LA IGLESIA APOSTÓLICA
DESDE LA ASCENSIÓN DE CRISTO
HASTA LA MUERTE DE JUAN
[30 – 100 DC])
Esta Historia de la iglesia cristiana es vívida y ardientemente evangélica. Condensado en unas cuantas páginas, en comparación con otros, se halla el luminoso relato de la institución más poderosa que ha bendecido a la humanidad.
La iglesia cristiana en toda época ya sea pasada, presente o futura, ha consistido y consiste en todos los que creen en Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, que le aceptan como Salvador personal de su pecado y que le obedecen como a Cristo, el Príncipe del Reino de Dios sobre la tierra.
La iglesia de Cristo comenzó su historia como un movimiento mundial el día de Pentecostés, a fines de la primavera del año 30 d.C.: cincuenta días después de la resurrección de nuestro Señor y diez días después de su ascensión. Durante el ministerio de Jesús, sus discípulos creyeron que él era el tan esperado Mesías de Israel, el Cristo. Estas dos palabras son idénticas; "Mesías", palabra hebrea, y "Cristo", palabra griega. Ambas significan "El Ungido", el "Príncipe del reino celestial". Sin embargo, aunque Jesús aceptó este título de sus seguidores inmediatos, les prohibió que proclamasen esta verdad al pueblo en general hasta que resucitase de entre los muertos. Durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección les mandó, antes de que comenzaran a predicar su evangelio, que esperasen el bautismo del Espíritu Santo. Después de recibirlo serían sus testigos por todo el mundo.
En la mañana del día de Pentecostés, mientras los seguidores de Jesús (ciento veinte en número) estaban congregados orando, el Espíritu Santo vino sobre ellos de una manera maravillosa. Tan vívida fue la manifestación que vieron descender lenguas de fuego de lo alto que se asentaron sobre la cabeza de cada uno de los presentes. El efecto de este hecho fue triple: iluminó sus mentes, les dio un nuevo concepto del Reino de Dios, que no era un imperio político, sino un reino espiritual donde el Señor ascendido, aunque invisible, gobernaba activamente a todos los que le aceptaron por la fe y les dio poder al impartir a cada miembro un fervor de espíritu y un poder de expresión de modo que su testimonio era convincente para quienes lo escuchaban. Desde aquel día, este Espíritu divino ha morado en la iglesia como una presencia permanente, no en su organización ni maquinaria, sino como posesión de cada verdadero creyente conforme a la fe y consagración de cada uno. Desde el día en que se derramó el Espíritu Santo, el natalicio de la iglesia cristiana, a la confraternidad de los primeros años se le ha llamado "la iglesia pentecostal".
La iglesia empezó en la ciudad de Jerusalén y es evidente que se limitó a aquella ciudad y a sus alrededores durante los primeros años de su historia. Por todo el país, y sobre todo en la provincia septentrional de Galilea, había grupos de personas que creían en Jesús como el Mesías-Rey. Sin embargo, no nos ha llegado ninguna constancia de su organización ni reconocimiento como ramas de la iglesia. Las sedes generales de la iglesia en esa época primitiva eran el aposento alto en el monte de Sion y el pórtico de Salomón en el templo.
Todos los miembros de la iglesia pentecostal eran judíos y, hasta donde podemos percibir, ninguno de los miembros, ni aun los de la compañía apostólica, soñaban al principio que los gentiles podrían admitirse como miembros. Quizá imaginaron que el mundo gentil algún día se convirtiera en judío y después aceptara a Jesús como el Cristo. Los judíos de esa época eran de tres clases y todas estaban representadas en la iglesia de Jerusalén. Los hebreos eran los que sus antecesores habían habitado por varias generaciones en Palestina y eran de pura raza israelita. Al idioma que tenían se le llamaba "la lengua hebrea", que en el curso de los siglos había cambiado del hebreo clásico del Antiguo Testamento a lo que se le ha llamado un dialecto arameo o sirio-caldeo. Las Escrituras se leían en las sinagogas en el hebreo antiguo, pero un intérprete las traducía, frase por frase, en el lenguaje popular. Los judíos-griegos o helenistas eran judíos descendientes de la "dispersión". Es decir, judíos cuyo hogar o cuyos antecesores estaban en tierras extranjeras. Muchos de estos se establecieron en Jerusalén o en Judea y se constituyeron sinagogas para sus diversas nacionalidades.
Después que Alejandro Magno conquistó el Oriente, el idioma griego se convirtió en la lengua principal de todos los países al este del mar Adriático y, hasta cierto punto, aun en Roma y por toda Italia. Debido a esto, a los judíos de ascendencia extranjera se les llamaban "griegos" o "helenistas", puesto que la palabra "heleno" significa "griego". Los helenistas, como pueblo, especialmente fuera de Palestina, eran la rama de la raza judía más numerosa, rica, inteligente y liberal. Los prosélitos eran personas de sangre extranjera que, después de renunciar al paganismo, abrazaban la ley judaica y entraban en la iglesia judía recibiendo el rito de la circuncisión. Aunque eran una minoría entre los judíos, se hallaban en muchas de las sinagogas por todas las ciudades del Imperio Romano y gozaban de todos los privilegios de los judíos. Los prosélitos deben distinguirse de "los devotos" o "temerosos de Dios", que eran gentiles que dejaron de adorar ídolos y asistían a la sinagoga. Sin embargo, no se circuncidaban, ni se proponían observar los minuciosos requisitos de las reglas judaicas. Por tanto, no se contaban entre los judíos aunque estos se mostraban amigables con ellos.
Una lectura de los primeros seis capítulos del libro de los Hechos demostrará que durante este período primitivo el apóstol Simón Pedro era el líder de la iglesia. En cada ocasión sale al frente como el proyectista, el predicador, el obrador de milagros y el defensor de la naciente iglesia. Esto no se debía a que Pedro fuera papa o gobernante divinamente nombrado, sino que era el resultado de su prontitud en decidir, su facilidad de expresión y su espíritu de líder. Al Iado del práctico Pedro vemos al contemplativo y espiritual Juan que rara vez habla, pero que los creyentes lo tenían en gran estima.
A una iglesia relativamente pequeña en número, donde todos eran de una ciudad, de una raza, obedientes por completo a la voluntad de su Señor ascendido y en comunión con el Espíritu de Dios, no le hacía falta mucho gobierno. Los doce apóstoles administraban este gobierno y actuaban como un cuerpo, siendo Pedro su portavoz. Una frase en Hechos 5: 13 da a entender el respeto que tanto creyentes como el pueblo tenían a los apóstoles.
Al principio, la teología o creencia de la iglesia era simple. La doctrina sistemática la desarrolló Pablo más tarde. Sin embargo, podemos ver en los discursos de Pedro tres doctrinas que resaltan de un modo prominente y que se consideran esenciales.
La primera y la mayor era el carácter mesiánico de Jesús. Es decir, que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cristo que por largo tiempo esperó Israel, que reinaba ahora en el reino invisible en los cielos. A quien cada miembro de la iglesia debía demostrar lealtad personal, reverencia y obediencia. Otra doctrina esencial era la resurrección de Jesús. En otras palabras, que Jesús había sido crucificado, había resucitado de los muertos y ahora vivía, como la cabeza de su Iglesia, para no morir jamás. La tercera de estas doctrinas cardinales era la Segunda Venida de Jesús. Es decir, que aquel que ascendió a los cielos, a su debido tiempo volvería a la tierra y reinaría sobre su Iglesia. Aunque Jesús había dicho a sus discípulos que del tiempo de su regreso a la tierra ni hombre, ni ángel, ni aun el Hijo mismo nada sabían, sino solamente el Padre. Con todo, la expectación era general de que su venida ocurriría pronto, aun en aquella generación.
El arma de la iglesia, por cuyo medio habría de llevar al mundo a los pies de Cristo, era el testimonio de sus miembros. Debido a que contamos con varios discursos pronunciados por Pedro, y ninguno durante este período por otros discípulos, podríamos suponer que Pedro era el único predicador. Sin embargo, una lectura cuidadosa de la historia muestra que todos los apóstoles y la iglesia testificaban del evangelio. Cuando la iglesia tenía ciento veinte miembros, y el Espíritu descendió sobre ellos, todos se convirtieron en predicadores de la Palabra. A medida que el número se multiplicaba, aumentaban los testigos. Pues cada miembro hablaba como un mensajero de Cristo sin haber distinción entre clérigos y laicos. A finales de este período encontramos a Esteban elevándose a tal eminencia como predicador, que aun los apóstoles son menos prominentes. Este testimonio universal influyó con poder en el rápido crecimiento de la iglesia.
Al principio de este grandioso esfuerzo, este puñado de gente sencilla necesitaba ayuda sobrenatural pues se proponía, sin armas ni prestigio social, transformar una nación, a pesar que tenía que afrontar los poderes de la iglesia nacional y del estado. Esta ayuda apareció en forma de grandes obras o maravillas. A los milagros apostólicos se les han designado como "las campanas que llaman al pueblo a la adoración". Leemos acerca de una obra de sanidad efectuada en la puerta del templo llamada la Hermosa, a esto le sigue de inmediato una multitud que escucha a Pedro y se rinde a Cristo. Tenemos asimismo el relato de un milagro de juicio, la muerte repentina de Ananías y Safira después que Pedro los reprendiera. Este juicio constituyó una amonestación contra el egoísmo y la falsedad. Leemos del efluvio de poder divino en la curación de muchos enfermos. Este poder no se limitaba a Pedro ni a los apóstoles. También se menciona que Esteban realizó "prodigios y milagros". Estas obras poderosas llamaron la atención, motivaron la investigación y abrieron los corazones de las multitudes a la fe de Cristo.
El amor de Cristo que ardía en el corazón de esta gente hacía que también mostrara un amor hacia sus condiscípulos, una unidad de espíritu, un gozo en la comunión y, especialmente, un interés abnegado en los miembros necesitados de la iglesia. Leemos acerca de una entrega de propiedad de parte de los discípulos más ricos, tan general, como para sugerir el extremo del socialismo en una comunidad de bienes. Sin embargo, en cuanto a este aspecto de la iglesia pentecostal debe notarse que era por completo voluntario. No se hacía bajo la compulsión de la ley, ni los pobres demandaban la propiedad de los ricos, sino que estos espontáneamente daban a los pobres. Se puso a prueba en una comunidad pequeña, donde todos moraban en la misma ciudad. En un conglomerado altamente selecto, todos llenos del Espíritu Santo, aspiraban en su carácter a reproducir los principios del Sermón del Monte. Leemos, además, que esta práctica surgió con la esperanza del pronto regreso de Cristo, a cuya venida las posesiones terrenales ya no serían necesarias.
Vemos que como experimento financiero fue un fracaso que pronto abandonaron y que dejó a la iglesia de Jerusalén tan pobre que por espacio de una generación se hicieron colectas en el extranjero para su subsistencia. También, que el sistema desarrolló sus propios males morales, como el egoísmo de Ananías y Safira. Aún estamos sobre la tierra y necesitamos el acicate del interés propio y de la necesidad. El espíritu de esta dádiva liberal es digno de encomio, pero su plan quizás no haya sido muy acertado.
En general, la iglesia pentecostal no tenía faltas. Era poderosa en fe y testimonio. Pura en su carácter y abundante en amor. Sin embargo, su singular defecto era la falta de celo misionero. Permaneció en su territorio cuando debió haber llevado el evangelio a otras tierras y a otros pueblos. Necesitaba el estímulo de la severa persecución para que la hiciera salir a desempeñar su misión mundial. A decir verdad, recibió tal estímulo.
LA EXPANSIÓN DE LA IGLESIA
DESDE LA PREDICACIÓN DE ESTEBAN
HASTA EL CONCILIO DE JERUSALÉN
(35 – 50 D.C)
A hora entramos en una época de la historia de la iglesia cristiana que a pesar de su brevedad, solo quince años (35-50 d.C.), es de suma importancia. En ese tiempo se decidió la gran cuestión de si el cristianismo debía permanecer como una oscura secta judía o debía llegar a ser una iglesia cuyas puertas estuvieran abiertas para todo el mundo. Cuando empezó este breve período, el evangelio estaba limitado a la ciudad de Jerusalén y las aldeas a su alrededor. Cada miembro era israelita ya sea por nacimiento o por adopción. Cuando terminó, la iglesia estaba muy bien establecida en Siria y Asia Menor y comenzaba a extenderse hacia Europa. Además, sus miembros ya no eran exclusivamente judíos, sino que predominaban los gentiles. El idioma que se usaba en sus asambleas en Palestina era el hebreo o arameo. Sin embargo, entre su gente, el griego se hablaba en un área mucho mayor. Veamos ahora las sucesivas etapas de este movimiento en expansión.
En la iglesia de Jerusalén surgió una queja en el sentido de que en la distribución de fondos para los pobres, se descuidaban a las familias de los judíos griegos o helenistas. Los apóstoles convocaron a la iglesia en asamblea y propusieron que se eligiera una comisión de siete hombres para este servicio. Este plan se adoptó y, de los siete hombres escogidos, el primero que se nombró fue Esteban, "un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo". Aun cuando se escogió para un trabajo secular, Esteban pronto llamó la atención como predicador. De la acusación en su contra cuando las autoridades judías lo arrestaron y del contenido de su mensaje en su enjuiciamiento, es evidente que Esteban proclamó a Jesús como Salvador, no solo a los judíos, sino también a los gentiles de toda nación. Esteban fue el primero en la iglesia en tener la visión de un evangelio para todo el mundo y fue eso lo que le llevó al martirio.
Entre los que escucharon a Esteban y se enojaron por sus palabras, del todo repugnantes a la mentalidad judía, estaba un joven de Tarso, de la costa del Asia Menor, llamado Saulo. Se educó en Jerusalén bajo el gran Gamaliel, quien era un rabí o maestro acreditado de la ley judaica. Saulo tomó parte en el asesinato de Esteban. De modo que, inmediatamente después de la muerte de este último, llegó a ser el jefe de una terrible persecución de los discípulos de Cristo. Arrestaba, ataba y azotaba tanto a hombres como a mujeres. En ese tiempo, la iglesia de Jerusalén se disolvió y sus miembros se esparcieron a otros lugares. Sin embargo, a dondequiera que iban, Samaria, Damasco o aun tan lejos como Antioquía de Siria, se constituían en predicadores del evangelio y establecían iglesias. De este modo, el fiero odio de Saulo se constituyó en un factor benéfico para la propagación de la iglesia.
En la lista de los siete hombres asociados con Esteban en la administración de los fondos para los pobres encontramos el nombre de Felipe, que debe distinguirse del otro Felipe, uno de los apóstoles. Después de la muerte de Esteban, Felipe encontró refugio entre los samaritanos, una gente mestiza, que, no era judía ni gentil, pero que los judíos despreciaban. El hecho de que Felipe empezara a predicar a los samaritanos demuestra que se había liberado de sus prejuicios judíos. Felipe estableció una iglesia en Samaria que los apóstoles Pedro y Juan reconocieron debidamente. Esta fue la primera iglesia fuera del seno del judaísmo. Con todo, no era en sí una iglesia de miembros gentiles. Después de esto, Felipe predicó y fundó iglesias en las ciudades costaneras de Gaza, Jope y Cesarea. Estas ciudades eran gentiles, pero contaban con una gran población judía. Aquí el evangelio tendría necesariamente que entrar en contacto con el mundo pagano.
En sus viajes relacionados con la supervisión de la iglesia, Pedro llegó a Jope, ciudad situada en el litoral. Aquí resucitó a Tabita, o Dorcas, y permaneció por algún tiempo con otro Simón, que era curtidor. Al hospedarse en casa de un curtidor, Pedro demostraba que ya se había emancipado de las estrictas reglas de costumbres judaicas, pues los hombres de esa ocupación eran ceremonialmente "inmundos". El apóstol tuvo aquí una visión de un gran lienzo que descendía, el cual contenía toda clase de animales. Durante esa visión, Pedro oyó una voz: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común."
Inmediatamente después llegaron mensajeros de Cesarea, cuarenta y ocho kilómetros al norte, pidiendo a Pedro que fuese a instruir a Cornelio, un devoto oficial romano. Pedro fue a Cesarea bajo la dirección del Espíritu, predicó el evangelio a Cornelio y a sus amigos y los recibió en la iglesia por el bautismo. El Espíritu de Dios testificó su aprobación divina por un derramamiento semejante al del día de Pentecostés. De esta manera se recibió la autorización divina para predicar el evangelio a los gentiles y aceptarlos en la iglesia.
En esta época, quizás un poco antes de que Pedro visitase Cesarea, a Saulo, el perseguidor, lo sorprendió una visión del Jesús ascendido cuando iba rumbo a Damasco. El que antes fuera el antagonista más terrible del evangelio, ahora se convertía en su más poderoso defensor. Su oposición fue especialmente severa en contra de la doctrina que eliminaba las barreras entre judíos y gentiles. Sin embargo, cuando se convirtió, Saulo adoptó de inmediato las ideas de Esteban. Incluso, superó a este en llevar hacia adelante el movimiento de una iglesia cuyas puertas estaban abiertas para todos los hombres, ya fuesen judíos o gentiles. En toda la historia del cristianismo ninguna conversión a Cristo trajo consigo resultados tan importantes al mundo entero como la de Saulo. Después de ser perseguidor, se transformó en el apóstol Pablo.
En la persecución que empezó con la muerte de Esteban, la iglesia en Jerusalén se esparció por todas partes. Algunos de sus miembros escaparon a Damasco, otros huyeron cuarenta y ocho kilómetros hasta Antioquía, la capital de Siria, de cuya gran provincia Palestina formaba parte. En Antioquía estos fugitivos iban a las sinagogas judías y allí daban su testimonio de Jesús como el Mesías. En cada sinagoga había un lugar separado para los adoradores gentiles. Muchos de estos escucharon el evangelio en Antioquía y abrazaron la fe de Cristo. De modo que en esa ciudad se desarrolló una iglesia donde judíos y gentiles adoraban juntos disfrutando de los mismos privilegios.
Cuando las noticias de esta situación llegaron a Jerusalén, la iglesia madre se alarmó y envió un representante para examinar esta relación con los gentiles. Por fortuna, la elección del delegado recayó en Bernabé, hombre de ideas liberales, gran corazón y generoso. Fue a Antioquía y, en lugar de condenar a la iglesia por su liberalidad, se regocijó con ella. Aprobó el movimiento y permaneció en Antioquía para participar en el mismo. Antes, ya Bernabé había demostrado su confianza en Saulo. Ahora fue al hogar de Saulo en Tarso, como a ciento sesenta y un kilómetros de Antioquía, en su mayor parte por agua, le trajo consigo a Antioquía y le hizo su compañero en la obra del evangelio. La iglesia en Antioquía se elevó a tal prominencia que fue allí donde por vez primera a los seguidores de Cristo se les llamó "cristianos". Este nombre no se los dieron los judíos, sino los griegos, y solo aparece tres veces en el Nuevo Testamento. En tiempo de hambre, los discípulos en Antioquía enviaron ayuda a los santos pobres en Judea, y sus líderes y maestros eran personas eminentes en la iglesia primitiva.
Hasta entonces los miembros gentiles de la iglesia eran solo los que pedían su admisión. Pero ahora, bajo la dirección del Espíritu Santo y por el nombramiento de los ancianos, los dos líderes más prominentes en la iglesia de Antioquía salieron en una misión evangelizadora a otras tierras. Procuraban alcanzar tanto a judíos como a gentiles con el evangelio. Al leer la historia de este primer viaje misionero, notamos que ciertas características en el esfuerzo llegaron a ser típicas en las siguientes empresas del apóstol Pablo. Se emprendió por dos obreros. Al principio se les menciona como "Bernabé y Saulo", luego se trata de "Pablo y Bernabé". Al final, "Pablo y su compañía", mostrando a Pablo como el líder espiritual. En cuanto al cambio de Saulo se puede decir lo siguiente: se acostumbraba que un judío tuviese dos nombres, uno israelita, el otro se usaba cuando la persona andaba entre los gentiles. Los dos misioneros llevaron consigo como ayudante a un hombre más joven, Juan Marcos, aunque este los abandonó a mediados del viaje. Escogieron como sus principales campos de labor las ciudades grandes. Visitaron Salamina y Pafo, en la isla de Chipre; Antioquía e Iconio, en Pisidia; y Listra y Derbe en Licaonia.
Siempre que era posible, empezaban su obra predicando en la sinagoga porque allí todo judío tenía derecho de hablar. En especial, un rabí acreditado como Pablo, quien venía de la famosa escuela de Gamaliel, era siempre bien recibido. Además, a través de la sinagoga anunciaban el evangelio no solo a los judíos devotos, sino también a los gentiles temerosos de Dios. En Derbe, la última ciudad que visitaron, estaban muy cerca de Antioquía, donde comenzaron. Sin embargo, en lugar de pasar por las puertas de Cilicia y regresar a Antioquía, tomaron hacia el oeste y volvieron por el camino recorrido. Visitaron de nuevo las iglesias que fundaron en su viaje hacia el exterior y nombraron sobre ellas ancianos según el plan de la sinagoga. En todos los viajes que más tarde hiciera el apóstol Pablo, descubriremos que estos métodos de trabajo se mantuvieron.
En toda sociedad o grupo organizado, siempre hay dos clases re-presentadas: los conservadores, que miran hacia el pasado; y los progresistas, que miran hacia el futuro. El elemento ultra judío en la iglesia sostenía que no podía haber salvación fuera de Israel. De aquí que todos los discípulos gentiles debían circuncidarse y observar las reglas judaicas. Los maestros progresistas, encabezados por Pablo y Bernabé, declaraban que el evangelio era para judíos y gentiles bajo las mismas bases de fe en Cristo, sin tomar en cuenta la ley judaica. Entre estos dos grupos surgió una controversia que amenazó una división en la iglesia. Finalmente se celebró un concilio en Jerusalén para considerar la cuestión del estado de los miembros gentiles y establecer una regla para la iglesia. Es digno de notarse que en este concilio no solo estuvieron representados los apóstoles, sino los ancianos y "toda la iglesia". Pablo y Bernabé, con Pedro y Santiago, el hermano del Señor, participaron en el debate.
La conclusión a que llegaron fue que la ley solo ataba a los judíos y no a los gentiles creyentes en Cristo. Con esta resolución se terminó el período de transición de una iglesia cristiana judía a una iglesia para toda raza y país. Por lo tanto, el evangelio podía ahora seguir adelante en su constante expansión.
LA IGLESIA ENTRE LOS GENTILES
DESDE EL CONCILIO DE JERUSALÉN
HASTA EL MARTIRIO DE PABLO
(50 – 68 D.C)
Por la decisión del Concilio en Jerusalén, la iglesia quedó libre para r iniciar una obra mayor destinada a llevar a toda la gente, de toda raza y de todo país, al reino de Jesucristo. Se esperaba que los miembros judíos de la iglesia continuasen en su obediencia a la ley judaica, aunque las reglas se interpretaban ampliamente por tales líderes como Pablo. Sin embargo, los gentiles podían entrar al redil cristiano mediante una fe sencilla en Cristo y una vida recta, sin someterse a requisitos legales.
Para nuestra información de los sucesos que siguieron en los próximos veinte años después del Concilio de Jerusalén, dependemos del libro de los Hechos, las cartas del apóstol Pablo y del primer versículo de la Primera Epístola de Pedro, que a lo mejor se refiere a países visitados por este apóstol. A estas fuentes de información pueden agregarse algunas tradiciones, que al parecer son auténticas, del período que vino a continuación de la época apostólica. El campo de la iglesia es ahora todo el Imperio Romano, que consistía de todas las provincias al margen del Mar Mediterráneo y también algunas tierras fuera de sus fronteras, en especial hacia el este. Veremos que sus miembros gentiles seguían aumentando y los miembros judíos disminuyendo. A medida que el evangelio ganaba adeptos en el mundo pagano, los judíos se alejaban de él y su odio se hacia cada vez más amargo. Durante esta época, casi en todas partes eran los judíos los que instigaban persecuciones en contra de los cristianos.
Durante aquellos años, tres líderes se destacan con prominencia en la iglesia. El principal es San Pablo, el viajero incansable, el obrero indómito, el fundador de iglesias y eminente teólogo. Después de San Pablo, San Pedro, cuyo nombre apenas aparece en los registros, pero que Pablo lo reconoció como una de las "columnas". La tradición nos cuenta que el apóstol Pedro estuvo por algún tiempo en Roma, encabezó la iglesia en esa ciudad y murió allí como mártir alrededor del año 67 d.C. El tercero de los nombres
grandes de este período es el de Santiago, un hermano más joven de nuestro Señor y cabeza de la iglesia en Jerusalén. Era un fiel conservador de las costumbres judías y se le reconoce como líder entre los cristianos judíos. Sin embargo, no llegaba al extremo de oponerse a que el evangelio se predicase a los gentiles. Este apóstol escribió la Epístola de Santiago. Lo asesinaron en el templo alrededor del año 62 d.C. Así es que los tres líderes de este período, además de otros muchos menos destacados, dieron la vida como mártires de la fe.
La historia de estos años según aparecen en los últimos trece capítulos del libro de los Hechos solo informan de la obra del apóstol Pablo. Sin embargo, es de suponer que existieran muchos otros misioneros porque poco después del final de esta época, se mencionan iglesias en países que Pablo nunca visitó. El primer viaje de Pablo por alguna de las provincias interiores de Asia Menor ya se ha mencionado. Después del Concilio de Jerusalén, Pablo emprendió un segundo viaje misionero. Con Sitas o Silvano de compañero, salió de Antioquía de Siria, visitó por tercera vez las iglesias en el continente fundadas en su primer viaje, llegó a la costa del mar Egeo, a Troas, el sitio de la antigua Troya, y luego se embarcó rumbo a Europa, llevando el evangelio a ese continente.
En la provincia de Macedonia, Pablo y Sitas establecieron iglesias en Filipos, Tesalónica y Berea. Fundaron una pequeña grey en la ciudad de la cultura, Atenas, y una fuerte congregación en Corinto, la metrópoli comercial de Grecia. Desde Corinto Pablo escribió dos cartas a la iglesia de Tesalónica, siendo estas sus primeras epístolas.
Luego navegó hacia el este a través del mar Egeo para hacer una breve visita a Éfeso, en Asia Menor. Después fue por el Mediterráneo a Cesárea y llegó a saludar a la iglesia madre en Jerusalén. Luego, regresó a su punto de partida en Antioquía de Siria. En sus viajes de tres años, por tierra y mar, abarcó más de tres mil doscientos diecinueve kilómetros. Fundó iglesias en siete ciudades importantes y abrió, por así decirlo, el continente imperial de Europa para la predicación del evangelio.
Después de un breve período de descanso, Pablo empezó su tercer viaje misionero. Una vez más partió de Antioquía, pero destinado a terminar en Jerusalén como preso en manos del gobierno romano. Al principio su único compañero fue Timoteo, quien se le unió en su segundo viaje y quien permaneció hasta el fin como su fiel ayudante e "hijo en el evangelio". Sin embargo, un buen número de compañeros estuvieron con él antes del final de este viaje. Para comenzar, visitó las iglesias en Siria y Cilicia. Aquí, sin dudas, incluyó su lugar de naci-miento, Tarso. Luego pasó por su antigua ruta y visitó por cuarta vez las iglesias de su primer viaje. No obstante, después de cruzar la provincia de Frigia, en vez de volver hacia el norte a Troas; fue rumbo al sur a Éfeso, la metrópoli de Asia Menor. Aquí permaneció por más de dos años, la temporada más larga que residió en un mismo lugar durante todos sus viajes. Su ministerio tuvo gran éxito. El resultado no solo se manifestó en la iglesia de Éfeso, sino también en la propagación del evangelio por toda la provincia. Pablo fundó, directa o indirectamente, "las siete iglesias de Asia".
De acuerdo a su método de volver a visitar las iglesias, de Éfeso navegó a Macedonia, visitó a los discípulos en Filipos, Tesalónica y Berea, también a los que estaban en Grecia. Al regresar, emprendió el viaje por la misma ruta para hacer una visita final a aquellas iglesias. Después navegó a Troas y de allí pasó por la costa de Asia Menor. En Mileto, el puerto de Éfeso, pidió que buscaran a los ancianos de esta iglesia y les dio un conmovedor discurso de despedida. Luego emprendió de nuevo su viaje a Cesárea y subió hacia Jerusalén.
En esta ciudad terminó su tercer viaje misionero porque, mientras adoraba en el templo, el populacho judío lo atacó. Los soldados romanos lo rescataron y, para su propia seguridad, lo llevaron a la fortaleza llamada Antonia. El tercer viaje misionero fue tan largo como el segundo, excepto los cuatrocientos ochenta y tres kilómetros entre Jerusalén y Antioquía. Sus resultados más sobre-salientes fueron la imponente iglesia de Éfeso y dos de sus epístolas más importantes. Una de estas fue a la iglesia de Roma en la que exponía los principios del evangelio según los predicaba él mismo. La otra fue a los Gálatas, dirigida a las iglesias de su primer viaje, donde los maestros judaizantes habían pervertido a muchos de los discípulos.
Después de su arresto, Pablo permaneció más de cinco años en la prisión: por poco tiempo en Jerusalén, luego tres años en Cesárea y, al menos, dos años en Roma. Podemos considerar este peligroso viaje de Cesárea a Roma como el cuarto viaje de San Pablo porque, aun en cadenas, Pablo era un misionero que hacía uso de toda oportunidad para predicar el evangelio de Cristo. La causa inmediata del viaje fue su petición, en calidad de ciudadano romano, de que el emperador de Roma lo juzgara. Sus compañeros fueron Lucas y Aristarco, que pudieron haber navegado como sus sirvientes o ayudantes. También iba a bordo un grupo de criminales convictos que los llevaban para Roma a fin de que murieran en los juegos de gladiadores, además de los soldados que los guardaban y la tripulación de la nave. Podemos estar seguros de que en esa larga y peligrosa travesía, todos estos compañeros de viaje del apóstol escucharon el evangelio. Así como en Sidón, Mira y Creta, donde la nave se detuvo, Pablo pudo proclamar a Cristo. Sabemos que convirtió a muchos en la isla de Melita (Malta), donde después de la tormenta se detuvieron tres meses.
Al fin Pablo llega a Roma, la ciudad que por muchos años fue la meta de sus esperanzas. Aunque se trataba de un preso en espera del proceso, tenía una casa alquilada donde vivía encadenado a un soldado. Su primer esfuerzo fue, como siempre, alcanzar a los judíos. Por lo tanto, celebró una reunión durante todo un día con ellos. Sin embargo, al comprobar que solo unos pocos estaban dispuestos a aceptar el evangelio, se volvió a los gentiles. Por espacio de dos años su casa fue una iglesia en la que muchos encontraron a Cristo, en especial entre los soldados de la guardia del Pretorio. Sin embargo, su obra mayor en Roma fue escribir cuatro epístolas que se cuentan entre los tesoros de la iglesia: Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. Hay buena razón para creer que después de estar dos años en la prisión, Pablo fue absuelto y puesto en libertad.
Bien podemos considerar los tres o cuatro años de libertad de Pablo como la continuación de su cuarto viaje misionero. Encontramos alusiones o esperanzas de hacer visitas a Colosas y Mileto. Si estaba tan cerca de Éfeso, como lo estaban estos dos lugares, casi podemos estar seguros de que visitó esa ciudad. También visitó la isla de Creta, donde dejó a Tito a cargo de las iglesias; y Nicópolis en el mar Adriático, al norte de Grecia. La tradición declara que en este lugar lo arrestaron y enviaron de nuevo a Roma donde, en el año 68 d.C., sufrió el martirio. A este período pueden pertenecer tres epístolas: Primera de Timoteo, Tito y Segunda de Timoteo, su última carta, escrita desde su prisión en Roma.
En el año 64 d.C., un gran incendio destruyó gran parte de la ciudad de Roma. Se ha dicho que el fuego lo inició Nerón, el peor de todos los emperadores romanos, pero esto se discute. Es cierto que la opinión pública acusó a Nerón de este crimen. A fin de librarse, Nerón declaró que habían sido los cristianos los que incendiaron la ciudad. De esta manera dio comienzo a una terrible persecución. Torturaron y mataron a miles, entre ellos San Pedro, a quien crucificaron en el año 67 d.C., y San Pablo que murió decapitado en el año 68 d.C. Estas fechas no son muy seguras; los apóstoles pueden haber sufrido el martirio uno o dos años antes. Es una de las "venganzas de la historia" que en aquellos jardines de Nerón, donde quemaron a multitudes de cristianos como "antorchas vivas" mientras el emperador paseaba en su carruaje, son ahora el asiento del palacio del Vaticano, el hogar del pontífice católico romano y del templo de San Pedro, el edificio más grande de la fe católico romana.
Cuando se celebró el concilio de Jerusalén, SO d.C., ningún libro del Nuevo Testamento se había escrito y la iglesia dependía, para su conocimiento de la vida y enseñanzas del Salvador, de las memorias de los primeros discípulos. Sin embargo, antes de finalizar este período, 68 d.C., una gran parte del Nuevo Testamento estaba en circulación, incluyendo los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, las epístolas de San Pablo y Santiago, Primera de Pedro y tal vez Segunda de Pedro.
LA EDAD OSCURA
DESDE EL MARTIRIO DE PABLO
HASTA LA MUERTE DE JUAN
(68 – 100 D.C)
A la última generación del primer siglo, del 68 al 100 d.C, la llamamos "la edad sombría", en parte porque las tinieblas de la persecución estaban sobre la iglesia. Pero en especial porque, de todos los períodos de la historia, es del que menos sabemos. Ya no tenemos la clara luz del libro de Hechos para que nos guíe, ni ningún autor de esta época ha llenado el vacío en la historia. Nos gustaría leer acerca de la obra ulterior de los ayudantes de Pablo, tales como Timoteo, Apolos y Tito. Sin embargo, todos estos y los demás amigos de Pablo, al morir este, quedan fuera del registro. Después de la muerte de San Pablo, y durante cincuenta años, sobre la Iglesia pende una cortina a través de la cual en vano nos esforzamos por mirar. Cuando al final se levanta alrededor del año 120 d.C, con los registros de los padres primitivos de la iglesia, encontramos una iglesia muy diferente en muchos aspectos a la de los días de San Pedro y San Pablo.
La caída de Jerusalén en el año 70 d.C trajo un gran cambio en la relación de cristianos y judíos. Entre las muchas provincias bajo el do-minio de Roma, el único país descontento y desleal era Judea. Los judíos, al interpretar sus escritos proféticos, creían que estaban destinados a conquistar y gobernar al mundo. Al tener esa confiada esperanza, se sometían de mala gana al yugo de los emperadores romanos. Debe admitirse también que muchos de los procuradores o gobernadores romanos fracasaban por completo en comprender el carácter judío y eran innecesariamente ásperos en su trato.
Alrededor de 66 d.C., los judíos se levantaron en abierta rebelión. Nunca tuvieron esperanza de vencer. Pues, ¿qué podía hacer una de las provincias más pequeñas, cuyos hombres no estaban preparados para la guerra, en contra de un imperio de ciento veinte millones de personas con un cuarto de millón de soldados disciplinados y expertos? Además, los judíos mismos estaban divididos en grupos que peleaban y se mataban entre sí tan fieramente como con su enemigo común, Roma. Vespasiano, el principal general romano, condujo un gran ejército a Palestina. Pero Roma lo llamó para que ocupara el trono imperial y dejó la dirección de la guerra a su hijo Tito. Después de un terrible sitio, que se hacía más terrible por el hambre y la lucha civil dentro de los muros, tomaron y destruyeron la ciudad. Mataron a incontables millares de judíos y esclavizaron a otros muchos miles. El Coliseo de Roma se construyó mediante el trabajo forzado de los judíos cautivos. Incluso, multitudes de ellos murieron debido al intenso trabajo. La nación judía, después de una existencia de trece siglos, fue destruida. Su restauración se produjo el 15 de mayo de 1948.
Al caer Jerusalén perecieron pocos cristianos o quizás ninguno. De las declaraciones proféticas de Cristo, los cristianos recibieron amonestación, escaparon de la desdichada ciudad y encontraron refugio en Pella, en el valle del Jordán. Pero el gran efecto sobre la iglesia de esta destrucción fue que puso fin para siempre a toda relación entre el judaísmo y el cristianismo. Hasta este momento, el gobierno romano y el pueblo en general consideraba a la iglesia como una rama de la religión judaica. Sin embargo, de ahí en adelante los judíos y los cristianos se separaron. Una pequeña sección de judíos cristianos perseveró durante dos siglos, pero en número siempre menor. Se trataba de los ebionitas, un pueblo que la iglesia en general apenas lo reconocía y que los de su raza lo despreciaba por considerarlo apóstata.
Alrededor de 90 d.C., el cruel e indigno emperador Domiciano empezó una segunda persecución imperial de cristianos. Asesinó a miles de creyentes, sobre todo en Roma e Italia. Sin embargo, esta persecución, como la de Nerón, fue esporádica y local, no se extendió por todo el imperio. En este tiempo, a San Juan, el último de los apóstoles y quien viviera en Éfeso, lo prendieron y lo llevaron a la isla de Patmos, en el mar Egeo. Fue allí donde recibió la revelación que aparece en el último libro del Nuevo Testamento. Muchos eruditos, sin embargo, señalan que esta obra se escribió antes, alrededor de 69 d.C., poco después de la muerte de Nerón. Es probable que Juan muriera en Éfeso aproximadamente en 100 d. C.
Durante esta época se escribieron los últimos libros del Nuevo Testamento: hebreos, tal vez Segunda de Pedro, las Epístolas y el Evangelio de Juan, Judas y Apocalipsis. Aunque el reconocimiento universal de estos libros como inspirados y canónicos vino más tarde.
Es curioso notar el estado del cristianismo a fines del primer siglo, más o menos setenta años después de la ascensión de Cristo. Para esta fecha ya había familias que durante tres generaciones fueron seguido-res de Cristo.
A principios del siglo segundo se habían fundado iglesias en todos los países y en casi toda ciudad, desde el Tíber al Éufrates, desde el Mar Negro hasta el norte de África. Algunos creen que se extendía hasta España y Gran Bretaña, en el Occidente. Sus miembros ascendían a muchos millones. La bien conocida carta de Plinio al emperador Trajano, escrita alrededor del año 112 d.C., declara que en las provincias de Asia Menor al margen del Mar Negro, los templos de los dioses estaban casi abandonados y los cristianos eran en todas partes una multitud. Los miembros eran de todas las clases, desde las categorías más nobles hasta los esclavos, los cuales por todo el imperio sobrepasaban en número a la población libre. Sin embargo, en la iglesia el esclavo se trataba igual que al noble. Un esclavo podía ser obispo, mientras que su amo era un miembro regular.
Al final del siglo primero, toda la iglesia aceptó como reglas de fe las doctrinas expuestas por el apóstol Pablo en la epístola a los Romanos. Las enseñanzas de Pedro y Juan en sus epístolas demuestran un acuerdo completo con los conceptos de Pablo. Sin embargo, surgieron opiniones heréticas y comenzaron a formarse sectas, cuyos gérmenes los apóstoles descubrieron y expusieron, si bien su completo desarrollo vino más tarde.
El bautismo por inmersión era en todas partes el rito de iniciación en la iglesia. No obstante, hay mención definida en el año 120 d.C. de que ya el bautismo por aspersión era una costumbre. Por lo general, se observaba el día del Señor, aunque no en forma estricta, como un día absolutamente separado. Mientras que la mayor parte de la iglesia era judía, se observaba el sábado hebreo. Sin embargo, el primer día de la semana lo fue desplazando a medida que aumentaban los gentiles en embargo, señalan que esta obra se escribió antes, alrededor de 69 d.C., poco después de la muerte de Nerón. Es probable que Juan muriera en Éfeso aproximadamente en 100 d. C.
Durante esta época se escribieron los últimos libros del Nuevo Testamento: hebreos, tal vez Segunda de Pedro, las Epístolas y el Evangelio de Juan, Judas y Apocalipsis. Aunque el reconocimiento universal de estos libros como inspirados y canónicos vino más tarde.
Es curioso notar el estado del cristianismo a fines del primer siglo, más o menos setenta años después de la ascensión de Cristo. Para esta fecha ya había familias que durante tres generaciones fueron seguido-res de Cristo.
A principios del siglo segundo se habían fundado iglesias en todos los países y en casi toda ciudad, desde el Tíber al Éufrates, desde el Mar Negro hasta el norte de África. Algunos creen que se extendía hasta España y Gran Bretaña, en el Occidente. Sus miembros ascendían a muchos millones. La bien conocida carta de Plinio al emperador Trajano, escrita alrededor del año 112 d.C., declara que en las provincias de Asia Menor al margen del Mar Negro, los templos de los dioses estaban casi abandonados y los cristianos eran en todas partes una multitud. Los miembros eran de todas las clases, desde las categorías más nobles hasta los esclavos, los cuales por todo el imperio sobrepasaban en número a la población libre. Sin embargo, en la iglesia el esclavo se trataba igual que al noble. Un esclavo podía ser obispo, mientras que su amo era un miembro regular.
Al final del siglo primero, toda la: iglesia aceptó como reglas de fe las doctrinas expuestas por el apóstol Pablo en la epístola a los Romanos. Las enseñanzas de Pedro y Juan en sus epístolas demuestran un acuerdo completo con los conceptos de Pablo. Sin embargo, surgieron opiniones heréticas y comenzaron a formarse sectas, cuyos gérmenes los apóstoles descubrieron y expusieron, si bien su completo desarrollo vino más tarde.
El bautismo por inmersión era en todas partes el rito de iniciación en la iglesia. No obstante, hay mención definida en el año 120 d.C. de que ya el bautismo por aspersión era una costumbre. Por lo general, se observaba el día del Señor, aunque no en forma estricta, como un día absolutamente separado. Mientras que la mayor parte de la iglesia era judía, se observaba el sábado hebreo. Sin embargo, el primer día de la semana lo fue desplazando a medida que aumentaban los gentiles en la congregación. Vemos que antes de finalizar el ministerio de San Pablo, las iglesias se reunían el primer día de la semana.
En Apocalipsis a ese día se le llama "el día del Señor". La Cena del Señor se observaba universalmente. Esta empezó a manera de un servicio en el hogar, como la Pascua judía, de la cual se originó. Pero entre las iglesias gentiles surgió la costumbre de celebrarse en una reunión de la iglesia. Se trataba de una cena a la que cada miembro traía su parte de provisión. San Pablo reprendió a la iglesia en Corinto por lo que trajo como resultado el abuso de este método de cumplimiento. Quizás debido a la persecución, al final del siglo la cena del Señor era en todas partes un servicio celebrado en el lugar de reunión de los cristianos, pero no en público. En esta celebración, que se tenía como un "misterio", solo se admitían los miembros de la iglesia. Se aprobó y expandió el reconocimiento del domingo de resurrección como aniversario de la resurrección de nuestro Señor, aunque en ese tiempo aun no se celebraba universalmente.
El último sobreviviente de los doce apóstoles fue San Juan, quien moró en Éfeso como hasta el año 100 d.C. No hay datos de que hubiese sucesores en ese oficio. Sin embargo, alrededor del año 120 d.C. se hace mención de "apóstoles" que al parecer eran evangelistas que viajaban entre las iglesias, pero sin autoridad. Es evidente que no se respetaban mucho porque a las iglesias se les recomendaba que no los hospedaran más de tres días. En Hechos y las últimas epístolas, los ancianos (presbíteros) y obispos se mencionan como si los dos títulos se aplicasen indistintamente a las mismas personas. Pero para el final del primer siglo aumentaba la tendencia de elevar a un obispo sobre sus compañeros ancianos, lo cual condujo más tarde al sistema eclesiástico. Los diáconos se mencionan en las últimas cartas de Pablo como oficiales de la iglesia. En la Epístola a los Romanos, escrita ca. 58 d.C., a Febe de Cencrea se le llama "diaconisa". Una referencia en 1 Timoteo puede que se haya hecho para mujeres que desempeñaban ese oficio.
El plan de culto en las asambleas cristianas se derivaba de aquel de las sinagogas judías. Se leían pasajes del Antiguo Testamento y de las cartas apostólicas, así como de los Evangelios. Se cantaban Salmos de la Biblia e himnos cristianos. Las oraciones, diferentes a las de las sinagogas, eran espontáneas. Se dirigían con toda libertad a los miembros y hermanos visitantes. Al final del servicio, a menudo se participaba de la Cena del Señor.
Al leer las últimas epístolas y el libro de Apocalipsis, encontramos entremezcladas luz y sombras en el relato de las iglesias. Las normas de carácter moral eran elevadas, pero el tono de la vida espiritual era inferior de lo que había sido en los días primitivos apostólicos. Sin embargo, en todas partes la iglesia era fuerte, activa, creciente y se levantaba a dominar en todos los ámbitos del Imperio Romano.
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