor en flor, pero no bebe la miel de ninguna? O ¿soy industrioso como la abeja que, dondequiera se posa, encuentra algo dulce para el panal? Señor, tú conoces mi alma. Tú me comprendes. ¿Estoy haciendo poco cuando podría estar haciendo mucho? ¿Has podido cosechar poco de aquello que sembré? ¿He escondido mi talento en una servilleta? ¿He utilizado mi talento para mí mismo, en lugar de utilizarlo para ti? ¡Las almas perezosas no pueden caminar con Dios! “Mi padre… trabaja”, dijo Jesús, “y yo trabajo” (Jn. 5:17); y ustedes que pasan el tiempo en el mercado sin hacer nada, pue den pasarlo con el diablo, pero no con Dios. Cada hermano culpable, líbrese de su holgazanería.

 

¿Soy culpable de mundanalidad? Éste es el lamentable pecado de muchos en la iglesia cristiana. ¿Me junto con amigos que no pueden serme de ningún bien? ¿Ando en lugares en que el Maestro nunca andaría? ¿Me encantan las diversiones que no me producen bienestar cuando reflexiono en ellas y de los que nunca participaría si pensara que Cristo vendría mientras lo estoy haciendo? ¿Tengo una mentalidad mundana cuando de modas se trata? ¿Soy tan ostentoso, tan veleidoso, tan frívolo como los hombres y mujeres del mundo? De ser así, si amo al mundo, “el amor del Padre no está en” mí (1a.Jn. 2:15); en consecuencia, Él no puede andar conmigo porque no estamos de acuerdo.

 

¿Soy avaro? ¿Trabajo sin parar? Cuando lo hago, ¿pienso en Dios primero o lo único que pienso es cómo puedo acumular riqueza? Cuán do la tengo, ¿me olvido de usarla como buen mayordomo? Si es así, entonces Dios no está de acuerdo conmigo; soy ladrón de lo que me da para mi sustento, me he posicionado como dueño en lugar de ser un siervo y Dios no andará conmigo hasta que comience a sentir que lo que tengo no es mío sino de él y que debo usarlo en [el temor de Dios].

 

 ¿Tengo un espíritu combativo? ¿Soy duro con mis hermanos? ¿Soy envidioso de los que tienen más que yo o desprecio a los que tienen me nos? De ser así, Dios no puede andar conmigo porque detesta la envidia y cualquier desprecio hacia el pobre le es aborrecible.

 

¿Hay en mi alguna lascivia? ¿Complazco a la carne? ¿Cedo a tentaciones carnales por las que mi alma sufre? De ser así, Dios no puede andar conmigo porque la fornicación, disolución, glotonería y las borracheras separan al creyente de su Dios; estas cosas no convienen al cristiano. Antes de la gran fiesta de los panes sin levadura, el padre de familia judío barría su casa para sacar todo vestigio de levadura que pudiera haber. Tanto le preocupaba y tanto le preocupa al judío actual, que toma una vela y barre con extremo cuidado cada alacena aunque nunca hubiera contenido alimentos, por temor de que quedara una miga en algún rincón. Por lo tanto, desde el desván hasta el sótano, limpia a fondo toda la casa para eliminar toda levadura vieja. ¡Hagamos nosotros lo mismo!

 

 No creo que lo hagan como efecto de pobres palabras como las mías, pero si mi alma pudiera hablarles y Dios bendijera lo que dijera, lo ha rían. Por mi parte, ruego al Maestro que si hay algo que me hiciera más apto para ser el mensajero de Dios a ustedes y a los hijos de los hombres, no importa lo doloroso que fuera el proceso preparatorio, por su gracia no me lo negaría. Si por enfermedad, si por serias calamidades, si por calumnias y reprensiones, pudiera honrarle más, ¡bienvenidas sean todas estas cosas! Serán mi gozo, y recibirlas, mi deleite. Ruego que ustedes rueguen por el mismo anhelo: “Señor, hazme apto para ser el medio por el cual glorificarte”.

 

....Tomado de un sermón predicado el domingo, 30 de octubre, en la mañana, 1864, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.

 

Bendiciones de lo alto.

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